Ha sido una beatificación de alto contenido político. El obispo Enrique Angelelli y tres de sus colaboradores, dos de ellos sacerdotes y el otro laico, son desde este fin de semana “mártires de la Iglesia”, asesinados in odium fidei o en odio de la fe. Sus críticas a la dictadura les costaron la vida en la provincia de La Rioja, donde misionaban, apenas iniciado el gobierno militar, en 1976.
Hasta La Rioja viajó desde el Vaticano el cardenal italiano Giovanni Angelo Becciu, para ponerse al frente de una ceremonia que reunió a medio centenar de obispos y miles de personas. Pero los herederos de Angelelli celebraron lejos de aquel acto institucional, a la vera de las vías del tren en José León Suárez, un barrio popular en las afueras de Buenos Aires. Allí trabajan los “curas villeros”, que vieron en la beatificación de Angelelli el reclamo del papa Francisco por una Iglesia más cercana a los pobres.
Angelelli murió el 4 de agosto de 1976 víctima de un accidente de carretera provocado, a unos pocos kilómetros de Chamical. Minutos antes había participado del funeral de Murias y Longeville, torturados y fusilados por los militares tras su secuestro en una base aérea. Los grupos armados de la dictadura ya habían acribillado en su casa y delante de su familia a Pedernera. Los cuatro hacían trabajo social en los barrios más pobres de la provincia y quedaron en la mira después del golpe contra Isabel Perón.
Para el premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel, presente en José León Suárez, el reconocimiento a Angelelli está en línea con la santificación del obispo salvadoreño Oscar Romero, en octubre pasado. “Romero estuvo silenciado durante muchos años. Lo mismo pasa con los cuatro mártires riojanos, no solo Angelelli. Yo los conocí a todos. Eran pastores que caminaban y denunciaban las injusticias, y por eso los mataron”, dice Pérez Esquivel. Se trata, en cualquier caso, de sacar de la oscuridad a esos sectores de la Iglesia que no apoyaron el terrorismo de Estado, como sí hicieron tantos otros.
El público se reúne en un triángulo formado por las vías del tren y el puente que permite a la avenida Márquez cruzar sobre las vías. Es una zona comercial, pero muy deprimida. Los tenderos se quejan de que todo está “jodido, jodido”, como nunca desde la crisis de 2001, cuando tocaron fondo. Entre los comercios hay carpas de venta de comida montadas por las parroquias para recaudar dinero. Detrás se ven los murales pintados en honor a Angelelli y más allá el descampado de la pobreza. Di Paola celebra una misa sin protocolos sobre una tarima y pide por una Iglesia comprometida. Otro diácono toma el micrófono y arenga a la gente: “Tenemos cuatro mártires argentinos. Esto es un regalo del papa Francisco para los que critican, para los que hablan pavadas”, dice. Se refiere a los ataques que recibe el Papa por su mala relación con el gobierno de Macri o su cercanía con el peronismo.
Los límites entre religión y política se difuminan. Entre familias con niños, vecinos de a pie y religiosos están los movimientos sociales que trabajan en la zona, como el Movimiento de Unidad Popular (MUP). María tiene 63 años y es la portavoz. “La situación está peor, cada vez hay más chicos que van a los comedores. La gente está muy enojada y también muy triste. Venimos todos los martes a repartir mate cocido y torta fritas acá, a la estación. Antes tardábamos dos o tres horas y ahora se nos va todo en menos de una hora”, dice. Ángel Bollero vende gorras en un comercio debajo del puente. Tiene 62 años y lleva 30 en ese mercado improvisado. “Está jodido. Se vende poco y la gente se queja. No estoy al nivel del 2001, pero se nota jodido”, cuenta.
La pobreza subió hasta el 32% en Argentina, según la última medición oficial, en un contexto económico recesivo y de alta inflación. Di Paola coincide en que la crisis pega con especial dureza en los barrios donde trabajan los curas villeros, pero enseguida aclara que saben soportar. “La gente está angustiada y preocupada”, dice el sacerdote, “pero en los barrios más humildes se aprende a compartir, a buscar de un modo ingenioso recursos”. En Argentina, país de crisis recurrentes, esa estrategia de supervivencia se llama solidaridad.
Fuente:https://elpais.com/internacional/2019/04/29/argentina/1556560506_922676.html
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