Desde una favela, reclamó a la clase dirigente mayor inclusión social; llamó a los argentinos a «hacer lío»
RÍO DE JANEIRO.- Llamó a los jóvenes a no desanimarse ante las injusticias y la corrupción; a la clase dirigente, a trabajar por un mundo más justo y solidario, y a los fieles argentinos, a hacer «lío en sus diócesis», a no «licuar» su fe y a «defender sus valores».
Ayer fue el día de la apoteosis, o de la vuelta a casa, para Jorge Bergoglio. Al margen de que fue ovacionado en Copacabana en su primer encuentro con más de un millón de jóvenes de todo el mundo, por primera vez desde que fue elegido volvió a hacer dos cosas que considera esenciales, que no hacía desde su viaje a Roma.
En dos eventos cargados de emoción que él mismo quiso incluir en la agenda del primer viaje internacional de su pontificado (que enloquecieron a los responsables de seguridad y logística), pudo volver a abrazar a los excluidos, a los marginados, al visitar una favela en el norte de esta ciudad. Poco más tarde, en otro encuentro organizado a último momento, pero impostergable, pudo volver a abrazar a miles de fieles argentinos que peregrinaron hasta aquí para la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), en un encuentro estremecedor en la catedral de Río.
En los dos eventos de altísimo valor simbólico, y luego en Copacabana, Francisco fue aclamado como nunca, y tuvo definiciones contundentes. Palabras directas, en línea con un pontificado renovador, decidido a denunciar las injusticias sociales y que quiere una Iglesia «pobre para los pobres», no encerrada en sí misma.
«Me gustaría hacer un llamamiento a quienes tienen más recursos, a los poderes públicos y a todos los hombres de buena voluntad comprometidos en la justicia social: que no se cansen de trabajar por un mundo más justo y más solidario», pidió.
Francisco no sólo predicó con palabras , sino con su conmovedor ejemplo. Al llegar a la favela de Varginha, donde pese a la lluvia la gente lo esperaba bailando y cantando, en un clima de fiesta impresionante, no dejó de besar, bendecir, tocar, abrazar, dejarse fotografiar, con camisetas que le regalaban o una bufanda de San Lorenzo, a todos aquellos que lograran acercarse.
Mientras sus guardaespaldas no ocultaban su nerviosismo, porque el Papa no quería defraudar a nadie y se detenía a charlar con todos, visitó la capilla de la iglesia de San Jerónimo, donde bendijo un nuevo altar, y la casa de una familia, y pronunció un fuerte discurso en un palco montado en la canchita de fútbol de la favela. Allí saltaba a la vista una inmensa pancarta que decía «papa de los villeros», junto a una bandera argentina. Era para recordar el compromiso total del ex arzobispo de Buenos Aires con sus villeros, a quienes solía visitar en el anonimato y llegando en colectivo.
Después de agradecer la bienvenida, Francisco fue directo al quid de la cuestión.
«El pueblo brasileño, especialmente las personas más sencillas, puede dar al mundo una valiosa lección de solidaridad, una palabra olvidada, porque es incómoda. Me gustaría hacer un llamado a quienes tienen más recursos, a los poderes públicos y a todos los hombres de buena voluntad comprometidos en la justicia social: que no se cansen de trabajar por un mundo más justo y más solidario», dijo, cautivando a los oyentes.
«Nadie puede permanecer indiferente ante las desigualdades que aún existen en el mundo. Que cada uno, según sus posibilidades y responsabilidades, ofrezca su contribución para poner fin a tantas injusticias sociales. No es la cultura del egoísmo, del individualismo, que muchas veces regula nuestra sociedad, la que construye y lleva a un mundo más habitable, sino la cultura de la solidaridad; no ver en el otro un competidor o un número, sino un hermano», sentenció.
Tras elogiar los esfuerzos de Brasil para integrar a todos, a través de la lucha contra el hambre, hizo una advertencia. «Ningún esfuerzo de «pacificación» será duradero ni habrá armonía para una sociedad que margina y abandona en la periferia una parte de sí misma», dijo. «La medida de la grandeza de una sociedad está determinada por la forma en que trata a quien está más necesitado», agregó, al denunciar, una vez más, la cultura del descarte.
Y enumeró las prioridades: «Ciertamente es necesario dar pan a quien tiene hambre, es un acto de justicia, de dignidad. Pero hay también un hambre más profunda, el hambre de una felicidad que sólo Dios puede saciar», dijo.
«No hay una verdadera promoción del bien común ni un verdadero desarrollo del hombre cuando se ignoran los pilares fundamentales que sostienen una nación: la vida, un valor que siempre hay que tutelar y promover; la familia, fundamento de la convivencia y remedio contra la desintegración social; la educación integral; la salud; la seguridad, en la convicción de que la violencia sólo se puede vencer partiendo del cambio del corazón humano», agregó.
Por último, les habló a los jóvenes de la favela. «Ustedes tienen una especial sensibilidad ante la injusticia, pero a menudo se sienten defraudados por los casos de corrupción, por las personas que, en lugar de buscar el bien común, persiguen su propio interés. A ustedes y a todos les repito: nunca se desanimen, no pierdan la confianza, no dejen que la esperanza se apague», dijo.
«La realidad puede cambiar, el hombre puede cambiar», aseguró. «No están solos, la Iglesia está con ustedes, el Papa está con ustedes», concluyó, provocando gritos de júbilo.
Una fiesta de algún modo similar, aunque distinta, se vivió media hora más tarde en la catedral, cuando el Papa, que llegó a la cita en su ya mítico Fiat Idea, fue recibido como un héroe.
«Quiero decirles algo: ¿qué espero de esta JMJ? ¡Lío, pero no sólo acá, en Río, sino lío en las diócesis, quiero que la Iglesia salga afuera, que se salga afuera!», clamó el Papa, que improvisó su discurso.
La jornada había empezado en el Palacio de Cidade, donde recibió las llaves de la ciudad y bendijo las banderas olímpicas, y terminó con una triunfal ceremonia de bienvenida de los jóvenes en Copacabana , en la que Francisco lució radiante.
Hoy, continuando con lo de predicar con el ejemplo sobre esa Iglesia que sale al encuentro, confesará a jóvenes de la JMJ en el parque de Boa Vista, se reunirá con detenidos, almorzará con jóvenes y por la noche presidirá un Vía Crucis en la costanera de Copacabana, seguramente sugestivo y multitudinario.
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