San Rafael, Mendoza 24 de noviembre de 2024

De Rolex por los campos de concentración – Por:.Beatriz Genchi

En 2007 un cronógrafo Rolex Oyster 3525 y unas cartas salieron a subasta, pagándose por el conjunto sesenta y seis mil libras. Seis años después se supo que otro reloj de la misma marca y modelo se vendió por sesenta mil libras. En el primer caso se trataba del que había encargado el cabo Clive James Nutting y la correspondencia mantenida con el director de Rolex para su adquisición en 1943. En el segundo, su dueño había sido el teniente Gerald Imeson, que compartía con el anterior el estar ambos prisioneros en el Stalag Luft III.

El 24 de marzo de 1944 sonaron todas las alarmas del citado campo de concentración al percatarse los centinelas de que setenta y seis presos, todos pilotos aliados, estaban escapando delante de sus narices. Para ello habían excavado tres túneles, dos de los cuales dejaron como almacén para la tierra mientras que el otro, al que bautizaron con el nombre clave de “Harry”, medía nada menos que 102 metros y estaba equipado con luz eléctrica e incluso un sistema de ventilación.

Contaron a su favor con el hecho de que sus guardianes les dispensaban un régimen relativamente laxo, ya que pertenecían a la Luftwaffe y no a las SS. Pese a todo, el túnel se quedó corto; por un error de cálculo apenas rebasó el límite de las alambradas y por eso los fugados fueron descubiertos. A lo largo de los días siguientes la Gestapo fue capturando uno tras otro a los que consiguieron salir -excepto a tres, que lograron ponerse a salvo- y fusiló a medio centenar de ellos como represalia.

¿Cuál fue el papel de Rolex en todo esto? Hay que retrotraerse al principio de la contienda, cuando los pilotos de la RAF Real Fuerza Aérea, solían comprar relojes de esa marca para sustituir los que recibían como parte del equipo estándar. Obviamente, buscaban lo mejor para su trabajo y no les importaba asumir que tardarían un tiempo en terminar de pagarlos. El problema era que también a los alemanes les llamaba la calidad de la marca suiza, así que cuando un piloto británico era derribado y hecho prisionero, sus captores lo primero que hacían era confiscarles el reloj. Ello implicaba que el legítimo dueño no sólo perdía su preciada pertenencia sino que aún tendría un montón de plazos que pagar por nada, y como a lo largo de cuatro años de guerra hubo muchos pilotos en tal circunstancia, la cantidad de relojes Rolex incautados sumaba varios miles. Esta peculiar situación llegó a oídos del fundador de la empresa, Hans Wilsdorf, el cual, haciendo un alarde de empatía, decidió ponerle una atrevida pero elegante solución: reemplazaría todos los relojes confiscados sin cargo y además retrasaría el pago del importe hasta el final del conflicto.

Pero, vuelvo al tema del Stalag Luft III. Uno de los pilotos que escribieron a Rolex pidiendo el repuesto fue, Clive James Nutting, cabo del Royal Corps of Signals capturado en Dunkerque en 1940, que el 10 de marzo de 1943 pidió un cronógrafo Oyster 3525 de acero inoxidable; no era poco porque el precio de ese modelo ascendía nada menos que a mil doscientas libras, aunque el cabo aseguraba que podía ir pagándolo con el dinero que cobraba en el campo trabajando como zapatero.

Exactamente cuatro meses más tarde llegó el reloj acompañado de una carta de Wilsdorf en la que le eximía de abonarlo mientras no terminase la guerra, tal como había prometido, y además se disculpaba por la tardanza en el envío, debida a los muchos encargos similares que atender.

Al parecer el cronógrafo estaba destinado a medir los tiempos de paso de las patrullas de guardias y del barrido de los reflectores nocturnos. También el ritmo al que debían ir entrando los presos en el túnel para que éste no se congestionase. Visto el resultado, el Oyster 3525 cumplió eficazmente su cometido y si la fuga no salió todo lo bien que se esperaba fue por la insuficiente longitud de “Harry” nada que tenga que ver con los tiempos medidos.

Nutting e Imeson sobrevivieron a la represión de la Gestapo y a la guerra porque no estaban entre los evadidos; de hecho, el primero sería uno de los asesores de una famosa película sobre el tema y falleció en 2001, de ahí que el reloj y las cartas salieran a subasta. Antes, tal como estaba acordado, solicitó que le enviaran la factura del reloj; cuando llegó fue mucho menor de lo que costaba: quince libras, doce chelines y seis peniques, el mismo importe que pagó Imeson. La razón se debió a un detalle que nadie había tenido en cuenta: el problema de sacar divisas del país en la posguerra, aun cuando fuera para hacer pagos. Claro que a Rolex ya no le afectaba económicamente porque había multiplicado su prestigio y sus ventas.

Gentileza:Beatriz Genchi – beagenchi@hotmail.com
Museóloga-Gestora Cultural-Artista Plástica.

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