San Rafael, Mendoza viernes 29 de noviembre de 2024

Selección argentina, Mundial 2018: sin espíritu ni un guía en la oscuridad, el impacto de la derrota presagia lo peor

La selección, sin tiempo ni margen para más erroresLa selección, sin tiempo ni margen para más errores

Arrastran las piernas, no caminan. Aquí, en este punto del planeta, como hace dos años en la penumbra de un estadio de Nueva Jersey o tres atrás por los pasillos del Nacional de Santiago de Chile, la selección argentina mastica una derrota demasiado dolorosa. Solo que esta vez no se perdió una final: peor que eso, se consumó un presagio amasado nerviosamente durante cinco días en la propia intimidad del plantel. Ni los insondables misterios del fútbol se complotaron para torcer una tendencia negativa que arrancó en Moscú el sábado pasado, después del empate inaugural con Islandia. ¿Cómo puede salir bien algo que nació mal? Los jugadores recorren la zona mixta rumbo al bus que los llevará al aeropuerto con las ganas que tiene un nene de ir a la escuela cuando tiene sueño. Lo que ellos no tienen ahora, justamente, son sueños: «Se sienten eliminados», los pinta alguien que también se subirá con ellos al avión de vuelta a Bronnitsy.

Desde que Messi falló el penal en el debut, todo lo que siguió fue una cadena que continuó el declive: el bajón emocional del capitán, las dudas sobre dos referentes históricos como Di María y Biglia, el nuevo esquema táctico con apenas tres entrenamientos para acomodarlo, la confirmación de los cambios en la formación, el giro repentino de Sampaoli respecto de la titularidad de Pavón y el disenso dentro del cuerpo técnico sobre cómo plantear el partido… En ese ambiente insoportable, solo una nueva lección del carácter imprevisible del fútbol podía darle forma al necesario triunfo ante Croacia.

No hubo tal cosa, y con el certificado de la derrota las responsabilidades empezaron a compartirse. «Soy yo», se las adjudicó Sampaoli en la conferencia de prensa, casi sin levantar la mirada de la tarima, después del 3-0 decorado con un tercer gol indigno de un equipo de este nivel, pero entendible si lo que no hay es algún tipo de respuestas en medio del descalabro. Le cabe ese lugar de responsable al entrenador, al fin y al cabo el que decide con quiénes y cómo plantear los partidos. «Hay que luchar por la bala que queda», intenta configurar algún tipo de esperanza con una metáfora bélica. Le sale así, sin pensarlo mucho, aturdido como está. Le va a costar transmitirle al plantel una determinación que en este momento no tiene. Sus palabras se hermanan con las de Messi tras el debut: «Me hago responsable del resultado», había dicho tras aquel bendito penal que no terminó en gol. Ahora, mientras abandona el estadio, el capitán no intenta hablar como tampoco había logrado salir de su propio encierro en los 90 minutos sobre el césped. Un remate al arco, interceptado por Rakitic, había sido su único intento contra Subasic. Lo demás fue un andar errante por toda la cancha, al extremo de quedar retratado en el último gol como un espectador en el balcón del área de Caballero.

Messi fue una sombra de su estrella porque no pudo correrse tampoco él de esa espiral envolvente que atrapó a todos. Se lo necesitaba fuerte para que llevara al equipo a un destino mejor, pero las señales que ya había entregado en la concentración de Bronnitsy ambientaban un mal final. Ensimismado, al cuerpo técnico le había llamado la atención que aquel error ante Islandia lo hubiera marcado tanto. Y si el líder no emite las ondas positivas que contagien a los demás, la manada responde en consecuencia. «Lo siguen a él, y no está bien», repetían con preocupación desde la intimidad y con el equipo ya instalado en esta ciudad, a 24 horas del partido. Amo y señor del fútbol mundial, el 10 vuelve a entrar en esa dinámica perversa con la camiseta de la selección puesta. Quiere y no puede, sin solución de continuidad. Representa a una generación cansada «de comer mierda», como graficó su amigo Mascherano sobre ese grupo selecto que ellos encabezan: los que llegaron a tres finales consecutivas y las perdieron a todas. Son siete jugadores que ayer estuvieron aquí y también en esas derrotas: además de ellos dos y Sergio Agüero, los tres titulares ante Croacia, se cuenta Biglia, Higuaín, Di María y Rojo. ¿Qué será de todos si la aventura rusa se termina abruptamente el próximo martes en San Petersburgo?

Si a este equipo antes lo volteaba la primera trompada, ahora esa piña puede dársela él mismo. El inolvidable error de ‘Willy’ Caballero, una foto que se imprimirá por años entre los recuerdos de este Mundial, propició la debacle. No hay capacidad para levantarse, un déficit que les cabe a los jugadores y a quienes los conducen, que no supieron qué teclas tocar para reanimarlos. Con esa debilidad espiritual deberán afrontar contra Nigeria el partido de la cornisa. Imposible imaginar en este momento cómo lo sacarán adelante, si apenas pueden balbucear algo ahora, en esa fila india que ensayan por delante de la prensa y elegirían esquivar si pudieran.

En manos de terceros. La selección argentina, subcampeona mundial, depende ahora de una serie de resultados de otros para pasar a los octavos de final en la Copa. Que este mediodía Nigeria le gane a Islandia para que la clasificación se decida en un mano a mano con los africanos, es el latiguillo que empezó a sonar bien de madrugada. ¿Cómo lograrlo? ¿Con qué herramientas? Quien tenga un indicio de respuesta puede teclear unas palabras en Google Maps y enfilar hacia allí: Bronnitsy Training Centre.

Por: Andrés Eliceche
Fuente:https://www.lanacion.com.ar/2146358-sin-espiritu-ni-un-guia-en-la-oscuridad-el-impacto-de-la-derrota-atrapa-a-la-seleccion-argentina-y-presagia-lo-peor

 

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