El libro de Mónica Müller sobre ese padre inmigrante que viajó a los seis años desde Hamburgo asoma como una de las revelaciones del año.
Presentes o distantes, varios padres protagonizan títulos de la literatura argentina reciente. Poetas, escritores de ficción y no ficción, incluso autores de esa construcción genérica que se impuso en la industria editorial (la autoficción, donde coinciden el autor, el narrador y, a veces, el protagonista), eligen a los padres como portadores de sentidos contradictorios. Héroes imperfectos, vulnerables figuras públicas, sombras escurridizas de acontecimientos históricos y, en ocasiones, el eslabón fundamental entre infancia y cultura, los padres representan un núcleo dinámico a la hora de escribir. El conflicto que subyace entre esa presencia narrativa y los hijos que toman la palabra crea una instancia genealógica en la literatura.
Dos primeras novelas de autores argentinos se enfocan en personajes paternos atravesados por las circunstancias políticas. En Estatuas de sal (Barenhaus), novela histórica de Mario Charriere basada en hechos reales, un padre se enfrenta con su hija, que se ha enamorado de un guerrillero en los turbulentos años 70. Y en El íntimo traidor, de Silvia Renée Arias (conocida por los lectores por sus biografías sobre Adolfo Bioy Casares y Paola Kaufmann), el destino de un padre cuyo hijo ha desaparecido se resuelve junto con la solución de un enigma familiar. Publicada por Letras del Sur, la novela de Arias narra la tragedia de personas sencillas en un pueblo de la provincia de Buenos Aires. En 2017, Facundo Soto publicó la novela Fotocopia (Paisanita), protagonizada por un padre que es gay. Aunque la historia transcurre en años posteriores a la sanción del matrimonio igualitario, su hija no lo acepta. Soto muestra que la figura del padre no es algo dado y que deben construirse las definiciones de lo que se entiende por paternidad. «Lo que resume la forma de ser del personaje y la relación con su hija es que él acepta todo, incluso que ella no quiera verlo, dejando las puertas abiertas para que algún día, cuando ella lo desee, vuelva», comenta el autor.
Crónicas de un padre inmigrante
Un nuevo título añade al catálogo de representaciones literarias paternas un retrato especial. Memoria familiar, tragicomedia de un desertor de la Segunda Guerra Mundial en el Río de la Plata, elaboración crítica del pasado nazi y autobiografía velada, Mi papá alemán. Una vida argentina (Seix Barral), de Mónica Müller, asoma como una de las revelaciones del año. No solo por la historia de ese padre inmigrante, que viajó a los seis años desde Hamburgo hasta Buenos Aires en la tercera clase del vapor General Belgrano, sino también por las metamorfosis que esa vida «argentina» desarrolló ante espectadores privilegiados: dos hijos emancipados, lúcidos e irónicos, que reconstruyen el apogeo y el derrumbe de un hombre enemistado con su padre pero al que, de a poco, empieza a parecerse.
«Intervenido» por dibujos, fotos de objetos personales y documentos oficiales, más el registro de acontecimientos domésticos e históricos, el texto de la hija escapa de la complacencia con los antepasados. Anna y Max, sus abuelos paternos, estaban en la Argentina, «pero no sentían el menor agradecimiento por haber sido tratados con generosidad y sin preguntas». Según la autora, que fue directora creativa en una agencia de publicidad y es médica, habían perdido algo muy valioso: «El espíritu germánico de la descendencia». El abuelo regresa a Alemania a colaborar con los nazis durante la Segunda Guerra y se pelea con el hijo porque este no quiere acompañarlo.
«Comencé a escribir Mi papá alemán hace casi diez años por el deseo de reconstruir la historia de mi padre, que vivió cincuenta años en la Argentina», dice la autora a LA NACION. Müller, que lleva publicados una nouvelle, un libro de cuentos y dos ensayos sobre salud, cuenta que siempre le gustaron los relatos sobre padres. «Me resulta sorprendente la cantidad de literatura consagrada a relatar esas vidas pasadas pero cercanas».
El texto que escribía dio un vuelco cuando descubrió el secreto que la familia paterna y un idílico pueblito bávaro habían escondido bajo siete llaves desde la Segunda Guerra Mundial. A partir de entonces, Müller inició una investigación para profundizar en la verdad. Eso la obligó a interpretar cada hecho de la vida de su padre de otra manera. «Ahí el relato mutó completamente y lo que hasta entonces era una biografía se transformó en un texto literario, quizá por la necesidad de afrontar las circunstancias atroces y dolorosas bajo una luz menos cruda».
De manera inevitable, Mi papá alemán roza la historia del nazismo en Alemania y su presencia en la Argentina. «Lo que se ha dado en llamar ‘la vergüenza de ser alemán’, sentimiento que los descendientes de alemanes con cierta sensibilidad experimentamos en algún momento, se puso a trabajar en el primer plano de mi conciencia y me llevó a reflexionar con intensidad sobre la culpa colectiva, la crueldad de los pueblos, el mal y la inocencia individuales», revela la autora. ¿Se puede ver en forma objetiva a quienes amamos? ¿Los hijos son cómplices de los crímenes de los padres? «No pude dejar de pensar en los hijos de los genocidas de la última dictadura argentina y en su valiente lucha por diferenciarse de sus padres», confiesa la autora.
Hacia el final, la autora adopta una mirada ensayística con la que que intenta comprender las posiciones de negación o «antimemoria» de personas e instituciones. Al mismo tiempo, se valora el trabajo de los movimientos sociales de recuperación y resguardo de la memoria sobre hechos atroces de la historia. «Pienso que los humanos tenemos la obligación de recordar y compartir crudamente lo que sabemos por doloroso o vergonzante que sea», escribe Müller. Una divisa para el presente.
Ante la muerte
La muerte del padre suele ser una causa poderosa para escribir. Enrique Decarli, un escritor que merecería ser más conocido, narra en Flipper (Paisanita) las horas posteriores a la muerte del padre de un personaje desconsolado y tierno. «La escritura del libro empezó con el descubrimiento de unas cartas y tarjetas de cumpleaños que le había escrito a mi viejo, y que él, a su vez, me había escrito a mí. En la caja, apareció una carta clave, la que le escribí para el último Día del Padre, en junio de 1997. Ahí estaba escrito todo». Si bien es una ficción, Flipper retoma la experiencia del autor, que escribió la novela dos años después de convertirse en padre. «No hubiera podido llegar al mismo resultado si la hubiera escrito solo con la mirada del hijo. Ser padre fue fundamental, además, para poder repensar a mi viejo».
Celina Feuerstein y Julieta Lopérgolo, publicaron recientemente libros de poesía dedicados al padre casi por completo. Feuerstein escribió La casa vacía (Caleta Olivia) cuando su padre se enfermó. «El duelo que comenzaba fue algo más que la causa de mi poemario, el duelo mismo se hizo poesía», confiesa. La memoria y el olvido construyen una trama poética en la que se entremezclan la guerra, la despedida de su madre cuando se llevaron al padre de la autora a un campo de trabajo y los años pasados junto a una mujer nazi en un campo de concentración de mujeres. En Para que exista esa isla(Postales Japonesas), Lopérgolo recrea la enfermedad y la muerte del padre en una clave poética reflexiva y nostálgica.
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