Desde la llegada definitiva de la democracia, en 1983, no es la primera vez que nos hemos planteado estos temas. Si no los hubiéramos enfrentado, muchas industrias no existirían hoy.
En los tiempos del revolucionario sistema tayloriano, presente en aquella década de los 80, el supervisor pedía a los obreros que dejasen sus cabezas pensantes en el perchero y hagan lo que dice el manual, ya que había sido hecho por los que saben. La industria automotriz fue la primera en verse afectada por la invasión de coches japoneses de alta calidad y funcionalidad, tanto en los Estados Unidos como en la Argentina. Pero, ¿qué fue lo que produjo esta explosión de competitividad en Japón? Los acuerdos entre empresarios, sindicatos y el Estado.
Los operarios dejaron de colgar sus cabezas en el vestuario y los empresarios transmitieron técnicas de mejoramiento continuo, impulsadas por las enseñanzas de un grande: Deming. Los supervisores se transformaron de jefes en líderes, y los operarios se convirtieron en protagonistas del trabajo.
Tom Peters, autor de Pasión por la Excelencia, dijo en una visita al país: «Señores: o ustedes lideran, capacitando en mejora continua, dando participación ordenada, aprovechando la inteligencia de sus obreros, acordando con el sindicato o ¡se van a la quiebra! Porque si ustedes no lo hacen, lo hará su competencia?. En esa misma semana, en el estadio Luna Park, Juan Pablo II, con una sencillez que encandilaba a los empresarios presentes exclamó: «Ustedes tienen la responsabilidad de capacitar en forma continua a cada uno de los operarios y hacer que éstos sean enriquecedores de su trabajo» y con una expresiva y paternal sonrisa, expresó: «Si quieren ganarse el cielo…»
Hoy nuestro desafío es adelantarnos y actuar teniendo en cuenta que la única constante, es el cambio innovador. La modernización es necesaria e imparable. La tecnología aumenta la riqueza total y el gran desafío de sindicalistas, empresarios y el Estado es cómo distribuirla y recapacitar a los empleados que desplaza.
Muchos jóvenes que hoy están aprendiendo cosas nuevas, para cuando se incorporen a la fuerza laboral quizá ya sean viejas. Hoy la empleabilidad depende de la capacidad de aprender y no de lo que se sabe. La globalización acelera los cambios. Y el sistema educativo actual no logra dar respuesta a estos escenarios.
El empresariado, el sindicalismo y el Estado tienen el instrumento de la negociación colectiva para acordar mejoras de productividad, salarios, reconversión de mano de obra y calidad de vida laboral, dando importancia a los derechos y deberes de los trabajadores. Todo lo que se había avanzado en materia de convenios colectivos con las leyes 24.700 de 1992 y la 25.250 del año 2000, fue demolido por la ley 25.877 de los inicios del gobierno kirchnerista que junto con el Dr. Recalde, volvieron a una ley de 1975. Esta nueva ley destruye la cultura del trabajo y la competitividad de nuestros operarios, además de las mafias de los juicios laborales de las ART que desalientan la incorporación de personal por parte del empresariado, en un país con más del 30% de empleados en negro y un millón y medio de desocupados.
Los sindicatos centrales deben establecer parámetros y es importante que los acuerdos y negociaciones sean aprobabas por el sindicato que tiene personería gremial y la responsabilidad de la negociación general. Como las cámaras empresarias, los sindicatos centrales necesitan la renovación de sus cúpulas y de la democracia interna, dando lugar a una generación de dirigentes que sea reconocida por la sociedad.
Cuando Alberto Castillo exclamaba en el tango La Bohemia en 1949: «Obreros y empresarios siempre juntos adelante para bien de todos», se había adelantado a Deming, a Peter Druker y no digamos a Juan Pablo II, porque la doctrina social de la Iglesia rige desde hace mucho tiempo para los que se quieren ganar el cielo.
No estamos proponiendo una reforma laboral, sino una modernización laboral. Y se puede lograr dentro de la ley, con confianza mutua, paso a paso y con consenso.
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