San Rafael, Mendoza viernes 22 de noviembre de 2024

Películas por las cuales creemos en el amor

Paseo

En Sundance se estrenó Antes del anochecer; repasamos algunas películas que nos devuelven la fe en el romanticismo; por Milagros Amondaray

«No, John Hughes no dirigió mi vida» se lamenta Olive Penderghast en una escena de ese gran homenaje a las comedias románticas de los 80 llamado Easy A . Olive pone en palabras lo que probablemente les sucede a todos quienes atesoran cada una de las películas del recordado John Hughes. En Se busca novio , por ejemplo, la protagonista es Samantha (Molly Ringwald), una adolescente a la que le toca atravesar el peor cumpleaños posible (los dieciséis del título original), afrontando el hecho de que sus propios padres no lo recuerdan, que su hermana está por casarse y que ella está enamorada del chico más popular del colegio, Jake Ryan. Sin embargo, luego de hacer pasar a sus protagonistas por situaciones entre patéticas e irrisorias, John Hughes siempre (como si se tratase de una versión masculina y cinematográfica de Jane Austen) les intenta dar a sus personajes la esperada catarsis, el ansiado final feliz. Así es como, a la salida de la iglesia, luego de oficiar de dama de honor de su hermana, el rostro de Sam se transforma al ver a Jake del otro lado de la calle, antes de la emblemática secuencia del festejo de cumpleaños arriba de una mesa donde la protagonista, como ella misma lo asegura, finalmente logra que su deseo se cumpla.

 

Más allá de la mala racha que indudablemente está atravesando Adam Sandler, nadie puede discutirle sus logros en la comedia romántica, como el caso de Embriagado de amor (donde Paul Thomas Anderson supo cómo aprovechar la mejor faceta del actor, esa que se vincula con sus hilarantes exabruptos) y como el que nos ocupa en esta nota. En Como si fuera la primera vez  Sandler interpreta a Henry, un hombre que pasa sus días huyéndole al compromiso con el sexo opuesto. Como suele suceder en este género, hay un encuentro (el famoso «meet cute») que modifica los acontecimientos y que, sobre todo, altera la conducta de sus personajes; y Henry se encuentra con Lucy (una luminosa Drew Barrymore), una joven con un particular grado de amnesia, que vive cada día como si fuera el mismo. Lo más atractivo del film de Peter Segal no es solo ver a su protagonista (antes egoísta o desinteresado en las relaciones) resignándolo todo por alguien (lo cual le da un nuevo significado al concepto de «amor verdadero») sino todo ese cortejo previo al posterior vínculo, un cortejo que, dada la enfermedad de Lucy, debe llevarse a cabo una y otra vez, poniendo a prueba el interés de Henry por ella y poniendo a prueba hasta qué punto, cuando se ama realmente, uno nunca decide resignarse.

 

Con solo tres películas – la más reciente, el documental Stories We Tell -, Sarah Polley consiguió posicionarse como una de las realizadoras contemporáneas más interesantes y, al mismo tiempo, como una verdadera autora. Porque a pesar de que su filmografía cuenta con dos largometrajes de ficción ( Lejos de ella y la no menos devastadora Take This Waltz ), Polley ya logró establecer un cierto tono, un cierto aire de pesadilla en ambos trabajos, los dos centrados en observar las alteraciones de las relaciones amorosas. En Lejos de ella – película basada en el cuento «The Bear Came over the Mountain» de Alice Munro -, Polley se detiene en un tema duro: cómo afecta a una pareja mayor el hecho de que uno de ellos padezca Alzheimer. Pero lo atípico de Lejos de ella es cómo su directora revierte la mirada y, despojándose de cualquier tipo de golpe bajo, hace foco en la tristeza de Grant (un extraordinario Gordon Pinsent) y su persistencia por traer al presente los recuerdos que su mujer Fiona (Julie Christie) va paulatinamente soltando. El resultado es una obra de nostalgia constante pero, simultáneamente, de devoción. Porque pocas cosas tan bellas y desgarradoras como esa demostración de amor de Grant quien, al advertir qué es lo mejor para su esposa, decide dar un paso al costado y dejarla vivir el resto de su vida como mejor la haga sentir, incluso sabiendo que para él, ya casi todo está perdido.

 

La película de Jon Turteltaub es uno de los mejores cuentos de hadas que nos ha dado los 90 y toda su estructura responde a esa clase de relato. Sandra Bullock interpreta a Lucy, una joven que a pesar de los golpes recibidos (la ausencia de sus padres), no pierde la esperanza de en algún momento interrumpir el tedio de su rutina y viajar, poniéndole así el primer sello a su pasaporte. Sin embargo, Lucy también tiene otro anhelo: que Peter, un atractivo hombre que siempre pasa por la boletería del tren donde ella trabaja, pueda milagrosamente notar su presencia. Un hecho fortuito (Peter tiene un accidente en las vías y queda en estado de coma) genera una confusión, ya que toda la familia del empresario cree que Lucy es su prometida. Mientras dormías tiene una protagonista tan natural, reconocible e imperfecta, que es imposible que el espectador no desee que su cuento de hadas termine con ese viaje, que concluya con ella siendo parte de una familia que nunca tuvo. ¿El giro? La entrada en escena de Jack, el hermano de Peter, que justamente vendría a simbolizar ese amor inesperado que va contra todos los pronósticos y deseos de Lucy y que, por esa misma razón, es el único en poder cambiar su vida y comprenderla como nunca nadie lo hizo.

 

La historia entre Wilson y Vivian le debe mucho a la saga de Richard Linklater ( Antes del amanecerAntes del atardecer /Antes del anochecer) y no solo por la obvia semejanza de que ambas parejas son observadas en el transcurso de un solo día. La idea algo utópica de encontrar a «la otra mitad» sobrevuela toda la película de Alex Holdridge. Filmada en blanco y negro y con pocos recursos, el fuerte de la obra son los diálogos entre dos personas que, de la manera más impensada y con realidades completamente opuestas, se juntan en Los Ángeles para pasar las vísperas de Año Nuevo. La vuelta de tuerca que le da Holdridge reside en el hecho de unir a Wilson y Vivian más desde el lado del compañerismo que desde el amor. Así, ambos no solo pueden compartir los traumas de sus relaciones pasadas sino también el miedo al futuro, el miedo a querer algo y no poder concretarlo. Buscando un beso a medianoche es una película que no se regodea en algunos lugares comunes del cine independiente, más bien los asume e intenta (con éxito) reinterpretarlos. Mención aparte para la química entre Sara Simmonds y el notable Scoot McNairy quien en el 2012 demostró (con Argo Mátalos suavemente Promised Land ) que hace rato dejó de ser solo una promesa.

 

 

Por Milagros Amondaray  | LA NACION

 
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