En Estados Unidos se investiga si Rusia intervino en la campaña estadounidense para favorecer al republicano, quien hablaba entonces de mejorar el vínculo con Moscú. Sin embargo, desde su asunción, la tensión entre ambos mandatarios va en aumento. Esta semana se verán cara a cara por primera vez
«Es brillante y talentoso, sin dudas. Una personalidad sobresaliente», dijo Vladimir Putin sobre Donald Trump en la conferencia de prensa anual que ofreció en diciembre de 2015. Un año después, el republicano era elegido presidente, y le devolvía la gentileza. «Siempre supe que era muy inteligente», tuiteó el 30 de diciembre pasado, luego de que el mandatario ruso evitara tomar represalias contra un nuevo paquete de sanciones dispuesto por la saliente administración de Barack Obama. El elogio no fue algo aislado. Buena parte de la plataforma de Trump en política exterior se centraba en recomponer las relaciones con el Kremlin.
«El presidente se enorgullece de su capacidad para cerrar acuerdos y forjar relaciones personales fuertes. Él y sus asesores creyeron que había una posibilidad de mejorar las relaciones con Putin reduciendo las penalidades y trabajando conjuntamente contra ISIS«, contó a Infobae Kathleen E. Smith, profesora del Centro de Estudios Euroasiáticos, Rusos y de Europa del Este, en la Universidad de Georgetown.
Pero los halagos cruzados y las promesas de acercamiento de ambas partes quedaron rápidamente ensombrecidos por un escándalo sin muchos precedentes en la historia estadounidense: la injerencia de los servicios de inteligencia rusos en las elecciones presidenciales para favorecer la candidatura republicana. Obama tomó aquellas medidas contra Rusia poco antes de dejar la Casa Blanca luego de que surgieran las primeras evidencias de esa oscura trama.
Las revelaciones continuaron en estos meses hasta convertirse en la mayor amenaza para el gobierno de Trump. El primer caído fue Michael Flynn, que debió renunciar el 14 de febrero a su puesto como asesor de Seguridad Nacional después de que se conocieran sus encuentros secretos con el embajador ruso en Estados Unidos, Sergey Kislayak. Luego llegó el turno de James Comey, el director del FBI que fue despedido por Trump el 9 de mayo. En una declaración ante el Senado, al mes siguiente, dijo que había sido destituido por la investigación que estaba llevando adelante sobre la injerencia rusa en las elecciones. En el último giro de esta novela, el fiscal especial Robert Mueller abrió en junio una investigación para determinar si el presidente obstruyó a la justicia.
A medida que esta trama avanzaba y afectaba la imagen de Trump, también se fue deteriorando la relación con Rusia. El punto de inflexión se produjo el 4 de abril, cuando el régimen de Bashar al Assad en Siria perpetró un ataque químico que mató a 83 civiles en la localidad de Khan Sheikoun. En respuesta, tres días más tarde, Estados Unidos bombardeó la base aérea de Al Shayrat, en la provincia central de Homs, de donde habían salido los aviones que realizaron el ataque con gas sarín.
Rusia y sus tropas son el principal sostén de Al Assad, así que la incursión unilateral estadounidense encendió las alarmas en el Kremlin, que de inmediato resolvió movilizar a su flota para reforzar la presencia en la región. El ministro ruso de exteriores Sergey Lavrov dijo que el bombardeo fue una «violación flagrante» de la ley internacional, y advirtió que más acciones semejantes implicarían «graves consecuencias para la seguridad global».
«Las relaciones entre los dos países son hoy tan malas como cuando Obama era presidente. No está claro si la falta de iniciativa para hallar un punto de encuentro se debe al temor de Trump a que lo vean demasiado suave con Rusia, lo que haría pensar a la gente que busca pagar a Putin por su supuesta ayuda en las elecciones, o si se debe a que el ala más antirusa de su administración es la que se adueñó de la iniciativa», explicó Robert Jervis, profesor de política internacional en la Universidad de Columbia, consultado por Infobae.
La tensión siguió en aumento a lo largo de las últimas semanas. De Medio Oriente se trasladó al Mar Báltico, donde un caza ruso interceptó a un bombardero de Estados Unidos para evitar que se acercara a su frontera. Y en un nuevo giro respecto del amistoso discurso de campaña, el Senado aprobó hace 15 días nuevas medidas contra Moscú. Es cierto que el Ejecutivo no estaba de acuerdo, pero no pudo hacer nada para impedirlo.
«La esperanza de Trump de que hubiera una mejora rápida y fácil de las relaciones se ha quedado en la nada, al menos por ahora —dijo Smith—. El Presidente no calculó la reacción que suscitaría entre republicanos y demócratas la idea de recompensar a Rusia cuando los rumores sobre la interferencia en las elecciones estaban por todos lados. El Congreso no está preparado para levantar las sanciones, que fueron impuestas en protesta por las acciones de Moscú en Ucrania, porque Rusia no modificó sus políticas en Crimea ni en el conflicto separatista en el este del país».
En este contexto se dará el primer encuentro cara a cara entre Trump y Putin. En las últimas horas se confirmó que mantendrán una reunión al margen de la cumbre del G-20, que se realizará entre el 7 y 8 de julio en Hamburgo, Alemania.
¿Eternos rivales?
Si bien el vínculo entre Washington y Moscú no está en su mejor momento, aún no llegó a un punto de no retorno. Trump ni siquiera cumplió seis meses de gobierno, así que no se puede descartar que haya un acercamiento. Pero hay varias razones para creer que no será nada fácil. En el plano coyuntural, el gobierno quedó muy condicionado por las investigaciones sobre el rol ruso en la campaña. Cualquier gesto puede ser visto como la ratificación de que hubo un pacto. En un sentido más estructural, cabe preguntarse si verdaderamente les conviene ser aliados.
«Putin fortaleció su popularidad doméstica demonizando a Occidente en general, y a Obama y Hillary Clinton en particular —dijo Smith—. Una relación genuinamente positiva con Trump podría afectar su narrativa interna. Desde la perspectiva de Rusia, quizás es más útil que Trump se limite a alienar a sus socios de la OTAN».
Si bien la llegada de Trump a la Casa Blanca no benefició directamente a Putin, como lo habría hecho si reducía las penalidades o tomaba alguna medida similar, la mayoría de los analistas coincide en que sí le reportó ganancias indirectas. Lo decisivo en este punto son las diferencias crecientes entre el mandatario estadounidense y sus pares europeos, que sembraron de incertidumbre el futuro de la OTAN, la principal alianza militar del mundo occidental. Sin el apoyo de Washington, Europa podría debilitarse, y eso aumentaría el margen de libertad de Rusia.
«Dudo que alguna vez sean aliados, porque las diferencias entre sus sistemas políticos agravan sus verdaderos conflictos de interés: el deseo de Putin de establecer una esfera de influencia en el exterior cercano, y su intervención en Siria. Esto último podría llevar a un incremento de la tensión, porque si bien no lo quiere ninguna de las partes, no se puede descartar un conflicto militar aéreo», sostuvo Jervis.
Tampoco Smith imagina un futuro de amistad entre estas dos potencias. «Es poco probable que se conviertan en aliados. Tendrían que encontrar alguna causa común que sea más importante que el desacuerdo por la anexión de Crimea. Tal vez lo mejor que podamos esperar es una disminución de las tensiones en el Báltico, y una mejora en las comunicaciones a nivel militar, para evitar choques en Siria«, concluyó.
Fuente:http://www.infobae.com/america/eeuu/2017/07/02/donald-trump-y-vladimir-putin-amigos-o-enemigos/
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