Nadal, con su décimo trofeo de Roland Garros.
Aniquila a Wawrinka en la final para lograr su décimo título en París, su 15º Grand Slam, superando a Sampras y quedando a tres de Federer
Asciende al número 2 del mundo, sólo superado por Andy Murray
Con la autoridad que ha venido demostrando a lo largo de dos semanas, con la misma que acredita su paso marcial por el torneo desde 2005, Rafael Nadal conquistó su décimo Roland Garros. Tres cursos después del último título en París, superado un período delicado que hizo concebir dudas sobre la longevidad de sus éxitos, se impuso a Stan Wawrinka por 6-2, 6-3 y 6-1, en dos horas y cinco minutos. El español ha logrado ya lo que ningún otro tenista consiguió en la era profesional: imponerse en diez ocasiones en un torneo del Grand Slam. Son ya 15 de este género los que colecciona, uno más que Pete Sampras, a tres de Roger Federer. La victoria le permite ascender dos puestos en el escalafón. Desde el lunes será número dos del mundo, sólo superado por Andy Murray. Sin ánimo de adelantar acontecimientos, no descarten verle por tercera vez en su carrera en lo más alto antes de que concluya la temporada.
Se trata de su título número 73, en 53º sobre su superficie favorita, el cuarto de esta temporada, tras sacar un 10 también en su paso por Montecarlo y el Conde de Godó y salir pentacampeón de Madrid. Sus números nunca fueron tan rotundos en París. Concluye la competición sin ceder un set y con 35 juegos perdidos, seis menos que en 2008.
Dominio en la final
Pero el poder aniquilador de Wawrinka quedó pronto neutralizado en París. El hombre que había resistido hasta el límite a Andy Murray, número uno del mundo, que había vuelto a pasear su impronta de máxima beligerancia en los torneos del Grand Slam, no encontraba la manera de hacer daño al nueve veces campeón. Tuvo el suizo una pelota de ruptura en el primer juego, pero no pasó de ahí. Nadal, por contra, amenazaba constantemente su saque. Lo hizo en cuatro ocasiones en el cuarto juego y no se arredró por ver frustrados los intentos. Quebraría después en dos juegos de manera consecutiva hasta llevarse cómodamente el set.
Capaz de construir jugadas a partir de su revés, abriendo pista con el cruzado y atacando a continuación al otro lado para irse a la red, el campeón de 2015 veía cómo su potencial perdía crédito ante un rival al que no basta con sacarle de plano, pues se mueve como un auténtico gamo por los lindes de la amplia pradera de la Philippe Chatrier.
Por la condición de zurdo del español, el revés cruzado de Wawrinka se topaba con su ‘drive’, circunstancia que contribuía a descapitalizar su propuesta. Dejemos en un costado ahora el mejor golpe de Nadal, glosado como merece durante lustros. El diez veces campeón posee desde hace tiempo otros argumentos, sino equiparables, sí de enorme valor.
Tanto la derecha como el resto funcionaron de manera soberbia, alejando al helvético de su zona de influencia. Era ésa la consigna principal, evitar que golpease en su área de confort. En una tarde calurosísima, Wawrinka corría y sudaba inútilmente. Después de entregar el primer set, perdió de entrada en su turno de saque del segundo. Casi no le quedaba otra que aplaudir, como hizo tras sentir en la yugular una derecha paralela en la línea después de haber conectado un revés seguramente imposible de devolver para cualquier otro tenista.
Hasta las más de 14.000 personas que colmaron la central desistieron de sus afanes de tener una final más intensa. A Wawrinka se le esfumó el segundo set con la misma premura y volvió a ver quebrado su saque recién iniciado el tercero. Era cuestión de tiempo contemplar a Nadal nuevamente desplomarse otra vez de júbilo sobre la arena que tan bien conoce. Doce años después del primer título recién cumplidos los 19, ahora diez veces campeón, ya habiendo ingresado en los 31. Implacable. Imperecedero. Aún en el centro de la tierra.
Fuente:http://www.elmundo.es/deportes/tenis/2017/06/11/593d635a468aeb1c598b4604.html
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