«Cuando la economía está habitada por buenos empresarios, las empresas son amigas de la gente y de los pobres. Cuando en vez pasan a las manos de los especuladores, todo empeora», sostuvo el papa Francisco.
El papa Francisco lamentó que «el sistema político favorezca al que especula y no al que invierte y cree en el trabajo», al que calificó como «una prioridad humana, cristiana y del Papa», al tiempo que sentenció que «el que despide gente no es un buen empresario, sino un comerciante» y criticó «la cultura de la meritocracia».
«Una enfermedad de la economía es la progresiva transformación de los empresarios en especuladores. No deben ser confundidos, son dos tipos distintos. El especulador es una figura similar a la que Jesús en el Evangelio llama ‘mercenario», afirmó el Pontífice durante un encuentro con trabajadores en la primera etapa de su visita pastoral de un día a Génova.
«El especulador no ama su empresa, ni a sus trabajadores, sino que los ve sólo como medios para sacar ganancias. Despedir, cerrar, mudar la empresa, no le crean ningún problema, porque el especulador usa, instrumentaliza, come personas y medios para sus objetivos de beneficios», criticó el Obispo de Roma en el encuentro en la fábrica Ilva.
«Cuando la economía está habitada por buenos empresarios, las empresas son amigas de la gente y de los pobres. Cuando en vez pasan a las manos de los especuladores, todo empeora. Con ellos la economía pierde los rostros. Una economía abstracta. Detrás de sus decisiones no hay personas y por lo tanto no se ven las personas que se despiden», lamentó Jorge Bergoglio en el inicio de su visita a la diócesis del norte italiano.
Visiblemente emocionado tras recordar que desde el puerto genovés partió su padre en 1929, animó a «temerle a los especuladores, no a los empresarios».
«Paradójicamente, algunas veces el sistema político parece favorecer al que especula sobre el trabajo y no al que invierte y cree en el trabajo», lamentó. «Se sabe que las reglas y leyes pensadas para los deshonestos terminan penalizando a los honestos», criticó, antes de trazar el perfil del «buen empresario».
«No hay buena economía sin buenos empresarios.El buen empresario conoce a sus trabajadores porque trabaja a su lado, con ellos, porque debe ser antes que nada un trabajador. Si no tiene la experiencia de la dignidad del trabajo no será un buen empresario. Debe compartir el cansancio del trabajador, su alegría. Ningún buen empresario ama despedir a su gente», planteó.
«El que piensa resolver los problemas de su empresa despidiendo gente no es un buen empresario, es un comerciante: hoy vende su gente, mañana vende la dignidad propia».
En ese marco, Francisco criticó la cultura de la «meritocracia porque usa una palabra bella, el mérito, pero se está transformando en una legitimación ética de la desigualdad».
«Interpreta los talentos de las personas no como un don sino como un mérito, determinando un sistema de ventajas y desventajas acumulativo», explicó, tras criticar también «la cultura de la competitividad entre los trabajadores dentro de la empresa».
«El trabajo es el centro de cada contrato social, no un medio para consumir. Hay que amar el trabajo, es un amigo de la oración, está presente en la Eucaristía. Un mundo que no entiende el trabajo, no entiende la Eucaristía. El trabajo es dignidad, y por eso todos deben tenerlo», finalizó.
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