La serie no tuvo un homenaje a los que fueron protagonistas en el certamen, lo que hubiese sido un impacto; egos y diferencias, presentes
Después de interminables y dañinos momentos, décadas de frustraciones, ambiciones, intereses maliciosos y distanciamientos, la Argentina golpeó la mesa grande el año pasado y quebró la historia ganando la Copa Davis con un equipo de optimistas que lucieron un espíritu grupal ejemplar, pimienta y coraje. La oportunidad de jugar la primera serie como local, a solamente dos meses del desahogo en Croacia, se presentó como una inmejorable oportunidad para celebrar, al margen de lo que luego sucediera sobre el polvo de ladrillo frente a Italia. La fecha en Parque Sarmiento apareció como una chance para unir y sonreír, para convocar y recaudar, para contagiar y seguir demostrando buenas intenciones. Sin embargo, quedó en evidencia la inmadurez en la que continúa sumergido gran parte del tenis nacional. Lo que debía ser una fiesta real de todos aquellos que forman parte integral de este deporte se transformó en otro capítulo de egos y vanidades a la vista del legendario trofeo.
La Asociación Argentina de Tenis, la Federación Internacional, el gobierno porteño, un sponsor privado o quien fuera, debió programar un homenaje para los 79 jugadores y los 29 capitanes que defendieron los colores argentinos en la Copa Davis. Debió haber habido un homenaje durante la serie, un momento para que los espectadores pudieran aplaudir y vivir un momento emotivo. En 2000, Wimbledon organizó la Fiesta del Milenio de los Campeones con motivo de las nuevas instalaciones. Aquel día, unas 11.000 personas ovacionaron a Ken Rosewall, Pete Sampras, Rod Laver, John McEnroe, Margaret Court, Björn Borg y Martina Navratilova, entre otros. Un acto similar, salvando las distancias, pudo haber decorado un instante sublime para el tenis argentino. ¿Quién no se hubiese enrojecido las palmas de las manos aplaudiendo a los que en algún momento jugaron la Davis o a los familiares de aquellos que fallecieron? Este era el fin de semana para ponerse de pie ante las presencias de Guillermo Vilas, Enrique Morea, José Luis Clerc, David Nalbandian, Martín Jaite, Gastón Gaudio, Alberto Mancini, Guillermo Coria. También de Juan Martín del Potro y Federico Delbonis, ausentes en la cancha y en las tribunas de Saavedra pese a haber sido clave en la obtención del trofeo y estar en Buenos Aires. Un locutor, el himno y una bandera hubiesen hecho el resto.
Es cierto que el evento le pertenece a la ITF y que toda movida periférica que la AAT pretenda debe ser autorizada y que, a veces, pone limitaciones. Pero aquí la Asociación se perdió una gran oportunidad, incluso, de «vender» el espectáculo de ese modo. La presencia de la Davis en un sector del estadio ocupado por los ex jugadores y capitanes hubiese sido, literalmente, una obra de arte. Pero, al margen del calor que unos 6000 espectadores le pusieron al triunfo de dobles de Charly Berlocq y Leonardo Mayer, y a los aislados cantos de «¡Dale campeón!», se observó frialdad. Muchos esperaban más.
No hay sólo un culpable. El error lo cometen varios. Los de ahora y los de antes. De los dirigentes, jugadores, capitanes y entrenadores. La AAT le dijo a La Nacion que emitió invitaciones, vía correo electrónico, a todos los que fueron protagonistas en la Copa Davis. «Solamente nos contestaron los más grandes. Los ex jugadores más jóvenes ni se molestan en hacerlo», se resignó, por lo bajo, un integrante de la Asociación. Hay otra campana, claro. Algunos dijeron no haber recibido tal invitación. «Tengo el mismo número de celular y dirección de mail desde hace diez años y no me llegó nada», se quejó un ex capitán. Durante alguna de las dos jornadas se vio a Ricardo Cano, Carlos Junquet, Sebastián Prieto, Horacio de la Peña y Ricardo Rivera, entre otros. Cano, figura en la primera victoria ante EE.UU., en 1977, ante Dick Stockton, llegó el viernes al estadio, ingresó como invitado y fue ubicado junto con Caio Rivera en el «gallinero», la tribuna alta con tablones y sin butacas. «No voy más. Lo veo por TV», masculló ayer.
El match con Italia y el debut del «campeón mundial de tenis» podría haber sido la mejor excusa para volver a ver una serie en el court central del Buenos Aires Lawn Tennis Club, casa, catedral y escenario de epopeyas de este deporte en el país, que no cobija un partido del equipo nacional desde marzo de 2005 (5-0 ante la República Checa). ¿No hubiese sido un buen momento para el retorno? Sí, sin dudas. De un lado indican que el predio no está disponible porque en unos días se jugará el ATP porteño; pero Jaite, director del certamen y cabeza de la productora, expresó haber estado dispuesto a que ello sucediera y que nadie lo contactó (él, que vivió tan pasionalmente la competencia, pudo haberlo ofrecido también). La AAT, asimismo, afirmó que en 2015, antes de la primera rueda con Brasil -finalmente, en Tecnópolis-, le solicitó a Jaite hacer la serie en el BALTC y que la idea fue rechazada. ¿No se podría haber hecho un alto en la distante relación entre el ex top ten y la actual dirigencia, compartir gastos de organización y hacer los dos eventos en el mismo lugar en vez de levantar un estadio en Parque Sarmiento? Sí, sin dudas. Jaite, comentarista de la Copa Davis por TV, coincidió en las últimas series con las autoridades de la AAT (Armando Cervone, Daniel Fidalgo y Diego Gutiérrez), pero, más allá de algún saludo formal, no lograron acercar posiciones. De un lado y del otro se miran de reojo, vuelan las versiones y la hipocresía está presente.
Era -y es- la hora para reactivar al tenis argentino. Llenar estadios, aprender, escuchar y contagiar. Además de los resultados, la grandeza se mide por gestos y hechos. Y el tenis nacional sigue adeudando la materia más importante, la unión de la partes, quizás imposible de alcanzarla por el propio ADN de su concepción: el individualismo.
Fuente: http://www.lanacion.com.ar/1981951-una-oportunidad-perdida-ni-el-titulo-en-la-copa-davis-logro-unir-al-tenis-argentino
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