Durante casi un siglo se conmemoró en esta fecha el descubrimiento de América (Vale aclarar que si bien en realidad fue una conquista, quien propuso esta denominación fue el español Faustino Rodríguez San Pedro, y para los peninsulares de entonces fue un descubrimiento) bautizado como el “Día de la raza”, nombre considerado ofensivo y discriminador por lo que fue reemplazado en el 2010 por “Día de la Diversidad Cultural Americana”.
Antes de analizar la pobreza espiritual y el menosprecio intelectual hacia la especie humana, la diversidad racial y el respeto individual de este cambio, es preciso aclarar ciertos puntos.
Todos los seres vivos se encuadran dentro de una clasificación biológica y nosotros no estamos exentos de esto. Así sabemos que pertenecemos al reino animal, subfilo vertebrado, clase mamífero, orden primate y especie humana (homo sapiens). Hasta aquí todos de acuerdo.
La discusión se presenta a partir de ese punto, ¿existen distintas razas dentro de la especie humana? Como en muchos temas, hay una biblioteca que lo avala y otra que no.
Los detractores arguyen que las diferencias genéticas entre las diferentes “razas” son inferiores al 0.1% de todo el genoma humano, por lo que no son válidas como para clasificarnos en razas.
Quienes apoyan la clasificación racial lo hacen basados en los distintos fenotipos (la expresión genética visible, color de piel, estatura, rasgos faciales, etc.).
Raza proviene del latín radius (rayo, como los de las ruedas de una bicicleta y que simbolizan las divergentes líneas hereditarias). La Real Academia Española define la palabra raza como “Cada uno de los grupos en que se subdividen algunas especies biológicas y cuyos caracteres diferenciales se perpetúan por herencia”.
Lo cierto es que este espíritu homogeneizador, caritativo y hasta revanchista (en Nicaragua y Venezuela se llama “día de la resistencia indígena”) tiene su razón de ser en los innumerables atropellos étnicos cometidos a lo largo de la historia. Digo étnico pues es un término más apropiado, ya que incluso se mete en la misma bolsa, entre otros, al genocidio armenio o la búsqueda de la pureza racial nazi con el exterminio de la raza judía; una mezcolanza de raza, nacionalidad y religión que no tiene ni pies ni cabeza.
Si bien la intención de esta posición “anti-razas” parece loable, encierra una conducta perversa que suele pasar desapercibida.
La misma conducta se patentiza cuando alguien es tildado de “boliviano” y lo consideramos un insulto, sin comprender que más allá de la intención despectiva del que lo dice, quien lo escucha y se horroriza está avalando un carácter peyorativo no implícito en la palabra en sí.
Si llamo a un amigo “gordo”, tiene una insinuación cariñosa y familiar; si utilizo este término para burlarme de alguien tendrá una alusión despectiva y el destinatario ha de ofenderse solo si lo considera algo de qué avergonzarse. El problema no es el término, el problema es la intencionalidad de quien lo dice y de quien es el destinatario.
Pero el tema no termina ahí, muchas veces, procurando no herir susceptibilidades, menoscabamos aún más la dignidad del otro.
Dictamos leyes y normas para igualar a las mujeres con los hombres, ¡lo que lleva implícito el concepto mental de que las consideramos inferiores!
Decimos no vidente por no decir ciego o con capacidades diferentes por no decir discapacitado. Como si le tuviésemos lástima, buscamos adornar con palabras delicadas o conceptos enmarañados la descripción de una realidad.
Considero esto un comportamiento de una soberbia intelectual y moral que asquea. Como si una mujer, un ciego o cualquier discapacitado fuesen dignos de piedad y no de respeto. Es subestimar al otro, es considerarlo un imbécil incapaz de comprender su condición. Es aún peor que la burla directa que puede llevar adelante algún tarado; si me burlo de un ciego por su ceguera, lo estaré haciendo sobre su condición física; pero si lo trato como a un niño que no tiene la capacidad de comprender y asumir la realidad, será un desprecio a su persona.
Negro, boliviano, mujer, discapacitado, arquitecto, católico o hincha de Belgrano, no son más que particularidades de cada individuo. Los derechos humanos pertenecen a la especie humana, no discrimina, las personas que marcan las diferencias irrelevantes si lo hacen.
Respetemos al prójimo, respetemos las diferencias. Debemos tratar a todos de igual modo, no querer hacer que todos sean iguales. Decía Friedrich Von Hayek «Hay una gran diferencia entre tratar a los hombres con igualdad e intentar hacerlos iguales. Mientras lo primero es la condición de una sociedad libre, lo segundo implica, como lo dijo Tocqueville, una nueva forma de servidumbre.”
Conmemoremos el día de la raza como el día del encuentro de dos mundos, reconociendo lo bueno y lo malo de aquel hecho histórico. Que las razas sean lo que son, una expresión de nuestros genes. Respetemos la libertad de expresión del genoma como tributo a la especie humana y a cada uno de nosotros.
Gentileza: Rogelio Lopez Guillemain <rogeliolopezg@hotmail.com>
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