Hay cuentos y novelas escritas por hombres y por mujeres. Eso es literatura. Sin embargo, mayormente es así, a secas, cuando el autor es un varón. Si no, es «literatura femenina». Como si la visión del mundo sólo fuera universal cuando es de ellos. En Madame Bovary (1856), Gustave Flaubèrt habla de amor, de inconformismo y de adulterio, pero lo suyo es «realismo», mientras que a las hermanas Brontë, aunque todas sus obras son clásicos, se las encasilla en «romántico».
La clasificación «literatura femenina» en general viene con la fórmula de escritora mujer que narra un conflicto padecido por una mujer. No importa si es terror, policial o aventuras. Se lo encuadra así, con la aclaración detrás (o por delante). Más todavía en el vapuleado estilo catalogado como chick lit, en donde además la protagonista tiene alrededor de 30 años y busca su destino (que, por cierto, no siempre son hombres).
La chick lit en su gesta fue un juego de Cris Mazza y Jeffrey DeShell, que usaron ese título irónico para la antología Chick Lit: Ficción Postfeminista(1995). Los cuentos del libro son historias de mujeres que rompen con el cliché del amor heteronormativo como redención, pero el mercado, como con todo gesto rebelde, lo absorbió y digirió (como al Che Guevara en un poster que venden en Palermo) hasta transformarlo en algo que resulta muchas veces todo lo contrario a lo que proponía.
«Literatura femenina» es un término fuera de eje, que habla más de una cuestión de género (no literario) que de literatura. Y la chick lit mal entendida, vomitada en la historia de una chica de clase media que hace una pantomima feminista para contar una trama en la que lo único que la salva es el matrimonio, también. ¿Cómo sería al revés? ¿De qué forma se encasillaría, por ejemplo a Expiación (2001), si Ian McEwan fuera una chica? ¿Y Anna Karenina (1877)? Si Tolstói fuera Leona, ¿sería «realismo» o «literatura femenina?
Si se encuadra en «literatura femenina» a autoras como Almudena Grandes, Dorothy Parker o Clarice Lispector, por decir tres de distintas épocas y países, deberíamos rotular a Ernest Hemingway, Scott Fitzgerald y Charles Bukowski en «literatura masculina». Sus protagonistas son hombres y narran el mundo desde un punto de vista viril y hasta muchas veces sólo son redimidos por el amor.
¿Sería Intimidad (1999), la hermosa novela de Hanif Kureishi, boylit? Cuenta una separación de pareja, el dolor del varón en esa transición. ¿Y Las vírgenes suicidas (1993), de Jeffrey Eugenides? La narran los vecinos enamorados, obnubilados con las hermanas Lisbon. ¿Y John Irving? Casi todos sus protagonistas tienen desventuras románticas, desde Garp en El mundo según Garp (1978), hasta Dominic Baciagalupo en La última noche en Twisted River (2011).
La última fue la periodista bielorrusa Svetlana Alexiévich, justo el año pasado, pero desde su creación, en 1901, sólo 15 mujeres ganaron el Nobel de Literatura. Pasa lo mismo con todos los grandes premios y hasta con la repercusión de los libros en general. ¿Es que acaso las mujeres escriben menos, o peor? No, sólo pasa que a las mujeres suelen anclarlas ahí, en «lo femenino». George Sand tuvo que ponerse un pseudónimo varonil en el siglo XIX; J.K. Rowling prescindió del Joanne acá nomás en el tiempo en 1997 para publicar Harry Potter y la piedra filosofal.
Si se prueba de nuevo, el mismo juego de dar vuelta la tortilla, ¿cuál es el resultado? ¿Cuántos varones de las letras tuvieron que ponerse nombre de mujer para publicar y/o ser respetados? Todos saben que la respuesta es cero, ¿no? Nadie diría que la literatura viril, que cuenta el devenir de la vida de un varón, es boy lit. ¿Lo es Roberto Fontanarrosa, que habla de la mesa de los galanes y de fútbol? ¿Lo es Chuck Palahniuk con El club de la pelea (1996)?
Nadie diría «literatura masculina» para referirse a la obra de Mario Levrero o a la de Paul Auster, que cuentan la intimidad de muchos personajes masculinos, a veces incluso con una línea casi indivisible entre ellos mismos y sus criaturas.
¿Se separa del campo literario a Stendhal, por ejemplo, aunque hable de amor y haga agudos análisis de la psicología de sus personajes? «En un aserradero perdido en los bosques del Franco Condado, un joven seminarista despreciado por su ruda familia, lleno de sueños y ambiciones, lee un libro. Poco sospecha que su vida está a punto de dar un giro decisivo y que su entrada como preceptor en casa de monsieur de Rênal será el comienzo de su apertura al amor, a la vida». Ese es el resumen de la contratapa de Rojo y Negro (1830). ¿No debería ser la Boy Lit por antonomasia?
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