Cuando muchos empezaban a impacientarse por su baja eficacia, el delantero se destapó con un hat-trick en 24 minutos ante Quilmes; la anécdota en la semana del trébol de cuatro hojas
Darío Benedetto se quitó un problema de encima, una aflicción profesional: demostró que puede ser el goleador de Boca. No sólo con algún festejo espaciado, sino con un hat-trick en menos de 25 minutos, lapso en el que también dio una asistencia de taco para el tanto de Centurión. Nadie en la Bombonera esperaba del Pipa tanto en tan poco tiempo. Espantada la desconfianza con la que empezaba a ser mirado, ahora Benedetto se creó una responsabilidad, otro desafío: que lo de ayer no fue un espejismo, algo esporádico. Que la lucidez, calidad técnica y efectividad las podrá revalidar ante rivales más fuertes y compactos que Quilmes. No hay derecho a exigirle que repita una contundencia tan abrumadora, pero sí a que pueda hacer el gol decisivo, apenas uno, de un partido bravo, complejo, definitorio, o en un clásico. En definitiva, de cara a la tribuna de la 12, Benedetto consiguió lo que nadie desde la época del inigualable Martín Palermo, autor del último triplete, hace seis años, ante Colón.
Si en Boca habitualmente no sobran el tiempo ni las oportunidades para los futbolistas, con Benedetto las urgencias se incrementaban por lo que se pagó por su pase: 5,5 millones de dólares. Muchos lo consideraron casi un sobreprecio para una trayectoria por clubes menores (Arsenal, Defensa y Justicia, Gimnasia de Jujuy, Tijuana de México) y una última vidriera un poco más trascendente: América de México. Un recorrido de 214 partidos con 76 tantos. En Boca le empezaron a pedir goles desde que emergió de la manga del avión que lo trajo del Distrito Federal. Llegaba para ocupar un puesto que Carlos Tevez quería para Ramón «Wanchope» Ábila, cuya alta cotización -otro obstáculo fue que no podía jugar la Copa Libertadores porque lo había hecho para Huracán- lo llevó a Cruzeiro.
Benedetto llevaba un gol (a Santamarina por la Copa Argentina) en apenas seis partidos en Boca. Pocos para sacar conclusiones, suficientes para que muchos se impacientaran. Guillermo Barros Schelotto no lo había favorecido cuando lo hizo debutar de wing derecho en Ecuador, en la aciaga serie semifinal contra Independiente del Valle. Desde ese momento, todos pasaron a estar bajo sospecha. Tevez se corría de la posición de centro-delantero para ocupar la media-punta.Para competir por el puesto con Benedetto está Walter Bou, otra apuesta de incierta respuesta a la presión y exigencia que imponen la camiseta auriazul.
Como no podía calmar a los ansiosos desde la cancha, Benedetto intentó hacerlo durante la semana con las palabras: «Sé que los delanteros vivimos del gol. Tengo que estar tranquilo, la racha va a cambiar. Trato de no desesperarme ni volverme loco, porque si no es peor».
El fútbol está lleno de terapias de recuperación con los métodos menos convencionales. La de Benedetto quizá comenzó en la semana, cuando dos señoras le entregaron al final de la práctica un trébol de cuatro hojas. Primero sorprendido, luego agradecido, Benedetto les prometió que iba a poner el trébol dentro de un botín. Un gol por cada pétalo y una asistencia para completar ese designio de la buena suerte.
Luego del partido, Benedetto no se soltó tanto ante la prensa como lo había hecho sobre el césped: «Estaba necesitando que la pelota entrara. Soñaba con esto, pero no me tengo que conformar, debo ir por más». Y sobreactuó la modestia: «¿Cuál fue el gol más lindo? El de Centurión».
Una semana atrás, en Mendoza, se había ido con mucha bronca porque falló en dos definiciones que le hubieran dado el triunfo a Boca. Ayer se rio cuando en el segundo tiempo, en el que hubiera sido su gol más sencillo, la tiró a las nubes. Su tarde perfecta hacía rato que admitía una equivocación.
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