La ciencia indica que no somos una «tabla rasa» al nacer, por mucho que quisiéramos que así fuese
La sociedad tiene diversos nombres para ellos: el 1%, los excepcionales, los genios, los superinteligentes, y los dotados y talentosos. Ellos son los niños que superan de manera extraordinaria a sus compañeros en los exámenes escolares.
En EEUU, numerosos programas universitarios para «identificar talento» siguieron la trayectoria de adolescentes de altos logros para descubrir a dónde van a parar, y los resultados desafían la noción de moda de que la grandeza procede simplemente de la dedicación y de la práctica. En lugar de que la evidencia demuestre que los que tienen éxito «no nacen sino que se hacen», los trabajos indican que los niveles más altos de la sociedad están repletos de personas exitosas que «nacieron y luego se hicieron». Esto indica que el éxito es el resultado del trabajo duro incorporado a una pequeña porción de ventaja cognitiva temprana.
Uno de los estudios longitudinales de más larga duración de niños de alta inteligencia es el Estudio de Jóvenes Matemáticamente Precoces, originalmente iniciado en la Universidad Johns Hopkins. El trabajo – ahora con 45 años y con sede en la Universidad Vanderbilt – sacó a la luz a unos 5.000 individuos que demostraron un talento precoz para el razonamiento numérico y/o el razonamiento verbal.
Johns Hopkins también abrió un programa de talento para los jóvenes adolescentes que calificaron dentro del 1% en matemáticas e inglés a nivel universitario: sus ex alumnos, según Nature, incluyen al matemático Terence Tao (quien al parecer comenzó a estudiar álgebra de Boole a los siete años); a las estrellas de la tecnología Mark Zuckerberg de Facebook y Sergey Brin de Google; y a la artista Lady Gaga.
Pero esta ilustre lista de asistencia podría simplemente representar a personas de valores atípicos entre otras de valores atípicos. ¿Cómo podemos medir con mayor generalidad si la aptitud de la infancia representa una guía hacia el éxito? Es la pregunta que Jonathan Wai – un psicólogo del Programa de Identificación de Talento de la Universidad de Duke – se propuso contestar. Wai consideró a cinco grupos de la élite estadounidense: directores ejecutivos de compañías Fortune 500, jueces federales, multimillonarios y miembros del Senado y de la Cámara de Representantes.
El Dr. Wai descubrió que, en cada grupo, los que se encontraban en la parte superior del 1% de habilidad – calificados según los resultados de los exámenes escolares – estaban sobrerrepresentados. Es probable que algunos se hubieran favorecido con la asistencia a destacadas escuelas o por tener «padres tigres». Aun así, el Dr. Wai sostiene que el medio ambiente por sí solo no puede justificar las estadísticas sobre el éxito; es por eso que sugiere que los expertos «nacen, luego se hacen».
Lo que nos lleva a una pregunta polémica: si las personas exitosas comienzan su ascenso en la cuna, ¿qué papel juegan los genes? Robert Plomin, un profesor de genética en el King’s College de Londres, vinculó las calificaciones de los exámenes con las «calificaciones poligénicas» de los individuos. En julio, reveló que estas calificaciones – obtenidas examinando 20.000 genes – podían ser responsables de un 10% de la variación en el logro académico a los 16 años de edad. Las calificaciones poligénicas elevadas estaban asociadas con altas notas (A y B) y con una gran posibilidad de continuar estudiando; los estudiantes con bajas calificaciones obtuvieron B y C, y tenían menos probabilidades de permanecer en la escuela.
Ese estudio – descripto por el profesor Plomin como un «punto de inflexión» en el pensamiento acerca de cómo los genes afectan al aprendizaje – fue en gran parte ignorado por los legisladores, quienes suelen argumentar que deberíamos hacer que nuestras economías estuvieran perfectamente preparadas para enfrentar el futuro fomentando el florecimiento de los mejores y más brillantes intelectos. El dilema para los políticos, y para la sociedad, es el siguiente: la ciencia indica que no somos una «tabula rasa» al nacer y, por mucho que quisiéramos que así fuese, no parece que los dones y los talentos estén igualmente repartidos.
Esto no quiere decir que haya que darse por vencido, ni sugiere que sólo quienes han sido genéticamente bendecidos merecen tener éxito. Esas pequeñas diferencias académicas arraigadas en nuestros genes – una mala calificación, por ejemplo, que conduce a un trabajo mal pago en lugar de a la universidad y, por lo tanto, a una salida de la trayectoria educativa – con demasiada frecuencia se convierten en las bifurcaciones en el camino que conducen a diferentes resultados a lo largo de la vida. Los educadores y los políticos no tienen el don de poder cambiar nuestros genes, pero sí está en su poder, a través de proporcionar educación y oportunidades, construir más caminos hacia el éxito para el 99%.
Fuente: http://www.cronista.com/financialtimes/La-ventaja-genetica-de-los-genios-20160919-0013.html
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