El reconocido actor habló con Infobae sobre su nueva obra «Coach», en la que interpreta al asesor de un político, reflexionó sobre la actualidad del país y contó cómo estar en televisión lo salvó de ser detenido durante la Dictadura
—Si te llaman para entrenar a un político, como tu personaje en Coach, ¿lo harías?
—Es un tema moral el que me impediría hacerlo. Creo que me pelearía a la semana.
—¿Con ninguno, más allá de su ideología?
—No, a menos que coincida plenamente con lo que propone. La obra plantea si es lícito y ético empolvarle la nariz a un político, sacarle el brillo, sacarle las aristas que molestan, embellecerlo, hacerlo que mida más.
—¿Para vos es lícito?
—No, no es lícito. No solamente compramos un proyecto, compramos una dentadura blanca, un traje, una familia, la imagen que uno quiere para el país. Que no sea demasiado gordo, que no sea demasiado flaco, que no sea demasiado bajo. El hecho, por ejemplo, de que [Barack] Obama haya sido elegido en un país como Estados Unidos ha sido revolucionario en algún aspecto.
—Tiene un carisma importantísimo, lo vimos hace poco, no estamos acostumbrados.
—Nos compró. Además de dónde veníamos como pueblo, de una gobernadora dura, con una arista que algunos aman y otros odian.
—Claro, [Diego] Brancatelli, yendo a un extremo, la comparó con Beethoven. Nos dijo acá que hay que tener todos sus discursos.
—Es un extremo un poquitito exagerado.
—Pero hay a quien le gusta mucho su forma discursiva.
—Seguro, ha tenido el 54% del electorado con ella y después lo ha perdido. Esa es la verdad, no es que sea un punto de vista subjetivo, los números cambian. Como amamos a [Carlos] Menem y era el mejor, después fue el peor. Amamos a [Raúl] Alfonsín y era el mejor, después fue el peor.
—¿Tiene que ver con la dinámica argentina?
—Es lo mismo que debe pasar en el mundo. Yo he estado en elecciones en otros lados, he vivido en Italia y también, el tema de la política es un tema de la mesa del domingo. Fútbol y política.
—Tu personaje termina aceptando por una cuestión económica. ¿No hay plata por la que Pablo Alarcón vaya a coachear a un candidato con el que no está de acuerdo o si no confía de su integridad?
—Sí hay plata para alguien con el cual yo estoy de acuerdo, eh.
«NO PODRÍA ENTRENAR A UN POLÍTICO, UN TEMA MORAL ME IMPEDIRÍA HACERLO».
—¿Pero si no te gusta?
—Le diría que me va a caer mal la comida.
—Es más probable que te vea en Bailando por un sueño.
—Lo he hecho y me cayó mal. Ese es un buen ejemplo. Yo no sabía bailar, iba a mentir ahí. Mentí y me echaron el primer día. Inmediatamente me echaron. Con un tipo que yo no quiero, a mí me echan a los dos días.
—¿Como ciudadano preferirías que veamos a los políticos tal cual son?
—Seguro. Es necesario blanquear sus intenciones. A mí no me gustan las mentes demasiado brillantes, ni los perfiles perfectos, ni las camisas muy limpitas y pulcras. Ni demasiada pestaña postiza, anteojos negros, pelos y camisas de marca. No me gusta eso.
—¿Es verdad que la profesión te salvó de ser detenido durante la dictadura?
—Sí.
—¿Cómo fue?
—Vinieron a buscar a quien yo soy de verdad, mi apellido no es Alarcón. Había hecho una película, bajaba con la que era mi esposa y vemos dos Ford Falcon. Entran a los golpes, nos ponen contra la pared. Eran cuatro tipos nada más los que entraron. Después, uno de ellos dice, ya nos estábamos despidiendo: «Che, ¿esa no es la hija de la gorda?». Nelly Beltrán; la que era mi esposa, Mónica Jouvet. «Sí, ¿vos no sos la hija de la gorda, Nelly Beltrán?». «Sí». «¿Y este no es el que aparece por televisión?». «¿Cómo te llamás?». «Pablo Alarcón». «¿Vos no sos el de la novela de las 2?». «Sí». «Uh, mi mujer me tiene loco con vos. ¿Sabés qué? Cuando llegue a casa y le diga que estuve con vos, no lo va a poder creer. ¿Me das un autógrafo?». «Sí, para fulano de tal —el que me venía a matar—, con mucho cariño, Pablo Alarcón». Se fueron. Ni me preguntaron mi apellido.
—¿Alguna vez volviste a sentir tanto miedo como ese día?
—No, como ese día no, pero sí sentí miedo mucho tiempo. Cuando me fui, cuando volví… Porque en ese momento juntamos la poca plata que teníamos, pudimos comprar los pasajes y nos fuimos. Después volvieron.
—Ya no les alcanzó con el autógrafo.
—No, evidentemente había mucha confusión. Ellos también tenían miedo, eran muy poderosos, muy sanguinarios como siempre fue la derecha, sanguinaria, tenían razones para serlo, la riqueza, los robos, los saqueos. Pero tenían miedo también, y había mucha confusión y mucha desinteligencia entre ellos.
—Cuando volvieron, vos ya te habías ido. ¿Estabas en Italia?
—Sí, en una carta de un amigo, me acuerdo que fui al correo a buscarla, salí, la leí y me quedé sentado en la escalinata del correo en Roma leyendo: «Vinieron algunos amigos a tu casa. Rompieron algunas cosas, pero no te preocupes, estamos todos bien». Después me enteré que sí, que la habían destruido. Acá en Coach es todo más cínico, más irónico. Las cosas han cambiado en este país, para bien algunas cosas, creo que estamos mejor que hace algunos años, ¿no?
—Todavía, ante determinadas medidas políticas de cualquier Gobierno, se los sigue comparando con la dictadura. ¿Qué te genera?
—Nos ha dejado una marca de conducta muy grande. El autoritarismo está en nosotros, sobre todo en gente de mi generación. Uno lo ve en el trabajo; los directores de cine o los directores de televisión de mi edad, los que han vivido la dictadura, son autoritarios. Los directores jóvenes no son tan autoritarios, tienen autoridad y mandan desde el lado de la cordialidad.
—En esos años en los que estuviste afuera trabajaste de todo.
—De todo. Cuando digo «de todo», es de todo.
—¿Fuiste vendedor callejero?
—Sí, al principio vendía cosas que hacía, porque soy artesano, hacía unos globos de papel chinos. Cuando llegué a Roma, no tenía documentos. Voy a la plaza Navona, y un pibe me mira y me dice: «¿Vos no sos artista?». «Sí». «Ah, ¿cómo te va?», un argentino. «¿Y esta no es la hija de Nelly Beltrán?». «Sí, sí». «¿Y qué andan haciendo por acá?, ¿de qué viven?». «No, de nada, no tenemos trabajo». «Vengan a vender acá». «¿No es que no se puede vender acá?». «¿Cómo no se va a poder vender en piazza Navona. Venden en cualquier lado. Cuando vienen los vigilantes, rajá». «¿Tu nombre?». «Julio Frondizi». El hijo de Silvio Frondizi estaba ahí vendiendo. Julio y Silvia, la hermana. La mujer de Silvio vivía en un edificio tomado, en un cuarto piso. Me acuerdo siempre que la íbamos a visitar, y sigo siendo amigo de ellos, nos vemos cuando vienen acá o cuando voy a Roma. Me enseñaron el oficio de vendedor.
—Decías que, cuando volviste, todavía tenías miedo.
—El miedo perdura, perduró por muchos años. Tuvimos que convencernos de que estábamos en democracia, tuvimos que convencernos, cuando vemos un policía en la calle y te sonríe como te sonríen, te das cuenta de que ves un tipo, no ves el uniforme. Pero muchísimos años después del golpe, la policía era policía, tenía un gesto adusto, tenía que ejemplificar su autoridad, magnificarla, exagerarla.
—¿Y qué te pasa 40 años después, habiendo vivido todo eso, cuando volvemos a discutir la cantidad de desaparecidos?
—No creo que haya que discutirlo, es un hecho muy doloroso, pero tendríamos que ponerlo en algún lugar de nuestro corazón y taparlo, porque no se puede vivir así, no se puede. Yo tengo familiares desaparecidos, tengo amigos desaparecidos, y la verdad es que no es algo que se arregle con un consuelo, no tiene arreglo, es un dolor que perdurará por los siglos de los siglos. Uno va a países como Alemania, como Italia, como Francia, que han pasado guerras y muertes, y ve un alemán hablando con un italiano y hubo una reconciliación. Tenemos que reconciliar ese recuerdo lamentablemente, y no te estoy diciendo olvidarlo.
«LA LEY DE ACTORES ESTÁ CONSTRUIDA CON ALGUNOS GROSOS ERRORES QUE TIENEN QUE SER CORREGIDOS».
—Con este aprendizaje que tenemos, con lo que nos costó y demás, ¿cómo puede ser que no podamos tolerar que el otro piense distinto?
—Porque no podemos entender que, teniendo un país tan rico como este, cuando vienen amigos míos de otros países, dicen: «No tenemos nada nosotros allá. No hay trigo, no hay petróleo, no hay carne, nada. Compramos todo. Ustedes que tienen todo esto son pobres. ¿Qué pasa, por qué hay tanta corrupción acá? ¿Cómo es que se roba tanto?».
—¿Y qué pasa?
—Un país sin justicia no es un país que no podrá tener nunca grandeza. Nos falta una Justicia separada del Gobierno, muy separada, y que actúe ciegamente.
—Volviendo a tu profesión, ¿qué es lo mejor y lo peor de ser actor?
—Lo mejor de ser actor es esta capacidad y este permiso de poder jugar todo el tiempo.
—¿Y lo peor?
—Lo peor es que es un poco inestable económicamente. No tengo grandes reproches a mi carrera, porque he sido un tipo muy afortunado, he trabajado y sigo trabajando.
—¿La ley de actores favorece o complica?
—Complica. Es necesaria una jubilación, no podemos no tener una jubilación. Creo que la ley está construida con algunos grosos errores que tienen que ser y pueden ser corregidos.
—¿Qué opinás del éxito de las ficciones de afuera?
—Siempre fue así. Nosotros hemos sido productores de televisión y nos han mirado mal los actores de otros lados, y con envidia. Reconozco que la producción argentina es muy limitada. Reconozco que el mercado es muy limitado y no es que los productores se quieren hacer millonarios, no pueden producir con más dinero, porque producir en este país es muy caro. Producir para Brasil es más barato, porque son muchos millones. Nosotros tenemos buena televisión, muy buena.
Fuente: .infobae
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