En una de sus últimas entrevistas, el economista fallecido el martes analizaba la potencialidad industrial y tecnológica de la Argentina.
—¿Si queremos partir de una base, ¿cómo se repartió el mundo?
—Podemos partir de la Segunda Guerra Mundial, que dejó un mundo configurado de modo diferente al anterior, dejando a dos potencias hegemónicas y conflictos sin resolver que llevaron a la conformación de alianzas. Así se desató la Guerra Fría, que luego de unos años se resolvió tras el fin de la Unión Soviética. A partir de allí se volvió a organizar el mundo desde el Atlántico Norte, porque en realidad, desde que Colón llegó a América, ésa fue una región caracterizada por ser el centro mundial de poder, donde se desarrollaron la ciencia y la tecnología. Durante cinco siglos vivimos bajo el Atlántico Norte, pero hoy esto ha cambiado: se ve desafiado con la aparición de China como potencia emergente.
—El mundo lo manejaron los imperios en el siglo XX. Hoy vemos un Brics y el planteo pareciera ser otro, con un nuevo escenario.
—Con el imperialismo, en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, un tercio de la población mundial pertenecía a posiciones coloniales, principalmente Gran Bretaña en la India. Pero cuando terminaron los tiempos bélicos, esos países se independizaron. Se acabó el viejo mundo imperial, pero apareció otro mundo hegemónico de las viejas naciones del Atlántico Norte, y esto es lo que se ha quebrado ahora. La India de esos períodos colonizadores no es la misma India de hoy, sin Gandhi. Vivimos en un nuevo orden mundial, pluralista, donde hay nuevos actores, como las emergentes China e India. Otra característica del nuevo mundo que vivimos es que cada país construye su realidad. Los que han tenido capacidad de cuidar su soberanía nacional, inclusión social, que han tenido liderazgos fuertes, nacionalistas, son los que han crecido en el mundo de hoy, siendo protagonistas en el nuevo orden internacional.
—¿Qué rol ocupa la región?
—Queda instalado un escenario de oportunidades; esto nos enriquece porque nosotros somos vástagos del Atlántico Norte, es decir, somos herederos, todo el continente heredero de Europa, desde Estados Unidos hasta la Argentina. Eramos la periferia del centro hegemónico; ahora tenemos un mundo configurado con muchos más actores, estamos inmersos en una configuración amplia donde debemos mover nuestras mejores piezas. Este nuevo cambio está cargado de oportunidades, pero también de nuevos peligros ante lo desconocido.
—¿Cómo afecta este nuevo escenario a la Argentina?
—Este siglo XXI se inaugura con cambios excepcionales. Por un lado, el cambio mundial, comenzando un mundo multipolar; en lo interno, se ha consolidado la democracia, hemos recuperado el Estado nacional, nos desendeudamos. Se produjeron cambios a nivel internacional que han cambiado también las dinámicas de la situación interna del país. Estamos en el mejor momento de la experiencia histórica contemporánea, porque si vamos hacia atrás, no registrábamos estabilidad institucional, Estado fuerte, ejercicio de la soberanía. Todo esto se configura hoy en un mundo multipolar. Si miramos la experiencia histórica, ésta es la oportunidad para Argentina de potenciar un Estado moderno, industrial, con alta tecnología, con inclusión social, dueño de su propio destino.
—En un mundo así, ¿cómo elegir el propio camino?
—Acá es donde yo hago alusión al concepto que he desarrollado: la densidad nacional. Hay ciertos factores que determinan la capacidad de un país; desarrollarse y ubicarse en el mundo requiere de ciertas aptitudes: 1) inclusión social: la sociedad debe estar incluida en el proceso de transformación, porque una sociedad fracturada te impide avanzar; 2) liderazgo nacional: la presencia de liderazgos políticos, económicos y sociales, con una fuerte impronta nacional, que acumule poder creando riqueza en su propio espacio sin vender el patrimonio nacional; 3) estabilidad institucional de largo plazo: un sistema capaz de arbitrar los conflictos para permitir el despliegue del desarrollo; 4) pensamiento propio: no someterse a los criterios de los que tienen todo, de los que organizan el mundo desde su perspectiva. No tenemos que someternos al pensamiento “céntrico”, al pensamiento del Atlántico Norte, porque les es funcional a ellos pero no a nosotros. Si queremos desarrollarnos debemos tener nuestro propio lineamiento para diseñar políticas de pensamiento y directrices en materia de política exterior. Entonces, no estuvo desacertado decirle no al ALCA; si no, miremos lo que ocurrió con México: renunció a su proyecto de carácter nacional, hoy es un apéndice de la economía norteamericana, con problemas sociales cada vez más graves. Debemos tener presente lo siguiente: estás en el orden mundial y no te podés bajar, tenés que estar metido para potenciar las oportunidades.
—¿Qué nos puede decir de la crisis económica europea?
—Han armado un sistema multinacional, donde hay un sistema desarrollado y subdesarrollad. Tienen una Alemania que es el mayor poder económico y a una Grecia devastada. Se puede entrever que no tienen la experiencia de nuestro subdesarrollismo, por ello les cuesta administrarlo, porque lo hacen con las mismas reglas para Alemania que para Grecia; eso no funciona así. Entonces, la Unión Europea ha terminado de ser realmente una tragedia para países como Grecia, que han delegado su soberanía al orden comunitario, incluyendo la moneda común, de modo que ahora la manejan desde afuera imponiéndole políticas salvajes de ajuste. Europa está en una crisis muy profunda porque tiene reglas comunes para países muy distintos, y es administrada con ideas liberales: el problema lo solucionan con ajustes, dejándolo en manos de los mercados, que la plata vaya y venga libremente, que el Estado no se entrometa.
—¿Puede describirnos cómo era ese Aldo Ferrer cuando recién se recibía de la universidad?
—Tuve una experiencia interesante; yo egresé en 1949 de la UBA. Gané un concurso de Naciones Unidas para profesionales jóvenes líderes; así, cumplí 23 años en Nueva York, trabajando en la Secretaría de la ONU en plena Guerra Fría, cuando la Secretaría era una usina de las nuevas ideas del mundo de posguerra. Allí tuve tres años de gran experiencia, ya que me dieron una fuerte conexión con el escenario mundial y en especial con el latinoamericano. Luego estudié Relaciones Internacionales, volví y me jubilé allí. Eso me dejó una impronta muy fuerte sobre los problemas de desarrollo en América Latina y la configuración del orden internacional.
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