Pese a las promesas de campaña de ir por una política de shock para revertir los problemas de la economía, en Hacienda prima la idea del paso a paso para atacar el enorme agujero fiscal heredado del kirchnerismo. Habrá recorte de subsidios y eliminación de gastos superfluos, pero sin provocar un ajuste que derive en recesión.
En campaña electoral, el entonces candidato Mauricio Macri prometía políticas de shock en materia económica, frente a un Daniel Scioli que profesaba la religión del gradualismo. Pero el cambio brusco de dirección que proponía el gobierno de Cambiemos parece haber quedado limitado sólo a la salida del cepo que se concretó a los seis días de la asunción presidencial. Para la baja del déficit fiscal, la cuestión será paso a paso.
El ministro de Hacienda, Alfonso Prat Gay, anunció que el déficit fiscal que heredó del kirchnerismo es «récord en los últimos 30 años» y prometió cerrar ese agujero que tienen las cuentas públicas recién en el 2019. La promesa más compleja de cumplir es hacerlo sin provocar un ajuste que genere recesión en la economía.
¿Cómo lograrlo? El anuncio oficial promete que se eliminarán los subsidios a las tarifas energéticas pero sólo al segmento de ingresos más altos que recibía ese beneficio, lo que implicaría una baja del déficit de 1,5%, mientras que otro 0,8% de recorte provendrá de «eliminar el derroche» y el «gasto superfluo» que tuvo el Estado en la última etapa de la gestión de Cristina Kirchner.
No hay recorte de subsidios a los sectores más necesitados y, por el contrario, habrá un aumento de los beneficios con la extensión de la Asignación Universal por Hijo (AUH) a los monotributistas. La tarifa del transporte, la más sensible para los sectores bajos, seguirá subsidiada.
El ministerio de Energía que conduce Juan José Aranguren trabaja estos días en terminar de cerrar el programa de ajuste tarifario que implicaría que los sectores de clase media y alta que reciben subsidios tengan que multiplicar por seis sus actuales facturas de luz y gas. No es una tarea fácil ya que los hogares más necesitados no están claramente identificados y no se puede realizar un corte de beneficios en función del consumo, ya que son los sectores más humildes los que tienen un mayor consumo eléctrico por la falta de acceso a la red de gas.
Además, la ingeniería para que ese aumento represente una verdadera ganancia fiscal requerirá que el dólar se mantenga a raya y que se puedan contener las presiones internas de todos los actores del negocio petrolero para aumentar el valor del crudo localmente para garantizar la inversión en un mundo en el que el precio del barril se desploma.
«Para bajar un punto del producto el déficit fiscal el año pasado se necesitaba multiplicar por siete las tarifas, con el dólar a 14, se necesitan $ 130.000 millones y eso te obliga a multiplicar por 12 las actuales tarifas, lo que resulta inconsistente con una inflación más baja», explica Marina Dal Poggetto, socia del Estudio Bein.
La baja del petróleo podría ayudar en esta cuenta, sin embargo, la devaluación y la presión interna para sostener los precios del crudo y que no se frene la inversión en el sector anulan esa posibilidad. «Es el mismo problema que tuvo Kicillof cuando devaluó y no pudo obtener una ganancia de la baja del crudo en términos de menos subsidios porque el dólar estaba más caro», recuerda Dal Poggetto.
Más allá de la «grasa»
El 0,8% que pretende bajar del gasto público Prat Gay -más allá de las polémicas declaraciones del ministro sobre la «grasa militante» o la «basura» que dejó el kirchnerismo y que deberá limpiar- es en apariencia fácil de alcanzar con la licuación del gasto que supone una economía con un 25% de inflación, según la pauta del ministro para este ejercicio.
«El ajuste no llegará porque este año no va a bajar el déficit, la estrategia de Prat Gay es aumentar el gasto del año pasado para presentar un escenario de descenso del déficit», consideró Fausto Spotorno, del Estudio OJ Ferreres. El economista alude a los $ 110.000 millones de deuda flotante que dejó Axel Kicillof como consecuencia de la demora del pago a proveedores, organismos y otros acreedores. También se incluye en esa cuenta el aumento del gasto para este año que implica la devolución de la retención a cuenta de Ganancias y Bienes Personales del 20 y el 35% que se aplicó durante el cepo para las compras en el exterior y para el denominado dólar ahorro.
La economista del Estudio Bein coincide en el diagnóstico y encuentra una explicación en la necesidad de bajar la inflación. «El Gobierno podría aplicar un recorte más agresivo de los subsidios a las tarifas de gas y electricidad, pero eso representaría una mayor inflación y pesaría en la puja distributiva justo cuando se están negociando salarios».
El dólar, sin cepo, se mantiene en un nivel inferior al que proyectaba el mercado con el mismo objetivo. La necesidad de corto plazo del Gobierno es llegar con un escenario tranquilo a las paritarias. Una negociación de salarios por debajo del 30% anual le daría oxígeno al nuevo equipo económico para evitar una segunda oleada de aumentos de precios fuerte, como la que ocurrió a finales del 2015. «Cuanto más controlada sea la puja distributiva y política de baja de la inflación, menos agresivo se podrá ser en materia de política fiscal», dice Dal Poggetto. Eso significa que la inflación será menor a la esperada y la actividad podría terminar creciendo porque no habrá ajuste, pero tampoco habrá una baja del déficit.
Trabajo sucio
En este escenario alguien tendrá que hacer el «trabajo sucio» y esa tarea pareciera que va a tocarle al Banco Central. Si el gasto sigue en un nivel casi tan alto como el que manejaba el kirchnerismo, la emisión de pesos a la que está obligada la entidad monetaria seguirá siendo alta.
El ajuste no es fiscal, es monetario para poder conseguir las metas de inflación que anunció el ministro. El monetarista Javier Milei explica el escenario y advierte que la presión sobre la entidad monetaria será muy fuerte, para poder cumplir con la estimación de inflación de entre el 20 y 25 por ciento.
Milei explica que el impacto de la política monetaria sobre los precios tiene un rezago de 18 meses, lo que significa que durante 2016 habrá todavía una fuerte influencia de los meses de gestión de Alejandro Vanoli, que emitió pesos a una velocidad del 45%, lo que deja de piso una inflación del 15%. «Sturzenegger tendrá que mantener la emisión monetaria por debajo del 20% para llegar a una inflación de entre el 20 y el 25″, dice. El problema es que con una baja leve del déficit como la anunciada, el fisco le seguirá pidiendo al Central unos $ 160.000 millones al año, y eso significa aumentar los pesos que se imprimen un 25% y eleva el aumento de precios al 30 por ciento.
Además, el Central tendrá que renovar los vencimientos de todas las letras y también los intereses de esas colocaciones, si no la exigencia de emisión se elevaría al 45% anual, con su consecuente efecto sobre los precios. «El esfuerzo para lograr la inflación que dice Prat Gay es muy grande para el Central», señala Milei.
Aunque la armonía en el equipo económico por ahora es muy alta, el cuestionamiento al tibio ajuste fiscal de Prat Gay se escucha en el Central y en el Banco Nación, que dirige Carlos Melconian. Es que la estrategia del «ajuste monetario» requiere mantener la tasa de interés a un nivel alto por un largo período de tiempo, para evitar la fuga de los pesos sobrantes al dólar y a la inflación. El crecimiento pagará el costo de esa política.
Alerta mundial
Para Spotorno, el plan anunciado por Prat Gay es probable, pero la evolución de la economía mundial podría complicarlo todo. «El gradualismo fiscal se puede dar sólo si el mundo acompaña, si no la economía tardará demasiado en reactivarse y si eso sucede, habrá que bajar la tasa de interés más rápidamente para inyectarle crédito barato al sector privado y eso implica un alto riesgo de que se dé una segunda devaluación y se acelere la inflación», advierte Spotorno.
Las chances de que el mundo represente un lastre y no un viento de cola son altas en esta etapa. El World Económic Forum difundió esta semana las proyecciones de crecimiento global y estima que Latinoamérica caerá un 0,5%, con el agravante de que Brasil por si sólo tendrá un retroceso del 3,6% este año para la institución. Eso significa que el principal socio comercial de la Argentina no sólo no funcionará como una locomotora de la economía local, si no que, además, podría representar un lastre intentando volcar en el mercado local los saldos de producción que le deje un mercado interno deprimido.
El modelo del gradualismo fiscal pone la prioridad entonces en la baja de la inflación y relega el objetivo de crecimiento. ¿Había otra chance? Para Spotorno este año se podría haber aplicado una política de baja del déficit más agresiva, sin necesidad de que eso implicara un ajuste de la economía. «La corrección fiscal que se necesita hoy no es equivalente al ajuste de los 90 o al que aplica en la actualidad Brasil, que generan recesión. Esos ajustes respondieron a la salida de capitales y al achicamiento del sector externo, que obligaba a ajustar al sector privado o al público. En la Argentina de hoy no existe ese problema, porque no existe el sector externo porque el país está desconectado del mundo. Entonces, si el sector público achica el déficit lo que hará es liberar recursos para el sector privado», explica.
El crédito que hoy toma el Estado podría tomarlo el sector privado y eso representa inversión y crecimiento. Para Milei también había otro escenario posible que priorizara el crecimiento. Si al salir del cepo, el Gobierno emitía un bono que absorbiera de manera agresiva el excedente de pesos, le sacaba de encima un problema al Banco Central y podía bajar más agresivamente la tasa de interés sin riesgo de que eso afectara al dólar. Sin pesos en la calle, no hay chances de correr al tipo de cambio. Ese esquema también hubiera llevado a un crecimiento más rápido, según el experto monetarista.
El programa económico es probable y el temido fantasma del ajuste podría no hacerse sentir, pero el estrés interno y externo que tendrá que soportar para llegar a buen puerto no será poco.
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