Jesús del Álamo es alto y delgado. Lleva para la ocasión traje oscuro con pajarita blanca. Está algo nervioso. Ni la ocasión ni los nervios tienen que ver con la entrevista, sino con el nombramiento Doctor Honoris Causa por la Universidad Politécnica de Madrid. En esta universidad obtuvo su título de ingeniero de Telecomunicaciones en 1980. Los nervios proceden en parte por regresar a su universidad y en otra parte por hacer su presentación en español. No es que se le haya olvidado, pero buena parte de su carrera como investigador la ha realizado en inglés: tesis doctoral en Stanford en el 81, estancia postdoctoral en Japón en 1985, profesor del MIT desde 1988… Actualmente, el recientísimo Honoris Causa por la Politécnica es el director de los laboratorios tecnológicos de microsistemas del Instituto Tecnológico de Massachusetts, el mítico MIT, en donde estudia los semiconductores del futuro.En la conversación habla de su campo de investigación, de la autoexigencia por estar en el MIT, pero también de otros como la duración de las baterías, cuál será el gadget del futuro o la enseñanza por Internet.
Desde fuera, el MIT aparece como el sueño de cualquier investigador. ¿Cómo es trabajar allí? ¿Hay mucha presión?
Es así. Y lo que hace al MIT magnífico es la calidad de sus estudiantes. La pasión, el entusiasmo de la gente. Trabajar con estudiantes que son más brillantes que uno mismo. La presión es autoinducida, es el deseo de dar la talla, de hacer trabajo a nivel mundial.
Usted investiga sobre semiconductores y la combinación de materiales. ¿Es que hemos llegado al final de la Era del Silicio?
En el campo específico de la computación, de la lógica, cada vez está resultando más difícil hacer procesadores más pequeños y a la vez más potentes. Y en esta área al silicio ya se le ve un fin.
Muchas veces se ha dicho que la Ley de Moore (cada dos años se duplica el número de transistores que se pueden instalar en un procesador) se ha acabado.
Sí, y siempre se ha encontrado una solución. Nuevos diseños… Pero en esta ocasión hablamos también en términos económicos. La Ley de Moore seguirá avanzando en tanto en cuanto sea rentable. Los costes se están haciendo tan inmensos que si calculas mal te puedes arruinar. Ésa es la complejidad de hoy: estamos enfrentándonos a la economía, no a la física. Pero con los materiales con los que estamos trabajando, como el arseniuro de Galio e Indio, podemos llegar más allá de donde nos pueda llevar el silicio. Los electrones se mueven más rápidamente y necesitan menos energía. Utilizar estos nuevos componentes nos podría dar probablemente dos generaciones tecnológicas. A lo mejor tres.
El grafeno lleva desde hace unos años el adjetivo de «material del futuro». ¿Entre esos nuevos materiales que menciona está el grafeno?
El grafeno es un material impresionante. Es el primero de toda una familia de materiales bidimensionales que tienen una colección de propiedades fabulosas. Pero el grafeno en sí tiene un problema fundamental para ser utilizado en transistores. Un transistor es un interruptor que puedes abrir y cerrar. Y no tiene esa propiedad. Lo que a mí me impresiona de estos nuevos materiales bidimensionales es que prácticamente no hay día en el que no se oiga hablar de una nueva. Es fantástica la imaginación con la que se están buscando esas nuevas aplicaciones.
Hablando de nuevas aplicaciones. Cuando uno investiga en el terreno de los semiconductores, ¿se tiene la mente puesta en nuevas aplicaciones, en gadgets que los podrían incorporar?
Cuando quieres investigar algo, necesitas un mecenas y para lograrlo tienes que enseñarle algo, una aplicación que tenga interés. Ese algo suele ser relativamente convencional, aunque atractivo para que pongan el dinero encima de la mesa. Pero en nuestro campo, en la tecnología, las aplicaciones más interesantes son las que no se han pensado. Hay que tener la esperanza de que, cuando investigamos en nuevos materiales, saldrán aplicaciones nuevas que no podemos concebir ahora. Uno puede pensar en el grafeno para hacer transistores y termina creando una membrana para desalinizar el agua, como acaba de hacer un colega mío.
Una de sus primeras ocupaciones como investigador fueron las células solares. Europa apostó por la energía solar. ¿Cómo lo ve ahora?
Yo ya no soy experto en células solares. Yo empecé en el tema de células solares y sí he contemplado el progreso de la energía fotovoltaica. Y es impresionante a dónde ha llegado. Ha habido muchos altibajos, porque depende mucho del precio de la energía, pero el precio que ha alcanzado el fotovoltaico es tal que ya es una tecnología real que se ve en casas con frecuencia. Los que parece que ahora están apostando más y van a ganar la partida son los chinos, pero desde el punto de vista tecnológico es un éxito inmenso para la humanidad.
El futuro cercano (2020) se dibuja con 50.000 millones de dispositivos conectados. ¿No da miedo?
Lo que es importante es que vamos a estar rodeados de objetos inteligentes por todas partes. Objetos que hoy son pasivos van a ser mucho más inteligentes en el futuro. Y teóricamente va a haber más contaminación electromagnética, pero a la vez la eficiencia de estos canales de comunicación está aumentando rápidamente y, como consecuencia, no sé si finalmente habrá más o menos contaminación electromagnética. La humanidad está bañada en contaminación electromagnética desde hace varias décadas y no ha habido que yo sepa ninguna evidencia clara de que haya ningún tipo de efecto negativo.
Desde la perspectiva que da estar en el laboratorio del que salieron inventos como el ratón del ordenador, ¿qué tipo de producto ve en un futuro próximo?
Desde mi perspectiva -aunque yo estoy encerrado en mi laboratorio- es que el teléfono móvil va a seguir estando en el centro, pero se va a comunicar con muchos más dispositivos que llevaremos distribuidos por todo el cuerpo. Vamos a tener un montón de objetos diseminados por todo el cuerpo que se comunicarán con el móvil y éste con la nube, donde habrá inteligencia artificial y se nos ofrecerán servicios hoy difíciles de pensar. Esto se va a extender más allá de nuestro cuerpo, a nuestra casa: la tele, el equipo de sonido están ya conectados por WiFi, pero también lo estarán los termostatos, las alarmas… La cocina, el frigorífico que va a saber lo que hay dentro, los alimentos que caducan, que te producirá una lista de la compra o a lo mejor lo compra directamente y te encuentras el sábado a alguien que te lo entrega en casa.
Eso está prácticamente basado sobre lo que hay ahora mismo. ¿Algo que vaya más allá?
El coche eléctrico es una plataforma que nos va a traer muchísimos servicios, muchísima inteligencia y va a ser el nuevo centro de desarrollo, como el teléfono lo ha sido hasta ahora. También los sistemas de inteligencia artificial van a añadir muchísimo a nuestra vida.
Las baterías son el punto débil de cualquier equipo autónomo. ¿Cómo alimentar esos dispositivos?
Es una prioridad técnica importantísima. Yo no trabajo en ello, pero hay muchísimos trabajos en todo el mundo. Quien dé con una tecnología disruptiva en este campo va a hacer un negocio fantástico. Pero una de las cosas que se ve hoy es que con los avances de la microelectrónica, la energía necesaria para realizar muchos tipos de computación y de comunicaciones va descendiendo y los algoritmos de comunicación son cada vez más eficientes, con lo cual hoy puedes hacer mucho más con menos consumo energético. Muchos de los sistemas inteligentes del internet de las cosas van a poder «recolectar» energía hoy perdida: por ejemplo energía residual de luz, electromagnética, por vibraciones, energía térmica…
Quien lea su currículo verá que es un entusiasta de la educación y de la divulgación. ¿Cree que internet nos ha traído la aldea global del conocimiento o tiene sus limitaciones?
Estamos en ello. Hoy hay un tremendo interés por los MOOCs, pero es un trabajo en desarrollo. Hay que ver cómo evoluciona. A mí me fascinan las posibilidades de internet en el mundo de la educación. He trabajado mucho con internet para mejorar la formación sobre todo en el área de las ingenierías en los países en desarrollo, para intentar llevar de manera virtual la experiencia de laboratorio a través de internet a todo el mundo. Ya hay experimentos, pero nos queda muchísimo por delante. Y uno de los problemas es cuál es el modelo económico. El conocimiento no es un recurso consumible; si tú ganas conocimiento no lo pierde otro y la función de los métodos por internet son complementarios, no exclusivos: yo no permitiría que mis hijos tuvieran una formación exclusivamente on line. Que vayan a la universidad, pero que lo complementen con cursos con internet.
Fuente: http://www.elmundo.es/tecnologia/2015/11/28/5658b45a22601d6a3d8b4644.html
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