WASHINGTON.- Los nueve días que el papa Francisco pasará entre Cuba y Estados Unidos, a partir del sábado próximo, abren un enorme desafío logístico en una tierra donde la seguridad es obsesión. Pero, sobre todo, alimentan expectativas inusitadas en millones de cubanos y norteamericanos que lo convirtieron en catalizador de sus esperanzas y en su vocero ante dos sistemas -dos mundos casi antagónicos- con sus propios déficits de resultados.
«Nadie espera que las cosas cambien de un día para el otro. Pero su presencia da institucionalidad moral y pone en agenda un reclamo de cambio de la sociedad que la clase política resiste», describió Thomas Wenski, arzobispo de Miami.
En su periplo dará 26 discursos -18 de ellos en Estados Unidos- en los que se esperan definiciones sobre inmigración, pobreza, derechos humanos, medioambiente y economía al servicio del hombre y no del lucro.
Pero, aún antes de abrir la boca sobre ninguno de ellos, mirada en detalle, la agenda misma del viaje del Papa por siete ciudades es todo un pronunciamiento religioso, político y hasta diplomático.
Los platos fuertes se conocen. En La Habana, misa multitudinaria en la Plaza de la Revolución, al pie del retrato del Che Guevara, el mismo sitio donde, hace 17 años, Juan Pablo II pidió «que Cuba se abra al mundo y que el mundo se abra a Cuba».
En Estados Unidos, audiencia con el presidente Barack Obama en la Casa Blanca, corto paseo en papamóvil por una ciudad cerrada a cal y canto, discurso en el Capitolio, otro en Naciones Unidas, celebración ecuménica en la Zona Cero de Nueva York y mensaje de cierre del Congreso de la Familia, en Filadelfia.
«Es en la miga de los detalles donde la agenda cobra especial dimensión», subrayó Elisabeth Dias, experta en temas religiosos para la revista Time.
Presentada primero como una escala previa a su llegada a Estados Unidos, la visita a la isla se llevará, en realidad, cuatro de los nueve días que reparte entre los dos países.
Pero la cuenta sale a partes exactamente iguales si se descuenta el día y medio que pasará en el Congreso de la Familia, en Filadelfia, motivo inicial del viaje al que, luego, se le añadieron los ocho restantes.
Todo un simbolismo que se extiende en el hecho de que desde Cuba volará directamente hasta la base Andrews, en Maryland. Será una ratificación de la comunicación que él mismo ayudó a abrir, con las conversaciones secretas en las que se involucró de modo personal y que dieron paso al histórico deshielo entre Washington y La Habana.
Es impensable que el Papa no hable de inmigración en Estados Unidos, el país donde 11 millones de personas viven a la sombra, donde muchos miles mueren tratando de cruzar la frontera y donde se rompen familias enteras por la deportación de personas sin papeles.
Pero aún si no abriera la boca, su sola presencia en el Capitolio será un potente llamado contra el racismo que pone a la minoría hispana -como a la afroamericana- en un segundo lugar.
Francisco no sólo será el primer papa en exponer ante el Capitolio en una sesión conjunta de las dos cámaras. También «será el hispanohablante de mayor proyección internacional» en hacerlo, subrayó el ex vocero de Barack Obama y asesor para asuntos hispanos de la Casa Blanca, Luis Miranda, en diálogo con LA NACION.
«Eso ayudará a poner las cosas en su lugar, en el lugar en el que deben estar», añadió Miranda, en referencia a la resistencia que aún pesa sobre numerosos legisladores para aceptar que hoy hay 60 millones de personas en este país que hablan español. Y que 11 millones de ellas claman en vano por un estatus legal que les permita salir de la sombra.
PROMESAS DEMORADAS
Jefe de una iglesia de 1200 millones de personas, pero con una aceptación cercana al 70% entre los no católicos de este país, la figura de Francisco trasciende lo religioso para darle proyección a un largo listado de promesas políticas demoradas. Entre ellas, la anunciada y nunca cumplida reforma migratoria.
«A esta altura, posiblemente muchos de los que lo invitaron se estén arrepintiendo» es la broma que corre entre quienes recuerdan que la invitación al Capitolio fue del presidente de la Cámara baja, el republicano John Boehner, jefe de la bancada que mayor poder tiene para bloquear la agenda del presidente en esa y otras materias.
En el detalle, la agenda combina lo pastoral con lo político y va de una línea a la otra y se detiene en aquello sobre lo que quiere llamar la atención. Aquí se detendrá en Catholic Charities, una entidad que podría asimilarse a Cáritas. En Nueva York irá a Harlem y eligió a Ground Zero, el sitio donde nació la mayor desconfianza hacia el mundo musulmán, para celebrar un oficio ecuménico.
«Una cosa es visitarla. Otra, hacer allí un llamado a todas las religiones», explicó una fuente a esta corresponsal.
En Filadelfia su parada personal será en una cárcel. Una de las que nutren la mayor proporción de población negra entre los internos, a la vez que difícilmente deje de apuntar a la pena de muerte que impera en buena parte de Estados Unidos.
En un país donde el Papa atrae más allá de lo religioso, se esperan movilizaciones masivas.
«Yo creo que veremos concentraciones similares a las que, en su momento, provocó la llegada de Barack Obama a la Casa Blanca», dijo John Dinges, de la Universidad de Columbia, a LA NACION.
Es allí donde la seguridad vuelve a ser obsesión. Serán días difíciles y de mucha tensión para sus responsables y de verdadera incomodidad para quienes tengan que seguir su vida cotidiana en ciudades saturadas de vallados, puestos de control y calles cortadas.
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