Si me preguntan si el vaso está medio lleno o medio vacío, para mí siempre está medio vacío, me parece que así nos predisponemos a llenarlo.
Es cuando nos permitimos llorar que nos animamos a abrir los ojos, vemos lo que ocurre, escuchamos críticas constructivas, nos damos tiempo de poner los pies sobre la tierra, y aunque a veces el suelo está frio pero enseguida se empieza a entibiar. Por momentos nos parece no poder avanzar, pero la verdad es que la quietud incomoda. Somos proyecto, y el proyecto moviliza.
La angustia está subestimada, y siempre tratamos de evitarla. Centrarnos en la parte “medio llena” del vaso lleva a negarnos la realidad. Después de una ruptura amorosa, las mujeres hacemos oídos sordos a la tristeza a través de frases como “No me merece”, y los hombres por su parte convenciéndose que es mejor estar solo. Si por un momento nos animáramos a escuchar lo que realmente sentimos; un “¡Cómo te voy a extrañar!” o “¿Y ahora que voy a hacer?”, nos encontraríamos sumergidos en una angustia, que por más que reconozco, en un principio, no es para nada linda, actúa como el alcohol en una herida, duele, pero ninguna herida sanaría sino desinfectamos. Es el primer paso, y el siguiente es hacia adelante. Con esto me refiero a que es la única forma de poder avanzar. Sin este primer paso, daríamos media vuelta y cada paso sería un atraso que nos alejaría de donde queríamos llegar.
Nos creímos, por inocentes, por “optimistas” o porque era más fácil, que el tiempo cura todas las heridas. Sin la angustia, el tiempo es un cruel amigo que alimenta nuestros resentimientos, que como un imán atrae solo las experiencias que los rectifican, logrando que cada vez se alojen más profundo en nuestro ser.
Yo sé, es difícil, encontrar la parte buena en lo malo, entender que empaparnos en angustia es lo que nos va a llevar a la felicidad. Llegamos a la paradójica conclusión que en ocasiones es más optimista ver el vaso medio vacío. Al fin y al cabo es mejor llenarlo de la mejor manera ¿no?
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