El grupo Mondongo abrió un espacio de exhibición.Trabajan con materiales no convencionales, como plastilina o galletitas. Ahorad
Desde la vereda. Una imagen de la performance de estos días. /Juano Tesone
«Quisimos tener un canal directo entre las ideas de Mondongo y el público, aunque también se expongan obras de otros artistas. Pensamos en una manera de exhibir que sorprenda, que vayas por la calle y te interpele», explica Manuel Mendanha, uno de los artistas que fundó este colectivo artístico en 1999 y que desde entonces ha trabajado con fiambre, hilos de colores, galletitas y plastilina. Entre muchas cosas tienen en su haber haber retratado por encargo a la familia real española. Lo hicieron -no es inocente- con espejitos de colores.
Hoy y mañana a las 20 el telón morado va a abrirse para que se vea allí la performance No soy tan joven como para saberlo todo, que se inscribe en la Bienal inaugurada en abril. En cada presentación, el actor José Fogwill -hijo del escritor- viste una máscara espejada y narigona como Pinocho y recorre una especie de teatrito que, en perspectiva, reproduce el Salón de los Espejos del Palacio de Versalles. A veces les convida torta a unos pares de manos que aparecen por las ventanas de la maqueta, a veces acaricia calaveras: cada función es única. En agosto, cuando sea de noche, la vidriera servirá para verTransiberiano, un documental en el que Mariano Llinás muestra siete horas de su recorrido por el emblemático tren ruso. No se suspende por invierno en la vereda.
Muy cerca de la vidriera está el taller donde se cocina Mondongo. En vez de pomos de óleos y de acrílicos, los placares guardan carreteles de hilo y grandes ¿budines? de plastilina. Todo ordenado en escala cromática hasta que cada uno de los artistas arma su paleta amasando y mezclando siete colores básicos: blanco, negro, verde, amarillo, violeta, magenta y cian. «Pensamos en la plastilina como nuestro óleo, como pintura más corpórea. Nos hace sentir pintores y escultores a la vez», explica Mendanha.
Habla delante de un gran retablo, la obra en la que el colectivo artístico trabaja actualmente y que reproduce una gran vista de la villa 31, de Retiro. Inspirado en la Adoración del Cordero Místico, la primera pintura al óleo que se conoce, de 1432, el colectivo se sirve de la plastilina para poder crearle capas -dimensiones- a la escena: por eso cabe un muñequito leyendo el diario en un balcón de ladrillos, una bandera colgada de una ventana, un nene disfrazado de Superman que aspira a salir de ahí volando. «Es casi como si fuéramos niñitos», reflexiona el artista, casi con las manos en la masa.
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