Un sin fin de quejas sobre las relaciones invaden tanto mi consultorio, como una tarde con amigas y aunque sean variadas y a veces me resulten muy creativas, me parece escuchar la misma melodía de fondo con distintas letras. Es que quejarnos muchas veces implica simple aburrimiento. Como la cosa anda bien, el trabajo dejó de emocionarnos, ya estamos grandes para pelear con nuestros hermanos, un escote no causa un revuelo familiar y el ring-raje perdió la gracia. Ah, pero sigue siendo muy entretenido ocupar horas de nuestros días hablando de que “el caradura de mi novio llegó a las 3 de la mañana”.
Distrayéndonos así hasta que algo emocionante nos encuentre en el camino nuevamente.
Otras veces, existe una distracción mucho más eficiente: el miedo a la infidelidad. Así, se ocupa mucho mejor el tiempo, jugamos un poco al ladrón y al policía, con el traje de detectives todo es más divertido.
Mientras nuestra pareja nos ofrece un té con limón, preocupado por la irritación de nuestra garganta, aprovechamos los 2 minutos que tarda en calentarse el agua para revisar su teléfono, con una mueca socarrona, orgullosa de nuestra actuación, nerviosas por el poco tiempo alcanzamos a leer un nombre… ja ¡lo sabia!
Tan focalizada a nuestra atención se escaparon un par de detalles, el gesto de hacernos un té, al cual no le puso azúcar solo el “permitido edulcorante”, y sí, también se escapó reparar en que ese nombre es el nombre de su cuñada.
Así, solo por diversión (¿?) nos perdemos tantas cosas: el beso antes de irse en las mañanas, el vaso de agua por las noches, la foto en su escritorio, el pedacito de asado que apartó para nosotras. Nos perdemos el AMOR, al amor le gusta esconderse en los detalles, porque es lo sutil, lo cotidiano, es lo que no brilla pero que realmente sí es oro.
Es lo que nos hace inseparables.
No lo opaquemos con malas interpretaciones, que aquellas sí que separan más que un tercero.
Macarena Sánchez Navarro
Licenciada en Psicología
Olascoaga 381 – San Rafael






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