La artista ruso-norteamericana canta el sábado en GEBA. Habla de sus raíces judías, de tener un marido músico, de por qué no le ponen buenos pianos para tocar y por qué no se dedicó a la música clásica. Y dice que hay gente que trabaja para ser famosa.
La naturaleza compensó su impuntualidad con el don de hacer sentir a los extraños como viejos conocidos. Esa calidez se traslada a los conciertos: ya lo mostró en dos noches de 2010 en el Gran Rex, y ahora tiene el desafío de repetir en el desangelado escenario de GEBA. “Me gustan los lugares al aire libre, pero todo depende del clima. En mi última gira, toqué en las afueras de San Pablo y fue el lugar más frío en que toqué en toda mi vida: no podía sentir los dedos. ¿Qué tal es el clima allá en esta época?”Templado.
Qué bueno, espero que tampoco haga demasiado calor. También depende del sonido, y nosotros estamos llevando todo el equipo. Y del público: ellos son los que construyen la atmósfera, y la última vez que toqué en Buenos Aires, el público fue asombroso. Eso sí: tuve un piano difícil.
Hace dos años, en el Teatro Colón, Keith Jarrett estuvo todo el concierto quejándose del piano.
Yo trato de proteger al público de mis problemas. No es su culpa si estás cansada, enferma o el piano está desafinado. Pero, para mis conciertos, yo necesito la misma calidad de piano que, ponele, Horowitz o Kissin. Pero a los que tocamos pop o rock nos dan malos instrumentos. Hay un prejuicio: temen que rompas el piano, o que le pegues demasiado fuerte. Pero los pianos son muy resistentes. Este que llevo viajó conmigo a todos lados, y está perfecto. Le gusta viajar, conocer diferentes culturas y sonidos.
Es tu mejor amigo.
Todavía soy mejor amiga de la gente, pero es un buen amigo.
Además de su piano, Regina traerá a ese marido que da consejos: Jack Dishel, con quien lleva casada casi dos años, será su telonero con su banda, Only Son. Como ella, nació en la Rusia soviética y emigró a los Estados Unidos durante la infancia. Almas gemelas: “Sí, somos muy parecidos. Es genial que vengamos del mismo lugar y hablemos el mismo idioma como primera lengua”. El sábado cantarán a dúo Call Them Brothers, una canción escrita a cuatro manos que puede ser la primera de muchas: “Estuvimos haciendo más música juntos, y aprendí un montón. Queremos hacer un disco entero de canciones escritas por los dos. ¡Es tan difícil! Nunca estuve en una banda, siempre hice todo sola”.
Casarse con un músico debe de ser una de las pocas maneras de tener un marido que entienda tu trabajo.
Todo tiene sus más y sus menos. Es asombroso crear arte juntos. Y tenemos suerte porque amamos de verdad lo que el otro hace. No sería lindo tener que fingir que nos gusta. Pero hay otras combinaciones interesantes de parejas: a veces una persona se dedica al arte, y el otro lleva adelante los negocios. Lo importante es que estés enamorado y conectado.
El año pasado, Spektor y Dishel volvieron a Rusia por primera vez desde que habían emigrado. Ella se fue en 1989, durante la Perestroika, cuando tenía nueve años. Sus padres -un fotógrafo, violinista amateur, y una profesora de música- decidieron abandonar el país, entre otras razones, por el antisemitismo. La duda que casi los hace permanecer en la Unión Soviética tuvieron fue si su hija podría seguir estudiando piano en Estados Unidos: no querían interrumpir su futuro como concertista de música clásica. “Ahora encontré todo bastante parecido a lo que recordaba. Estuve en la Plaza Roja al atardecer, en la hora mágica: todo era dorado, asombroso. Y volví a ver a mi antiguo profesor de piano. El y Sonia Vargas, mi profesora en Estados Unidos, son personas que respiran música y, a la vez, no tienen ego, están con los pies en la tierra. Es muy raro encontrar gente así. Tuve muchísima suerte”.
A Spektor siempre le preguntan por sus raíces rusas, pero el judaísmo parece haberla marcado más. Repasemos: por ser judía tuvo que emigrar; como su piano quedó en Rusia, durante los primeros años en Nueva York practicó en uno de una sinagoga; a los 16 años, durante un viaje a Israel, descubrió que podía cantar y hacer canciones en lugar de cumplir el mandato familiar de ser concertista. “Ser judía es algo que marcó una parte importante del curso de mi vida. Pero es difícil dividir y decir qué fue una influencia mayor: ser inmigrante, ser mujer, ser judía… Es una parte gigante de mi identidad, pero no es la única”.
Suena una alarma. Regina saca un celular de su cartera: “Es señal de que tengo que terminar. Ya pasaron los veinte minutos”, informa con cara de preocupación. Pero no se hace demasiado caso a sí misma y sigue hablando. “En cuanto a mi música, no podría decir si suena judía. A veces la gente me dice ¡ah, esa es una melodía tan judía!
, pero no puedo establecer la diferencia entre algunas melodías que a mí me parecen clásicas y melodías judías. Crecí con mucha música, y la mayoría no era judía. En casa teníamos mucha música clásica y un poco de pop, porque mi papá coleccionaba material occidental, como Los Beatles, Queen o Moody Blues, algunas cosas europeas como Toto Cotugno o Edith Piaf. Me resulta difícil saber qué viene de dónde. Estoy segura de que mucho folk y melodías tradicionales se colaron en la música clásica, así que es fácil no saber de dónde vienen las cosas. Escuchás a Beethoven y decís es música clásica , pero después descubrís que partes de una canción alemana pueblerina para beber cerveza están en una sinfonía… Las cosas son así”.
Siempre decís que no tuviste la suficiente disciplina para dedicarte a la música clásica, pero el pop también requiere cierta disciplina, ¿o no?
Tengo cierta disciplina, no soy completamente vaga. Pero ser concertista de música clásica es como estar en los Juegos Olímpicos: tenés que tener una ética del trabajo. Yo trabajo duro, pero una ética del trabajo es más que disciplina: es un talento. En los Juegos Olímpicos ves estas historias de chicos que se despiertan a las 4 de la madrugada, van al gimnasio todo el día y se acuestan a las 9 de la noche. Poder hacer eso requiere un talento que yo no tenía, porque quería mirar por la ventana, leer o mirar televisión. No me podía sentar frente al piano a practicar durante ocho horas. Podés aprender a hacerlo, pero yo no quería.
No tenés el perfil de alguien que disfrute la fama. ¿Qué es lo peor de tener una carrera exitosa?
No experimenté ninguna parte mala… A veces es difícil adaptarse durante los viajes. En cuanto a la fama, no me hago la importante y listo. No voy a lugares sólo para aparecer en las fotos. Hay gente que trabaja para ser famosa. Buscan el acoso. Y cuando lo logran, se dan cuenta de que no tendrían que haberlo buscado.
Por Gaspar Zimerman
gzimerman@clarin.com
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