San Rafael, Mendoza 23 de noviembre de 2024

«La memoria se convirtió en un negocio y un instrumento político»

El venerado escritor español Javier Cercas, una de los invitados estrella de la Feria del Libro, habló con Infobae sobre su más reciente novela, «El impostor», que aborda el increíble caso real de un falso sobreviviente de los campos de exterminio nazi

Crédito: Nicolás Stulberg

En su más reciente y aclamada novela, «El impostor», el escritor español Javier Cercas cuenta la historia de Enric Marco, un reconocido sindicalista catalán que fue admirado durante décadas en su país debido a su supuesta condición de sobreviviente de los campos de exterminio nazi. Cuando en el año 2005, antes de dictar una conferencia junto al ex presidente Felipe González, un historiador revela que su historia es una mentira, Marco pierde amigos, prestigio y se hunde en el mayor de los descréditos, mientras le propicia el argumento central a Cercas para su nuevo libro que, como es habitual en su obra, es solo la excusa para hablar con deslumbrante erudición y agudeza de la historia reciente de su país y su propia vida.

En su reciente paso por Buenos Aires en el marco de su presentación en la Feria del Libro, el escritor español habló con Infobae sobre el poder simbólico de su personaje principal, la irrelevancia de la novela en el discusión cultural actual, y los peligros de lo que llama «la industria de la memoria».

-Cuando comenzó la escritura de «El impostor», ¿tenía ya conciencia del poder simbólico de la historia de Enric Marco, ya de por sí potente, o fue algo de lo que se dio cuenta después?

No, yo no vi la potencia simbólica de la historia hasta que me metí en ella. Yo solo sé lo que quiero decir cuando ya lo he dicho, solo sé el alcance total de una historia una vez que la he acabado. No tengo «a prioris», yo me meto para descubrir qué es lo que hay.

-Pero tendría una intuición…

Una intuición vaga, de que ahí había algo importante.Yo no sabía lo que había en Marco, pero intuía que estaba lleno de significados.

-La estructura del libro, con falsos arranques, vaivenes temporales y rectificaciones sobre la marcha, hace creer que el proceso de escritura fue muy espontáneo. ¿Fue tan así?

No, por supuesto que no, pero me encanta que me digas que parece que sí, porque mi lema es «El arte verdadero oculta el artificio». Se trata de trabajar a muerte para que el lector no note lo que has trabajado, para que no parezca difícil. Pero la realidad es que antes de empezar a escribir «El impostor» ya lo tenía bastante delineado. Esa es mi manera de trabajar desde hace algún tiempo, con un esquema bastante claro antes de iniciar la escritura propiamente dicha. Lo cual no quiere decir que siga al pie de la letra todo lo tengo planeado, claro.

-Pese a que se trata de una novela total, que es a la vez texto, metatexto, su crítica y cuaderno de notas sobre su escritura, una obra cerebral y erudita, su tema también son las relaciones humanas, tanto las de Enric Marco como la suya con su hijo, y las del propio lector con su historia personal.

Es que la literatura lo que tiene que hacer es despertar problemas, crear desasosiego, inquietud. Yo no quiero que el lector lea «El impostor» o ninguno de mis libros pensando «Vaya historia, pero no tiene nada que ver conmigo». Lo que quiero es meterle dentro. Como dice Horacio: «La historia habla de ti». Tú eres el protagonista de este libro, y todo tiene que ver contigo, y cuando la literatura era importante, que creo que ya no lo es, planteaba todo tipo de problemas, históricos, morales, y era motivo de discusiones, de peleas. No es algo para que esté en las catacumbas o sea solo entretenimiento.

-Su preocupación por la irrelevancia en la que ha caído la novela es un tema recurrente en sus artículos periodísticos y entrevistas. ¿Por qué cree que la literatura ya no está en el centro del debate cultural?

Hubo un momento en el que la novela era un género central, la discusión se generaba en la novela. Me parece claro que ha pasado a un segundo plano, y las discusiones son sobre las series y las películas. La novela no puede hacer lo que ya hacen las series, el cine o el periodismo, ¿pero sabes qué es lo que puede hacer? Todo eso a la vez. Esa es la inmensa virtud que tiene la novela, lo que intento hacer en este libro y en otros anteriores, que sea un sitio donde quepa todo, un gran banquete con muchos platos. Hemos abandonado las posibilidades que nos ofrecía el Quijote, que era un modelo de novela donde todos los géneros cabían, la ficción, la historia, el ensayo…

¿Por qué piensa que la novela dio un vuelco a lo convencional? ¿Imposición del mercado, pereza de los escritores o de los lectores?

Porque los escritores hemos perdido ambición. No, en realidad no lo sé, pero es un hecho. La prueba es esa recurrente discusión sobre la muerte de la novela, que para mí es completamente ridícula. Quien dice que ha muerto la novela es porque ha muerto él o ella, porque precisamente lo que tiene la novela es que es un género infinitamente maleable, cuya única regla es que no tiene reglas.

-Volviendo a «El impostor», ¿lo halaga que la gente diga que se trata de un libro «muy Javier Cercas»? ¿O lo toma como un lastre, que se está repitiendo o está dando a sus lectores lo que esperan de usted?

Yo intento que cada uno de mis libros sea distinto, no porque yo quiera ser un saltimbanqui que va de aquí para allá, sino porque un libro formula un interrogante, y como cada interrogante es distinto en cada libro, la manera de formularlo tiene que ser distinto. Cada libro tiene que tener unas reglas propias. Dos libros con las mismas reglas, uno de los dos es malo. Es la decencia mínima que debe tener un escritor. Pero al mismo tiempo tú eres quien eres, y tienes obsesiones, y una mirada, y eso acaba configurando un estilo. Yo me preocuparía mucho si me dijeras «este libro es igual al anterior». Yo escribí «Soldados de Salamina!, que fue un gran éxito de ventas, pero nunca volví a escribir un libro así, intento por todos los medios evitarlo. Porque sería deshonesto.

-Hablando de «Soldados de Salamina», otros de los temas del libro es lo que usted llama «la industria de la memoria», un fenómeno que en España se produjo en buena parte gracias al éxito de esa novela suya sobre la Guerra Civil. De todas formas, al leer sobre la industria de la memoria, es imposible no pensar en la realidad argentina, que en los últimos años ha vivido un boom de los derechos humanos, convertidos más en una efectiva y cínica herramienta de marketing que una política de Estado.

Sí, me lo han comentado otros periodistas, sobre estos paralelismos entre mi libro y lo que sucede Argentina. Yo no me considero un escritor español sino en español, entonces encuentro lógico que esto suceda. Lo de la industria de la memoria lo puse de manera provocadora, pero la gente no lo ha captado. Han decidido que yo soy revisionista, pero mi crítica es a la insuficiencia, a la cortedad de ese movimiento de la recuperación historia. No a que hizo mucho, sino a que hizo poco.

-¿Poco pero bien o poco pero mal?

¡Poco y mal! Porque en vez de querer enfrentar y solucionar el problema, se buscó el rédito simbólico, económico, político. Los crímenes del franquismo son una cuestión de Estado, y nosotros no podemos permitirnos tener decenas de miles de cadáveres en las cunetas y fosas comunes. Y el error estaba desde el nombre, porque ¿qué carajo es eso de la memoria histórica? Para empezar, como concepto académico es confuso, la memoria es individual, es subjetiva, parcial, y la historia debe intentar ser colectiva, total, objetiva. Y Marco justamente es alguien que sacó rédito de todo tipo haciéndose pasar como una víctima.

-Uno de los capítulos más interesantes del libro es aquel en el que imagina un diálogo entre usted y Marco, y pone en boca de él la crítica de que usted mismo se benefició de la industria de la memoria con Soldados de Salamina, que se transformó, además de en best-seller, en el libro definitivo del zapaterismo.

Es que «Soldados de Salamina» está en los orígenes de eso, es obvio. El libro se va a reeditar ahora y he puesto un epilogo del filósofo Richard Rorty que dice «El éxito de un libro se explica por la coincidencia en las posiciones de un escritor con las obsesiones colectivas». En ese libro, por algún motivo, mis obsesiones fueron las obsesiones del país, y eso explica el éxito paranormal que tuvo en España. Y claro que influyó en eso, porque el tema de ese libro es ese, es un chaval joven a la que la guerra le importa un carajo, y a medida que investiga un episodio oscuro, olvidado, descubre que hay un pasado que todavía es presente, y que es vital para él, y que es el pasado republicano, el pasado de las víctimas. Entonces Marco me acusa de beneficiarme de ese momento, y es verdad, ese libro fue un éxito. Pero cuando empecé a oler esa industria de la memoria, yo me alejé, no volví a escribir un libro sobre la Guerra Civil. Porque me di cuenta que eso se estaba convirtiendo en otra cosa.

-¿En qué?

En un negocio, en un instrumento político.

-¿Tuvo miedo de convertirse en el escritor oficial?

Sí, pero yo tomé distancia enseguida, porque había algo falso ahí, y no pude formularlo hasta 15 años después.

-Enric Marco tuvo palabras muy duras sobre usted tras la publicación del libro. ¿Le explicó personalmente qué era lo que le disgustaba tanto de lo que escribió?

Mira, antes de que saliera el libro yo hablé con él, es más, aplazamos la publicación del libro para que él pudiese tener tiempo para terminar de leerlo. Tuve una larga conversación con él, y ahí le repetí los principios que habíamos acordado cuando comencé a escribir el libro: los hechos son los hechos, y las interpretaciones son las interpretaciones. Él estaba descontento con el libro y yo quería averiguar por qué, que me dijese en qué me había equivocado, y si había errores factuales yo los corregiría, pero no me dijo ningún error factual. No fue una conversación violenta, todo lo contrario. Su gran punto es que lo que él dijo fue muy útil, su argumento es el de (Claudio) Magris, que es que había mentido, sí, pero su mentira sirvió para difundir una verdad, entonces estaba justificado. Yo entendí que él había comprendido el libro, lo que pasa es que luego apareció en la radio, en el programa de mayor audiencia de España, y dijo que yo lo había engañado, pero lo dijo solo para complacer a quienes lo estaban entrevistando, para darles un título.

-¿Encuentra alguna justificación para lo que hizo Marco?

No, él es enteramente responsable. Marco es un espejo monstruoso de lo que somos los seres humanos en general, y los españoles en particular.

¿Y piensa que él realmente se cree ese argumento de que su mentira fue útil y por lo tanto no se lo debe juzgar tan severamente, o solo es algo que dice para intentar salvarse?

No, lo segundo, si le da igual. Quiero decir, él creía que estaba haciendo algo bueno, eso es verdad, pero lo que realmente le importaba era estar ahí, convertido en un gran héroe, porque la gente lo adoraba, se volvía loca con él. En cuanto a que fuese bueno, es decir, la idea de que mintió pero ese mal que hizo sirvió para un bien, difundir esa tragedia, es un argumento completamente falso, porque la versión que él daba del pasado era una versión edulcorada, digerible, tranquilizadora, donde había unos malos muy malos, unos buenos muy buenos, y el resto no tenía nada que ver. Una versión sin las zonas grises de las que habla Primo Levi, sin los espantos, sin los vértigos terroríficos, una versión kitsch, falsa. O sea, que lo de Enric no sirvió para nada. No tuvo ninguna utilidad, al contrario, fue perjudicial, porque la gente se creía que el nazismo era su relato tipo «Lo que el viento se llevó». Ahora, eso vendía mucho, como me dijeron algunos periodistas: «Es que nos lo daba todo hecho. Le poníamos un micrófono y joder, unos cuentos de película».

-Por último, le quiero preguntar por literatura argentina. Usted se ha declarado en numerosas ocasiones admirador de Bioy Casares, de Borges, y también de César Aira. ¿Qué otros escritores argentinos le gustan? ¿Se mantiene al tanto de lo que publican los autores locales?

No sé si estoy al tanto de lo que se edita en Argentina, más bien leo lo que hay por ahí. Por ejemplo, me gusta mucho Leila Guerrero. Leí «Las teorías salvajes» de Pola Oloixarac, me pareció un libro buenísimo, muy gamberro. Me divirtió mucho. Fogwill también me gusta. Y bueno, como tu dijiste, Bioy y Borges, por supuesto. No me puedo imaginar a mí mismo como escritor sin Borges.

«El impostor», de Javier Cercas (Sudamericana)

Fuente: http://www.infobae.com/2015/05/04/1726622-la-memoria-se-convirtio-un-negocio-y-un-instrumento-politico
Por: Rodrigo Duarte rduarte@infobae.com

 

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