Francisco, relajado, en uno de sus encuentros con cardenales del Vaticano. Foto: Archivo / AFP
ROMA.- Sigue provocando fascinación entre la mayoría de los 1200 millones de católicos de todo el mundo. No sólo ellos: lo mismo sucede con muchos agnósticos, ateos, judíos, musulmanes, protestantes y budistas. A dos años de la elección de Francisco , su popularidad es altísima en distintos rincones del planeta, según los sondeos.
Pero al iniciar hoy el tercer año de pontificado, su gran desafío es puertas adentro, en el seno de la Iglesia, donde un pequeño pero influyente bloque se resiste no sólo a las reformas que puso en marcha (como la de la curia romana, que toca intereses económicos y cuotas de poder), sino, sobre todo, a la revolución de la misericordia que pregona desde su elección, el 13 de marzo de 2013.
En el marco de un papado por primera vez en manos de un pontífice latinoamericano y jesuita, que con un lenguaje directo dice que debe seguir adelante ese «movimiento irreversible de renovación» que significó el Concilio Vaticano II, hace 50 años, la pulseada se juega entre dos visiones de Iglesia. Una que se ve a sí misma como hospital de campaña que debe curar a los heridos de nuestro tiempo, abierta a incluir a todos, especialmente a los pecadores y a los que se han alejado. Y la otra como una Iglesia parecida a un recinto para pocos selectos y puros.
En ese sentido, los sectores más conservadores de la Iglesia Católica se preparan, como si se tratara de una verdadera batalla, para el sínodo de octubre próximo sobre la familia. Será la segunda etapa de un proceso que el Papa quiso abrir en octubre pasado para que la Iglesia enfrentara la realidad concreta de situaciones pastorales difíciles (convivencias, divorciados vueltos a casar, violencia en el matrimonio, separaciones, parejas del mismo sexo, homosexuales). Temas que antes eran tabú.
Al iniciar hoy el tercer año de pontificado, el gran desafío del papa Francisco es puertas adentro, en el seno de la Iglesia, donde un pequeño pero influyente bloque se resiste a las reformas y a la revolución de la misericordia que pregona
Muchos prelados que temen el desmoronamiento de la doctrina católica -algo que, según analistas, nunca pasará- no ocultan que, para ellos, llamar a los obispos de todo el mundo a discutir abiertamente esos temas fue como abrir una «caja de Pandora».
El Papa es consciente de que su principal desafío es puertas adentro. Lo dejó en claro en una homilía clave el 15 de febrero pasado, concelebrada junto a 19 nuevos cardenales, la mayoría de la periferia del mundo, designados el día anterior.
Jorge Bergoglio, de 78 años, habló entonces de dos lógicas de pensamiento y de fe: el miedo de perder a los salvados y el deseo de salvar a los perdidos. «Hoy también estamos en la encrucijada de estas dos lógicas», afirmó. Y volvió a reiterar que «el camino de la Iglesia es el deno condenar a nadie eternamente y el de difundir la misericordia de Dios a todas las personas que la piden con corazón sincero».
Fue un mensaje claro, pero difícil de digerir para un pequeño sector de la Iglesia Católica al que tampoco le gusta que el Papa hable de Iglesia pobre para los pobres y de pastores con olor a oveja, volviendo a la cruda esencia del Evangelio.
«Más allá de las reformas puestas en marcha, de las finanzas del Vaticano, de la curia, de un nuevo modo de trabajar en el sínodo, el Papa lo que plantea es decidir entre una Iglesia que se comporta como los doctores de la ley o la que se comporta como Jesús, que abrazaba a todos», dijo a LA NACION el prestigioso vaticanista del diario La Stampa Andrea Tornielli.
«En estos dos años de Francisco, sin contar la simplicidad de los gestos del Papa, de la humildadde moverse en un auto modesto, el mensaje que más se comprendió es el de la misericordia, el de salir hacia las periferias para alcanzar a todos con un abrazo, sobre todo a los más alejados en un mundo que no es más cristiano. Y esto creó resistencias en los más cercanos, es decir, en el hermano mayor de la parábola del hijo pródigo, el que se quedó en la casa del padre y que se enojó al ver cómo éste recibía a su hermano que se había ido y disipado su fortuna», agregó Tornielli.
«En un sector de la Iglesia Católica algunos piensan que entendieron todas las cuestiones y que tienen todas las respuestas y están cerrados a ver más allá. Para Francisco, esto es una falta de apertura al Espíritu Santo. Es un gran problema cambiar el corazón y la mentalidad de esta minoría, un gran desafío, porque hay no sólo obispos, sino muchos sacerdotes jóvenes que se formaron bajo estas estructuras de pensamiento, cerrados», opinó Gerard O’Connell, vaticanista irlandés, del semanario estadounidense jesuita America.
Los sectores más conservadores de la Iglesia Católica se preparan, como si se tratara de una verdadera batalla, para el sínodo de octubre próximo sobre la familia.
«Esta minoría no está contenta con Francisco por su énfasis en el concepto de misericordia, central en el Evangelio. No entiende cuando el Papa habla de audacia y de creatividad, porque está acostumbrada a una visión de Iglesia con anteojeras, en la que hay que seguir las leyes de los doctores, donde algo es blanco o negro, donde uno está adentro, o afuera, como pudo verse claramente en el debate durante el sínodo de octubre pasado», agregó.
La resistencia a la reforma espiritual o conversión a la que llama Francisco -que es normal que exista, como el mismo Papa dijo en una entrevista con LA NACION en diciembre- no es sólo en el Vaticano. Se da, en mayor o menor grado, en las iglesias católicas de todo el mundo.
En Estados Unidos, país que Francisco visitará en septiembre y donde el 90% de los católicos lo ve con buenos ojos, recientemente el cardenal Donald Wuerl, arzobispo de Washington, les puso un freno a nuevas declaraciones explosivas de «algunos hermanos obispos».
Se refirió así al cardenal Raymond Leo Burke, una de las voces más críticas del pontificado y símbolo de una oposición abierta al Papa «del fin del mundo», que desde que se presentó con un simple «buonasera» y sin ponerse la cruz pectoral dorada fue rechazado por el ala más tradicionalista de la Iglesia.
Vocero de los sectores conservadores (que incluyen a intelectuales de renombre), contrarios a cualquier apertura hacia los divorciados vueltos a casar y a los homosexuales, durante el sínodo de octubre Burke le dijo a un canal francés que, de haber algún cambio en la disciplina, iba a resistir.
«Ése es mi deber», sentenció Burke, que en noviembre pasado fue removido por el Papa de su cargo de prefecto del Supremo Tribunal de la Signatura Apostólica y nombrado al frente de la Orden de Malta, un cargo honorífico, en una movida que fue considerada una verdadera cachetada.
Aunque no lo mencionó con nombre y apellido, Wuerl salió al contraataque. Y en una clara defensa de Francisco, escribió en su blog: «Una de las cosas que aprendí es que hay un hilo común que conecta todas estas disidencias. Están en desacuerdo con el Papa porque él no está de acuerdo con ellos y no sigue sus posiciones».
La resistencia a la reforma espiritual o conversión a la que llama Francisco no es sólo en el Vaticano. Se da, en mayor o menor grado, en las iglesias católicas de todo el mundo.
Más allá del enorme desafío en cuanto a una reforma de tipo espiritual, Francisco también enfrenta resistencias en la curia.
«Hay un malestar difuso y una desorientación entre aquellos que, como la reforma de la curia está en proceso, viven en la incertidumbre, sin saber si seguirán en su puesto o no y entre los que ven que están perdiendo cuotas de poder», indicó una fuente de la curia vaticana que prefirió el anonimato.
«Es lógico que quien estaba acostumbrado a otros tiempos se resista a una simplificación del estilo curial», admitió el cardenal hondureño Oscar Andrés Rodríguez Maradiaga, coordinador del consejo de nueve cardenales de todos los continentes que asesoran a Francisco (denominado C-9), en una entrevista con el diario italiano La Repubblica.
Fiel reflejo de un intento de la vieja guardia de ponerle un palo en la rueda a la reforma de la curia, que apunta a la transparencia, limpieza y cuentas claras en todo lo que se refiere a la economía, algunos trataron de desacreditar la labor del cardenal australiano George Pell.
Apodado «el zar de las finanzas» del Vaticano luego de que Francisco lo nombró, el año pasado, al frente de la nueva y poderosa Secretaría de Economía, Pell es detestado por los italianos de la curia por su modo de hacer anglosajón, considerado demasiado brusco comparado con los modos aterciopelados, pero llenos de intriga, del Vaticano.
ATAQUES
En una suerte de «mini-VatiLeaks», hace algunas semanas el semanario L’Espresso atacó a Pell, llamado despectivamente «el canguro», con la publicación de algunos documentos según los cuales el encargado de la nueva política de austeridad de Francisco estaba gastando demasiado y viviendo en el lujo.
Si bien el Papa respalda a Pell, que también es miembro del C-9 y de visión conservadora, en un motu proprio que definió los estatutos de la Secretaría, el mes pasado, redimensionó su poder.
«Los «franciscanos» son mayoría. Sienten y manifiestan públicamente su aceptación y apoyo a Francisco, lo que no implica que tengan diferencias puntuales.
Aunque Pell hubiera querido tener el manejo de las valiosísimas propiedades del Vaticano, en manos de la existente Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica (APSA), su misión será supervisar y controlar.
Al ingresar en el tercer año de un pontificado lleno de gestos inéditos, el teólogo argentino Carlos Galli, que conoce bien a Francisco, coincide en que el desafío ahora es interno. Con el mismo humor que suele ostentar el ex arzobispo de Buenos Aires, al hablar de la adhesión al proyecto «reformador y misionero» del Papa, Galli se animó a hablar con LA NACION de tres grandes grupos en las elites eclesiásticas: «franciscanos», «antifranciscanos» y otros que «franciscanean».
«Los «franciscanos» son mayoría. Sienten y manifiestan públicamente su aceptación y apoyo a Francisco, lo que no implica que tengan diferencias puntuales. Tal adhesión nace de la fe, pero se apoya, también, en compartir su forma de ser papa y su proyecto de renovación de la Iglesia. Quieren una Iglesia abierta y en salida, próxima y compasiva con todos», dice.
«Hay «franciscanos» de la primera hora y otros que se sumaron durante estos dos años. Los hay convencidos y hay otros en proceso de conversión», puntualiza Galli, ex decano de la Facultad de Teología de la UCA, que recientemente estuvo en el Vaticano y en Italia para presentar un libro.
Los «antifranciscanos» son una minoría, pero poderosa. «Sienten un fuerte rechazo a Francisco y cuestionan sus palabras y decisiones. Pero, a diferencia de los primeros, no todos se manifiestan ante otros, aunque descalifican al Pontífice en privado con epítetos agresivos. Entre ellos hay un grupo de «bocones» que hacen declaraciones públicas y buscan respaldos. Hay un grupo de «mudos» que prefieren no identificarse. Hay un grupo intermedio -los llamo «sí y no»- con un poco más de modestia, que manifiestan acuerdos y desacuerdos según las cuestiones, pero, en el fondo, preferirían tener otro papa, y susurran: «Cuando éste pase, volveremos a la normalidad». Lo que los define es, sobre todo, que no quieren cambios y prefieren el antiguo régimen», explica Galli, que fue designado por Francisco por cinco años miembro de la Comisión Teológica Internacional del Vaticano.
Los «antifranciscanos» son una minoría, pero poderosa. Sienten un fuerte rechazo a Francisco y cuestionan sus palabras y decisiones.
Un tercer grupo, más difícil de identificar, es el de los que «franciscanean», según Galli. «No hago un juicio moral, sino que trato de tipificar lo que percibo. Los que «franciscanean» no están tan convencidos para situarse en los dos grupos anteriores porque saben reconocer el rol del papa en la Iglesia Católica. Las posturas pueden ir de una sincera perplejidad en los que «franciscanean» por duda o temor, porque no quieren quedar mal parados, a un notable cinismo entre los que lo hacen por estrategia y poder, porque siempre quieren quedar bien parados», detalla.
«Un observador atento percibe las exageraciones de los que «franciscanean» para aparecer, a veces, más papistas que el papa. En algunos casos -concluye-, estos últimos pueden ser tan peligrosos como los que andan agazapados.»
LAS CLAVES DE DOS AÑOS DE TRANSFORMACIÓN
Reforma vaticana
Francisco dio pleno poder al cardenal George Pell en la Secretaría de Economía para que controle las operaciones y el presupuesto de todas las áreas. Enfrentó las críticas al advertir a la curia sobre los riesgos del «Alzheimer espiritual»
Abusos sexuales
La comisión que lo asesora sobre abusos sexuales en la Iglesia funciona a ritmo lento. Pero sus miembros realizaron propuestas para proteger a los niños de los curas pedófilos y sancionar a los obispos que los encubren
Sínodo sobre la familia
En el sínodo de octubre salieron a la luz varios de los temas controversiales para la oposición conservadora en la Iglesia, como la comunión a los divorciados o la cuestión de los gays. Este año se realizará la segunda ronda del concilio
Política exterior
Francisco jugó un rol clave en el acercamiento entre Cuba y EE.UU. No tuvo el mismo éxito con su oración multiconfesional por la paz en Medio Oriente
Evangelii Gaudium
En su primera exhortación apostólica, Francisco dijo que el principal destinatario del mensaje cristiano son los pobres
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