En San Rafael, como en otros lugares de Mendoza donde la inseguridad golpea duro, arrecian los robos a casas particulares donde sus dueños atesoran sumas importantes de dinero y objetos de valor. Lo mismo sucede en locales comerciales, donde los delincuentes siempre aciertan con la localización del botín buscado que, por lo general, es cuantioso.
Esto habla a las claras de que los malhechores llegan a la escena con el dato preciso, sabiendo de antemano dónde buscar y qué hallarán gracias a los servicios de un “datero” o entregador que recibe un porcentaje de lo obtenido sin siquiera ensuciarse los zapatos.
Estos personajes, que por lo general permanecen en el anonimato, siempre –invariablemente- quedan impunes y son, en otra medida, el equivalente de quienes compran los objetos robados a precio vil para venderlos en un importe superior al pagado por ellos y lucrar así con la desgracia ajena.
Jamás escuchamos que la crónica policial o judicial se ocupe de ellos, siendo que sin su intervención se dificultaría notablemente la labor de los ladrones, tanto en el caso de los dateros como en el de los reducidores.
Hasta ahora han resultado infructuosos los esfuerzos de los investigadores para localizar e identificar a estos personajes nefastos, cuyo castigo nos haría recuperar la fe en la Justicia, hoy sumamente devaluada.
Lo realmente doloroso, en muchas ocasiones, es que quienes allanan el camino de los delincuentes son personas del entorno cercano de las víctimas –incluso familiares- que gozan de la confianza de éstas, al punto de ser depositarios de su confianza.
Uno de los últimos hechos de este tipo en San Rafael fue el robo al local bailable Juana Multiespacio de Las Paredes, donde los cacos se alzaron con casi 100 mil pesos producto de la recaudación de una noche de actividad.
Además de un sereno, el local cuenta con cámaras de vigilancia que fueron desactivadas y, por otra parte, sus titulares jamás dejan el dinero de la recaudación, como sucedió esa noche, en una caja de seguridad empotrada en un muro que ni siquiera está a la vista.
Esa noche, debido a la ausencia de la persona encargada de retirar la recaudación, el dinero quedó allí y el detalle fue advertido por alguien que alertó al o los ladrones, dándoles precisiones acerca de cómo acceder a la caja, cómo desactivar la cámara de vigilancia de ese sector y, lo más importante, el monto aproximado de lo que hallarían.
Es evidente, a esta altura, que se trata de alguien cercano a la actividad de la empresa y que, además de capacidad para el “escruche”, tiene contactos en el mundo delictivo. Con esos datos no debería ser muy difícil para los investigadores policiales dar con él.
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