El espectáculo, que está dirigido e interpretado por Alcón, junto con Joaquín Furriel, Graciela Araujo y Roberto Castro, comenzará a hacer funciones mañana. Alcón hizo una puesta de esta obra en 1990, en oportunidad de la inauguración de la sala Andamio 90. Ahora lo retoma, en principio por puro placer estético.
Alcón afirma que conoció la obra a través de un compañero, a mediados de los años 80, en España, cuando interpretaba en el teatro María Guerrero de Madrid, El público, de Federico García Lorca. Lo leyó y quedó fascinado.
«Tengo un enamoramiento especial por esta obra – cuenta el intérprete-. Comienzo a leer las primeras palabras: «Ahora me toca a mí» y no puedo dejar de seguirla, me mete en unos laberintos que no sé a dónde me llevan, remueve mi interior, me saca de la butaca en la que estoy sentado, me hace creer que el teatro tiene el poder de despertar conciencia.»
Y en verdad algo de eso siempre sucede cuando Samuel Beckett pone en funcionamiento su rueda mágica, que nos lleva a observar el mundo de una manera muy distinta a la realidad. «Introducirme en este texto me permitió darme cuenta de que siempre me pasa lo mismo con Beckett -destaca Joaquín Furriel-. Hay algo que entiendo, aunque parezca oscuro. Cierta mirada huérfana de la vida de uno, de estar como a la intemperie. Hay algo descarnado y a la vez muy despojado. Hay algo en Final de partida que me compromete, por ser padre y ser hijo. Observo esa relación entre Hamm y Clov, tan compleja a veces y otras tan simple, tan rutinaria, tan de plantearte interrogantes: ¿qué hay más allá de ese mundo en el que ellos están? ¿qué es el mundo?, ¿qué es nuestra especie? La obra tiene una atmósfera desconocida para mí como actor. Al comienzo sentí: «No sé cómo se hace esto y todavía no lo sé».»
Pero el maestro Alcón le ha explicado que «es una pieza muy líquida, que no puede etiquetarse» y eso le hace comprender que sólo deberá entregarse «a la respiración del texto y así llegará a escuchar el sonido del poeta», según explica.
Es intensa la relación entre ambos intérpretes. Se conocieron haciendo Rey Lear, de Shakespeare, en el Apolo. Luego los dos compartían espectáculos en el Metropolitan: Alcón interpretaba Filosofía de vida, y Furriel, Lluvia constante. Solían tomar un café antes de subir cada uno a su escenario y un día asomó la posibilidad de transitar este texto ante el cual los dos están como embelesados.
POSGRADO EN ACTUACIÓN
Joaquín Furriel dice que este trabajo es «como un posgrado»: «Siento que voy a tocar con Martha Argerich y quiero acompañar de la mejor manera posible -explica-. Alfredo es un director de una gran sabiduría. Estando con él cobran vida figuras como Milagros de la Vega, María Casares, Margarita Xirgu, Lautaro Murúa. Esa gente está viva cuando Alfredo te habla de ellos. Él tiene mucho conocimiento y al mismo tiempo mucha sorpresa y frescura».
Con esas cualidades, Alfredo Alcón explica que de su puesta anterior de Final de partida no recuerda nada. «Termino de hacer una obra y el texto se me borra como si nunca lo hubiera sabido – aclara-. Además, las grandes obras nunca las hacés bien, son como ejercicios de actuación. Uno sabe que haciendo eso, metiéndose en esa estructura, crece. Recuerdo que una vez Milagros de la Vega, siendo ya muy mayor, me dijo respecto a un gran texto que había hecho: «Si pudiera hacerlo de vuelta, lo haría mejor». Y lo dijo con una alegría, como si tuviera 15 años.»En ese proceso parecería estar ahora Alcón. Recuperando un personaje y un discurso 23 años después de haberlo estrenado y sabiendo que las palabras de Samuel Beckett nuevamente encontrarán eco en la platea. «Cuando lo hice sucedía algo extrañísimo. Los políticos que veían el trabajo decían: «Está buenísimo, Hamm es Estados Unidos y Clov, Latinoamérica». Y si venía un matrimonio hablaban de la imposibilidad de separarse. A cada uno la obra le pegaba distinto, pero todos se sentían identificados.»
«Es que la obra está viva aun en los lugares en donde no dice nada, en las pausas -explica Furriel-. Después están los monólogos de los personajes, que son increíbles. Es sin dudas una experiencia muy potente, que comparto con una persona a la que considero muy valiente, porque vuelve a meterse en la piel de Hamm y eso indica que sabe muy bien lo que es la vida. Como sucede en la obra, yo Clov, me dejo introducir en su mundo.»
REFLEJO DE UN MUNDO EN CRISIS PERMANENTE
El texto, según los actores, habla de la actualidad
Final de partida es una obra emblemática a la hora de exponer un mundo en crisis y seguramente por eso las resonancias que encontrará entre los espectadores serán muchos. Así lo explican los actores:
«Todo ese mundo en crisis, destruido, que presenta la obra, con ese mensaje desesperanzador y ese humor tan único, a nosotros nos resulta muy cercano. Beckett está hablando como si viera lo que sucede hoy en el mundo y en la Argentina. Nosotros tenemos la crisis permanentemente. En momentos de convulsión enseguida aparece el chiquitaje de cada uno de nosotros. Trepa el dólar y, aunque no tengamos dinero para comprar, comenzamos a inquietarnos, a sentir inseguridad. Todo el tiempo estamos con el terror de crisis porque hemos tenido crisis periódicas: económicas, políticas, institucionales», explica Joaquín Furriel.
«Todas las grandes obras hablan siempre de la esencia del hombre. No sé en qué época el mundo no estuvo en crisis. ¿Te acordás de alguna época en la que hubo paz entre los hombres, comprensión, que los bandos distintos se respetaran? No te digo que ames a tu enemigo, pero sí respetá su pensamiento y si lo vas a atacar, hacelo con la manera más inteligente. Pero cuando usas el tuteo interior, la chicana, ¿dónde está el pensamiento?, ¿dónde está el hombre? Y si a estas cosas que aparecen cotidianamente sumás la crisis en Europa, países a los que antes ponías como ejemplo de equilibrio, todo es muy doloroso. Es muy duro ver lo que pasa hoy allá, la gente se tira por el balcón porque en su casa nadie tiene trabajo. Es muy fuerte todo. Habría que parar un poco. Hay mucho ruido y pocas nueces. Estamos en el siglo XXI y la libertad es todo este ruido. Si eso es ser libre, qué presos estamos», afirma Alcón.ß
Por Carlos Pacheco | LA NACION
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