Lo cierto es que la sensibilidad a lo húmedo –el sudor, una toalla mojada– juega un papel importante en muchos aspectos de la vida diaria. Pero puesto que no tenemos receptores específicos, el concepto de lo húmedo es en parte una ilusión perceptiva que nuestro cerebro evoca a partir de experiencias previas de estímulos que “sabemos” que son húmedos.
Gracias a esa combinación de estímulos registrados en la memoria podemos saber si estamos sentados en una silla mojada o pisando un charco. Los investigadores analizaron el papel de las fibras nerviosas de tipo A –las que transmiten la información sobre temperatura y sensaciones táctiles desde la piel alcerebro– y vieron que la actividad era menor en cuanto a la percepción de la humedad. Su hipótesis es que, puesto que las zonas con vello en la piel son más sensibles a los estímulos termales, también deberían ser más receptivas a la humedad que la piel lampiña –palmas de las manos y plantas de los pies–, que percibe mejor los estímulos táctiles.
El director del estudio, Davide Filingeri, expuso a 13 hombres sanos a estímulos húmedos calientes, fríos y neutros. Comprobaron que la sensación de humedad aumentaba a medida que bajaba la temperatura, y que los sujetos percibían mejor la humedad fría que la templada o caliente.
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