Con tan sólo cinco libros publicados (más otros dos en camino, que por ahora no son más que una tentadora promesa) y cuatro temporadas por la televisión de cable premium, la historia de las guerras entre reyes de fantasía del escritor norteamericanoGeorge R. R. Martin ha logrado subyugar a lectores de todo el mundo y a una platea global, siempre a la búsqueda de encontrar, fuera del cambiante mundo tecnológico que todo lo invade, una respuesta a preguntas más permanentes.
La historia creada por Martin, Canción de hielo y fuego, fue bautizada como Game of Thrones (Juego de tronos) para la TV -el nombre del primero de los cinco libros- y su última temporada ya tiene diecinueve nominaciones a los premios Emmy 2014(que se conocerán el lunes próximo), lo cual habla de un fenómeno arrollador, por lo menos desde el punto de vista de la gran industria; pero los infinitos puntos de encuentro y comunidades en Internet creados a la sombra de una vasta y omnipresente ficción muestran también otra cara de esta realidad: la necesidad de creer en algo, aunque ese algo esté hecho únicamente a base de palabras o de imágenes.
No es tarea sencilla resumir un relato que abarca varias generaciones de hombres y mujeres, guerras y escaramuzas en distintas ciudades de Norte a Sur, y alrededor de 4000 páginas en la edición en papel (a las que se agregarán, seguramente, otras 2000 como mínimo, cuando The Winds of Winter y A Dream of Spring sean publicados). En muchas de las infinitas reseñas críticas escritas a raíz de cada publicación en diferentes idiomas se relacionó la guerra entre las casas de los Siete Reinos por el Trono de Hierro con la Guerra de las Dos Rosas, la guerra civil medieval en la que las casas de Lancaster y de York se disputaron el trono de Inglaterra, entre 1455 y 1485, y de la que William Shakespeare tomó tema para varios de sus dramas.
Pero toda comparación que se haga entre esta larga, compleja y complicada historia con otras obras de la literatura universal será siempre injustamente parcial. Martin ha sido comparado, sucesivamente, sí, con Shakespeare y con Tolkien («El Tolkien americano», lo saludó The New York Times), pero es hombre y escritor de esta época, y vale la pena estudiar el fenómeno en sí mismo.
UN AMABLE FARMER
Martin (1948, Nueva Jersey) no es en absoluto un parvenu de las letras. Se licenció, según rezan las solapas de sus libros, en periodismo en 1970, y publicó su primera novela Muerte de la luz (Dying of the Light) en 1977. Ganador de varios Hugo y Nebula (dos de los más importantes premios para obras de ciencia ficción y fantasía de los Estados Unidos), en los años ochenta se dedicó a escribir guiones de varias series de televisión -entre otras, La dimensión desconocida (The Twilight Zone), 1986, y The Beauty and the Beast, 1987-, al tiempo que seguía escribiendo cuentos cortos, una serie de antologías de historia sobre la Segunda Guerra Mundial y también una colección de relatos de ciencia ficción, Los viajes de Tuf (Tuf Voyaging, 1986).
En 1996 hubo dos cambios de vida muy importantes: Martin dejó Hollywood, se fue a vivir a Santa Fe (Nuevo México) y regresó al mundo de la literatura ese mismo año con la novela Juego de tronos, la que dio comienzo al ciclo de novelas Canción de hielo y fuego (Song of Ice and Fire).
A quien lo vea en fotos o en entrevistas (hay varias en YouTube, y en distintas universidades), siempre vestido de negro y con tiradores de coloridos estampados para las ocasiones especiales, puede llegar a recordarle esos cuáqueros silenciosos e impredecibles de Nathaniel Hawthorne o simplemente el personaje del cómic de Al Capp, Lil’Abner («El chiquito Abner»), pero más envejecido y con sobrepeso. No hay que dejarse engañar; detrás de esa fachada de bonhomía y naturalidad, está un creador de mundos y personajes poderosos, que ha sabido mezclar con habilidad y técnica singulares la historia del poder y la política de los hombres con la literatura fantástica de dragones y caminantes que vienen del Más Allá (así, con mayúsculas).
En los agradecimientos a colaboradores y amigos de Juego de tronos (una práctica que se repite, de maneras distintas, en todos los libros de la serie), Martin advierte con ironía que «dicen que en los detalles está el demonio. Un libro tan largo como éste tiene muchísimos demonios, y hay que estar alerta para no caer en sus garras. Por suerte, yo conozco a muchísimos ángeles». He aquí develada también una de las claves de su escritura: compensar la multiplicidad de detalles y de situaciones terribles y crueles con contadísimas escenas de esperanza.
Como Homero en la Ilíada, Martin necesita sembrar su historia de «ayuda memorias» literarios: no será la inmortal Aurora de dedos rosados, pero sí algunos lemas, como éste que ya se está haciendo famoso fuera de la ficción, «Winter is coming», y que va a escandir todo el larguísimo relato:
Aquellas palabras le provocaron un escalofrío, como siempre. Eran el lema de los Stark. Todas las familias nobles tenían un lema. Y aquellas consignas familiares, piedras de toque, aquella especie de plegarias, eran alardes de honor y gloria, promesas de lealtad y sinceridad, juramentos de valor y fidelidad… Todos menos el de los Stark. El lema de los Stark era «Se acerca el invierno».
No es el único importante, por supuesto. También «Porque oscura es la noche y llena de terrores» -una verdad de a puño, como podrán comprobar los seguidores de Canción de hielo y fuego-, frase que deberá repetirse en voz baja y susurrante al oído, instala una lucha más: entre los antiguos dioses y el nuevo dios, el Señor de la Luz, tan impiadoso como los anteriores, pero que exige sacrificios y sangre fresca cada vez que su ayuda es invocada. La magia negra y la magia blanca entablan así su guerra personal en este campo de batalla.
DRAMATIS PERSONAE
La trama es tan compleja, transcurre al mismo tiempo en tantos lugares diferentes, que ha obligado a los sucesivos editores a ir agregando mapas al comienzo de cada libro -también hay símbolos heráldicos- y socorridos apéndices con listas de los personajes intervinientes y de sus casas dinásticas (algo que recuerda, salvando las distancias, a listas semejantes, aunque pequeñas, de las novelas de Agatha Christie).
Los personajes de este conjunto de historias que se bifurcan una y otra vez son la piedra sobre la que Martin levantará su edificio interminable. De la casa de los Targaryen, los señores de los dragones y dueños del Trono de Hierro, queda como única heredera viva la khaleesi Daenerys, madre de tres dragones y decidida a recuperar lo que perteneció a su familia. De los tres hermanos Baratheon, sólo sobrevive Stannis, que llevará su guerra hasta el Muro -el que separa al mundo conocido del desconocido-, con el corazón ardiente del Señor de la Luz en su estandarte. En la casa de los Lannister se destacan Cercei, madre de reyes; su hermano mellizo Jamie, y su hermano pequeño («little brother» no sólo de nombre), el enano Tyrion. Por fin están los Stark, Ned Stark, su esposa Catelyn, sus tres hijos y dos hijas -amén de un hijo bastardo, Jon Snow, importantísimo para la trama-, una familia cruelmente despojada de la felicidad, cuyo emblema es un lobo gigantesco y alrededor de la cual se van desarrollando los hechos principales.
Como dice la periodista Dolores Graña en el recuadro que acompaña esta nota [ver], «las novelas son un trabajo minucioso y privado, un tapiz bordado con el cuidado y el tiempo requerido para construir una imagen compleja a través de millones de puntos», una acertada descripción de cómo estos personajes, que son decenas y decenas, van componiendo un verdadero e intrincado gobelino. Parafraseando al Borges de «El jardín de senderos que se bifurcan», esta obra puede ser también, y por momentos lo es, una infinita serie «de tiempos, en una red creciente y vertiginosa de tiempos divergentes, convergentes y paralelos», con un autor que, a su manera, pretende abarcar todas las posibilidades.
Por algo, en abril de 2011, Martin escribía la siguiente «Aclaración sobre la cronología» para el último libro publicado, Danza de dragones (A Dance with Dragons):
Ha pasado mucho tiempo entre libro y libro, ya lo sé, así que quizá se imponga recordar unas cuantas cosas. El libro que tenéis entre manos es el quinto volumen de Canción de hielo y fuego. El cuarto fue Festín de cuervos, pero este libro no es una continuación en el sentido tradicional, ya que la acción es simultánea. Tanto Danza… como Festín… retoman la trama inmediatamente después de los acontecimientos narrados en Tormenta de espadas, el tercer volumen de la serie. [Danza… y Festín…] son dos libros paralelos, no consecutivos, que no se dividen por la cronología, sino por la geografía. Aunque sólo hasta cierto punto.
EN OTRO MUNDO
Traducir para la televisión esta serie infinita de acciones, personajes y dilemas morales acompañados lindamente de oportunas muertes a granel, parricidios, incesto, esclavitud, descuartizamientos y torturas sin distinción de sexos ni edades, y dragones, zombis y otros seres fantásticos, no ha sido fácil, pero sí fecundo. La llegada de Game of Thrones a las pantallas (la de la TV común y las digitales) ha inaugurado usos y costumbres nuevos, y ha reforzado los ya existentes. Por ejemplo, las fanpages de Facebook (reemplazo desde todo punto de vista más gratificante que el de los tradicionales clubes de admiradores), desde las que los participantes no sólo comparten preferencias y odios, sino que también hacen propuestas al autor con respecto a lo que vendrá. El mismo Martin acepta que no están mal rumbeados los que proponen una pareja entre Daenerys y Jon Snow, basados simplemente en la interpretación de las pistas que el autor ha ido dejando, como las migas de Hansel y Gretel, a lo largo de sus hasta ahora cinco libros.
Twitter, tan parecido a la trama de la serie por su multiplicación infinita en el mundo virtual, es también un elemento fundamental de difusión (casi valdría la pena llamarlo «polinización»). Basta que uno se decida a retuitear una quote (cita) de @GoThrones_BOT, para que, por ejemplo, @ThroneQuotes la retuitee a su vez, en un juego de espejos del que nunca se sabrá el final.
Porque los seguidores (y fanáticos) de esta creación de Martin están rezando para que el viejo y querido George deje a un lado todo lo que no sea escribir y les permita arribar al final de este largo folletín (antes lo hubiéramos llamado «folletín») en el que se ha permitido algunas transgresiones literarias interesantes, la menor de las cuales es matar a personajes principales sin ningún remordimiento por la sensibilidad de sus lectores.
Entre los seguidores de la serie habrá que diferenciar, por supuesto, a los que leyeron los libros y vieron las cuatro temporadas de HBO y los que no los leyeron y sí vieron la serie de TV. De los segundos, un testimonio tomado al azar, pero que resume bien qué es lo que puede encontrar un joven televidente en esta Canción. Dice Clara (porteña, 25 años, estudiante de Ciencias Económicas en la UBA):
Me gusta porque es una serie que transcurre en una era medieval pero también tiene fantasía. Lo que llama la atención es que a pesar de eso, la trama no gira en torno a la magia sino a las relaciones de poder. Es una lucha por el poder, por ser rey o estar en la cúspide social, y como consecuencia, otros personajes tienen que librar su propia lucha por sobrevivir (literalmente). La acción de uno genera una reacción en otro y una consecuencia en la vida de un tercero que ni siquiera conoce al primero. ¡Parece que todos están unidos por un hilo invisible, y eso es genial! También me gusta que no gire sólo en torno a un personaje central o a una familia: hay tantos personajes diferentes que uno se siente más identificado con algunos en especial, pero no hay garantía de que no los maten. Cualquiera puede morir.?Y también me gusta que la serie use vocabulario acorde al estrato social del personaje y al estado de ánimo. No hay censura. Y es bueno que los personajes femeninos no sean todas damiselas en peligro; por lo general, son fuertes.
Ahora, para los que de una manera u otra, voluntaria o involuntariamente, nos hemos acercado a Canción de hielo y fuego sólo queda aguardar la publicación de The Winds of Winter. Contamos por lo menos con la promesa de Martin: «Espero que volvamos a temblar de frío todos juntos».
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