San Rafael, Mendoza martes 26 de noviembre de 2024

La última esperanza del peronismo kirchnerista: “un gesto de Amado”

BOUDOULa permanencia de Amado Boudou en la vicepresidencia es, para Cristina, una prueba irrefutable de su capacidad para conservar el poder. Por eso lo mantuvo en su puesto cuando lo procesaron por apropiarse de la máquina de hacer billetes en el escándalo Ciccone. Lo volverá a mantener ahora que carga con un segundo procesamiento por falsear papeles de un auto para evitar incluirlo en la separación de bienes de su divorcio. Y seguirá manteniéndolo así la Justicia vuelva a encontrarlo pasible de ser procesado; por enriquecimiento ilícito por ejemplo, que es la otra causa contra el vice que avanza a paso firme. Así lo aseguraron a Clarín fuentes del Gobierno que saben, por experiencia directa, cómo la Presidenta instruye a sus funcionarios para cumplir este propósito.

El peronismo kirchnerista carga con Boudou como quien lleva una mochila llena de piedras. Es la orden y la cumplen, aunque fuentes partidarias aseguran que candidatos potenciales como el ascendente ministro Florencio Randazzo, o el también ministro Agustín Rossi, han deslizado ante la Presidenta la incomodidad que supone tener que remontar la cuesta de Boudou y sus andanzas. Pero aún arriesgándose a recibir una respuesta destemplada, no le están contando a Cristina nada que ella ya no sepa.

La mayor esperanza del kirchnerismo es módica.

“Se está buscando un gesto de Amado”, especulan quienes pueden ver de cerca los movimientos del dispositivo de poder de Cristina, integrado por funcionarios de la Casa Rosada y dirigentes de La Cámpora que operan sobre la interna del Gobierno.

La evaluación que hacen es que “por goteo la situación va a ir complicándose cada vez más para Amado”. Saben bien que la Presidenta no lo dejará caer. Otra cosa es que el vice asuma que su situación es irreversible y que su presencia es un daño cotidiano para el Gobierno.

De ese hilo tan delgado cuelga la esperanza. Pero eso requeriría de una generosidad que Boudou hasta ahora no demostró tener.

Quienes se asombran o escandalizan porque Cristina afronta costos enormes sosteniendo a Boudou desconocen que para quienes son de su raza política no hay costo mayor que mostrarse débil en el ejercicio del poder. Según ese razonamiento, soltarle la mano no sería el gesto de fortaleza de quien asume el error de haber elegido a alguien a quien el cargo le queda demasiado grande, y hace cirugía para recuperar salud, sino la declaración formal de vulnerabilidad de quien no tiene más remedio que dar su brazo a torcer, porque su lógica es no concederle nada a nadie, y mucho menos aceptar errores.

Claro que una cosa es el error y otra cosa es el temor.

Y la Presidenta ya demostró que al temor le tiene respeto. Por eso el Gobierno devaluó en enero, cuando temió –la Presidenta– que las bruscas distorsiones de la economía pudieran llevarse puesto su ciclo familiar de poder. Desde este punto de vista, Cristina sólo dejaría caer a Boudou si entiende que eso puede actuar como válvula de descompresión frente a un escenario político, pero sobre todo económico, que pueda complicarse inesperada y severamente. Mientras eso no suceda –y por ahora no hay indicios ciertos de que vaya a suceder– la sonrisa de Amado seguirá refulgiendo.

Para que a nadie de los propios le quedaran dudas, la Presidenta hizo esta semana dos gestos contundentes en respaldo de Boudou, a contramano del deseo y la remota esperanza de sus funcionarios y legisladores. Como no habla con él hace rato más allá de lo estrictamente necesario y formal, porque lo tiene atragantado hasta la furia por tanto perjuicio que le está causando, le mandó decir por el jefe de Gabinete Jorge Capitanich y el secretario de la Presidencia Oscar Parrilli que tenía que sentarse a presidir el miércoles la sesión del Senado y aguantar, calladito y sin despeinarse, la catarata de rayos y centellas que le dedicó en pleno rostro la oposición, con más o menos sonoridad pero sin ninguna consecuencia práctica.

El bloque oficialista que comanda Miguel Pichetto corcoveó un poco pero se alineó después de los llamados de la Casa Rosada. Allí abundan los rostros demudados: “Este tipo se está llevando puestos a los que lo quieren ayudar” dicen contemplando la actitud de Boudou, que pareció retemplado después de esa sesión escandalosa.

“Es un inconsciente”, dijo un peronista del Senado, no se sabe si para justificarlo o condenarlo.

El jueves, cuando ya en la Casa Rosada se tenía la presunción de que el juez Claudio Bonadio podía descargarle el procesamiento por el auto flojo de papeles, Cristina le confirmó a Boudou que debía viajar a Colombia para representarla en la asunción del reelecto presidente Juan Manuel Santos. Y siguiendo expresas directivas, funcionarios de la Casa Rosada se ocuparon de supervisar personalmente que las fotos y videos de Boudou en los actos de Bogotá fuesen puntualmente difundidos por el sistema estatal de medios, y también por la amplia cadena de la felicidad privada que tan generosamente alimenta la pauta oficial.

Mientras Boudou triscaba en Colombia, los jefes de los bloques opositores presentaban un proyecto pidiendo que sea suspendido como titular del Senado por “desorden de conducta”.

Otra vez, mucha sonoridad y ningún efecto práctico. Igual que la demanda que ese mismo día el Gobierno presentó contra los EE.UU. en la Corte Internacional de La Haya por el fallo del juez Griesa en favor de los fondos buitre.

Pocas veces la oposición es más endeble que cuando se mimetiza con las formas del Gobierno.

El viernes, el procesamiento de Bonadio encontró a Boudou de regreso en Buenos Aires, recluido en su despacho del Senado, rogando por alguna migaja de solidaridad de un kirchnerismo que no está dispuesto a dársela, pero tampoco a desobedecer a la Jefa.

Se ha especulado con que la Presidenta renovó su decisión de sostener a Boudou alentada por cierta recuperación de su imagen en las mediciones que cerraron el mes de julio. Algo así como aprovechar la recuperación para reafirmar su comando único e indiscutible.

En efecto, una consultora que está muy lejos de recibir beneficios del Gobierno, como Management & Fit, registró casi 7 puntos de mejora en la aprobación de la gestión de Cristina en su última encuesta nacional. Tampoco es para tirar manteca al techo: la aceptación pasó de 28,8% en junio al 35,4% en julio.

La desaprobación bajó del 60,2% al 55,6%. Por cierto, para el que tiene poco, poco suele ser mucho. Pero es una mejora indudable que puede obedecer en parte a razones estacionales –la plata del aguinaldo en el bolsillo de la gente– pero se vincula sin dudas al rédito político inmediato que le da a Cristina el enfrentamiento con los fondos buitre.

El relato de la pelea contra los capitales especulativos sigue teniendo audiencias dispuestas al aplauso rápido, más allá de que este mismo Gobierno haya acordado un pago indemnizatorio inesperadamente alto a Repsol y otro similar al Club de París. El kirchnerismo siempre supo sacar rédito de esa facilidad para emocionarse que tienen ciertas franjas socio-culturales.

Pero más allá del cortísimo plazo está la incógnita acerca de cuánto afectará el default a una economía local que ya venía con luces de alerta plenamente encendidas en materia de recesión, inflación, caída del salario, el empleo y la inversión, y ahora nuevamente presión sobre el dólar.

Mientras esa incógnita se mantenga y pase el tiempo sin que las variables se desacomoden dramáticamente, a sabiendas de que su tiempo en el poder tiene una fecha de extinción inmutable, Cristina seguirá marcando los tiempos de la política.

Se dará el gusto de mantenerlo a Boudou como símbolo de su señorío. Y los candidatos a sucederla, opositores y oficialistas, seguirán moviéndose en cámara lenta, por momentos casi congelados. Es lo que hay.

Fuente: Clarin

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