Federico Cash murió a los 70 años convencido de que María, su hija, está en algún lugar perdida, desorientada, envuelta en un delirio que la hizo desaparecer hace casi tres años. Federico Cash murió durante el atardecer del lunes por el impacto de su auto con otro coche, en una ruta desolada de La Pampa. Lograron sacarlo de ese enredo de lata blanca a él y a los cientos de afiches con la foto de su hija, sus teléfonos de contacto y la promesa de $ 400 mil ante cualquier indicio para encontrarla. Pero sobre todo Federico Cash murió con la certeza de que su hija está viva, de que María volvería de esa sombra que la absorbió sin dejar rastro.
“Trabajamos con la Brigrada y digo ‘trabajamos’ porque nosotros la conocíamos mejor que nadie” . Eso declaró Cash a sólo 34 días de la desaparición de su hija, que se produjo en julio de 2011, cuando tomó un micro hacia Jujuy, pero a mitad de camino se bajó en Tucumán e inició un recorrido errático en el que se perdió su rastro. Federico se cargó al hombro la búsqueda. Tanto que llegó a investigar en forma paralela a la Justicia, tanto que tocó el timbre de cada testigo cuando ya había declarado para asegurarse de que no había olvidado nada. Tanto que cuando encontraba un hueco en un poste de luz, pegaba el afiche y con un resaltador redondeaba el lunar que María tiene en la mejilla. “No creía en la Justicia. Estaba seguro de que había connivencia de las autoridades”, destacó ayer su abogado, Víctor Varone.
Esa necesidad de participar, la urgencia por dar con el dato antes de que lo hagan los investigadores, generó tensiones durante la búsqueda, hasta ahora sin resultados. “Él se creía más que el juez, más que la inteligencia que movía el caso, más que la Brigada”, cuenta alguien que colaboró con Cash.
Ayer no había nadie en la casa de la familia, en Barracas. Llovía sobre la moto de Santiago, uno de los hermanos de María, y sobre la garita de Gendarmería que vigila su puerta, la cuadra entera. A los Cash los amenazaron, por encarar una investigación paralela. Aún no se sabe porqué Federico surcaba La Pampa en su auto. Entonces Santiago atiende el teléfono y aunque su voz se mezcle con un viento furioso, se escucha claro: “Les pido que respeten nuestro duelo”.
La causa por la desaparición de María pasó por cinco juzgados antes de llegar al 2 de Salta. En ese tiempo Federico viajó para chequear cada dato, no importaba dónde. Costeaba su investigación con su jubilación, ahorros y aportes de los hijos. Se endeudó y también logró que Jorge Bergoglio, entonces cardenal, escribiese una carta para que en cada Iglesia de cada pueblo los curas supieran que una chica de 29 años, diseñadora textil, sonrisa amplia y cabello enrulado, había sido presa de quién sabe qué o quién. Dejó un proyecto en el Senado para la creación de una oficina de búsqueda de personas. Se reunió con el presidente de la Corte, Ricardo Lorenzetti, y abrió una fundación con el nombre de su hija. “Quiero juntar a los pichones en el nido”, insistía Federico. Y murió así, queriendo desatar esa sombra, un agujero negro que le devuelva a María.
Fuente: Clarín
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