Gimnasia es un milagro que camina a paso firme por los rincones del fútbol argentino, por este cambiante torneo Final. Cuando nadie parecía capaz de ganar tres partidos seguidos, el Viejo Lobo se animó a transformarse en El Expreso de las Victorias. Tras aquel golpe presuntamente devastador frente a Vélez (5-1, en el Amalfitani), el equipo de Pedro Troglio no paró de ganar, de crecer y de creer: con la victoria de anoche ante Argentinos sumó 18 puntos de 18 posibles y se sintió Maradona en el Maradona. Le ganó con autoridad y sin vueltas a Argentinos. Y así, es el único líder por no menos de 24 horas. Además, para ser campeón depende sólo de sí mismo.
Troglio lo sabe porque lo aprendió bajo el cielo del Bosque. Se lo contaron y entendió respecto del estigma: Gimnasia no sale campeón desde aquel lejanísimo 1929, días de Amateurismo. Lo aprendió luego por lo que le mencionaron varios de los que compartieron plantel con él: la última consagración grande fue aquella Copa Centenario de principios de los años noventa. Ahora, de todos modos, lo más inmenso le puede suceder a él y a todos Los Triperos: juntos están a no mucho de obtener su primer título en la historia del Profesionalismo. Nada menos. Con este equipo que parece capaz de todo, con la constancia de los de adentro y con la tenacidad de los del contorno que ya imaginan fiestas para siempre en 60 y 118, Gimnasia es ahora -a apenas tres fechas para el final- uno de los principales candidatos para dar la vuelta olímpica justo antes del Mundial.
Lo que Gimnasia hizo fue una demostración de que anda derecho. Que lo que piensa, le sale. Que el azar se abraza con el entusiasmo. La primera virtud tuvo que ver con esos dos golazos respecto de los cuales todavía se escuchan aplausos: el equipo golpea en los momentos fundamentales. Ante Argentinos -este conjunto de buenas voluntades luchando sin éxito; ahora ubicado en la peor de las cornisas, la del descenso- fue implacable en el principio de cada tiempo. En el primero, con ese bombazo impresionante de Maximiliano Meza. En el segundo, con esa aparición supersónica de Facundo Pereyra, por la izquierda. En todo momento, con ese convencimiento que se hace cada vez más grande.
En el recorrido entre un gol y otro y desde el segundo grito hasta el final del encuentro mostró otra virtud relevante, propia de un equipo consolidado: Gimnasia tuvo oficio para no pasar sobresaltos. Y exhibió un detalle añadido y conocido: su arquero, Fernando Monetti, resulta la perfecta garantía final. Es cierto, de todos modos: Gimnasia no brilla. Pero a esta altura de las definiciones y de la historia propia ese detalle parece una agregado complementario, mínimo.
Argentinos, este equipo al que el inmenso Bichi Borghi no puede ofrecerle rumbos parecidos a su pasado perfecto, no fue rival para Gimnasia. Nunca pudo disputar el encuentro en un marco de igualdad. Más allá del condicionamiento de los dos goles rapiditos, Gimnasia nunca se sintió incómodo en La Paternal. Afrontó el partido con impronta de campeón. Sólido, bravo, pícaro, contundente. Y ese, en cualquier caso, resulta el más perfecto de todos los síntomas para un equipo con deseos de vuelta olímpica. Para un plantel capaz de matar estigmas con una racha que -a esta altura- parece imparable. Quedó sclaro: Gimnasia va por todo. Sin traumas del pasado. Sin inhibiciones…
Fuente: Clarin
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