San Rafael, Mendoza 23 de noviembre de 2024

Embriones en disputa

Son producto de un proyecto de pareja, pero, cuando éstas se disuelven, decidir qué hacer con ellos plantea un nuevo tipo de conflicto en las separaciones

 Tras separarse, Ana Perasso debió recurrir a la Justicia para implantarse los embriones que congeló con su ex marido.

Cuando Ana Perasso y su marido empezaron el tratamiento para ser padres, jamás se plantearon qué harían si quedaban embriones sobrantes congelados. En cualquier caso, celebraron el hecho de que hubiera una abundante reserva por si ese primer tratamiento no prosperaba o decidían agrandar la familia en un futuro. En el quinto intento se produjo el esperado embarazo. Pero meses después de que naciera su hijo, la pareja se disolvió.

Pese a eso, Ana, que siempre supo que iba a implantarse esos embriones sobrantes -habían quedado cinco-, le comunicó la decisión a su ex marido. Lo que siguió fue una larga y dura disputa que terminó en los tribunales.

«Él nunca estuvo de acuerdo y tenía varias razones para no seguir adelante. Pero yo tenía las mías -recuerda-. Quería rescatar a mis hijos de ese estado de embrión congelado e implantármelos. Sentía culpa, no podía abandonarlos. Y tuvo que intervenir la Justicia para autorizar la implantación de los embriones», relata Ana, que, tras cuatro años de pelea legal, logró a fines de 2011 un fallo favorable y pudo transferírselos.

De los cinco embriones que habían quedado, dos ya estaban sin vida y los otros tres no prosperaron. Pero a pesar de no haber logrado el embarazo, Ana siente que hizo lo correcto. «Estaba recibiéndolos y dándoles el lugar que ellos estaban esperando y era en el seno materno. Fue una larga lucha ganada; nunca voy a olvidar toda la energía e ilusiones volcadas en aquellos hijos tan buscados, tan defendidos y tan queridos que pude haber tenido. Hoy tengo sólo uno, y es lo mejor que me pasó.»

El caso de Perasso no es aislado e hizo visible un problema que ya se empieza a plantear con frecuencia en los centros de fertilidad donde se realizan estos procedimientos y en los que, se calcula, hay unos 12.000 embriones criopreservados.

Si bien no todas las ex parejas dirimen en la Justicia qué hacer con los embriones sobrantes -de hecho, antes de iniciar cualquier procedimiento, los centros exigen firmar un consentimiento en el que se especifica quién decidirá sobre el destino de esos embriones-, es un creciente tema de conflicto entre ex parejas y de debate entre aquellas que siguen juntas, pero que ya cumplieron su deseo de ser padres y tienen esa reserva en stand by.

En medio del vacío legal y en tiempos en que parejas cada vez más jóvenes deciden criopreservar embriones, la potestad sobre ellos cuando el vínculo se acaba suma así un nuevo tipo de conflicto en las disputas que rodean toda separación, lo que estos días se recoge, incluso, en la tira de ficción Guapas.

Stella Lancuba es especialista en fertilidad y directora médica del Centro de Investigaciones en Medicina Reproductiva (Cimer). Afirma que, para evitar conflictos, en el momento de iniciar un tratamiento que implique una criopreservación de embriones hace firmar a la pareja un consentimiento que debe ser rubricado por ambos.

Entre las muchas preguntas que hay que responder en ese consentimiento informado -que, no obstante, puede ser revocado hasta el momento anterior a realizar el procedimiento-, está precisamente quién determinará el destino de los embriones en caso de separación o divorcio: la madre, el padre, ambos o el centro de fertilidad.

«El 72% de las parejas le da la potestad de elegir a la mujer; el 16%, al centro; el 10%, al hombre, y sólo el 2% se inclina por ambos -dice Lancuba-. Es llamativo, pero al mismo tiempo lógico porque el útero femenino es hoy el único destino posible para un embrión. De todas maneras, llegado el caso, se convoca a ambos y, si no hay acuerdo, deberá intervenir la Justicia.»

 
Vanina Julianelli trabaja en Procrearte, un centro al que acuden parejas que buscan tener hijos. Foto: Ignacio Coló

Claro que, en el momento en que una pareja inicia un tratamiento para tener un hijo, es difícil que se piense en la posibilidad de separarse. Por eso, para el doctor Claudio Chilik, director científico del Centro de Estudios en Ginecología y Reproducción (Cegyr), es algo que debería ser pensado antes para evitar problemas futuros. «No es improbable que una mujer que se separa, que todavía no ha sido madre y tiene esa reserva, quiera hacer el intento de transferirse esos embriones», dice Chilik, aunque aclara que no está de acuerdo con que se obligue a una persona a ser padre contra su voluntad.

El médico especialista en medicina reproductiva, Carlos Carrere, director de Procrearte, dice que una pareja que acude para hacer un tratamiento en lo único que piensa es en el deseo de ser padres en ese momento. «No se detiene a pensar mucho en el después. Y quiere tener la mayor cantidad de chances de generar un hijo. Si criopreservan ocho embriones, tienen hasta tres posibilidades más de lograr un embarazo -cuenta-. Pero muchas se embarazan en un primer intento. Y si la pareja en el lapso entre un hijo y otro se separó, esos embriones quedan congelados, no tienen un destino cierto.»

Incluso, cuenta Carrere, muchas ex parejas plantean, luego de la separación, el deseo de descartar esos embriones que quedaron. «Ha pasado que alguna mujer o marido pida la destrucción del embrión. Pero nosotros no podemos hacerlo hasta que no haya una legislación que se expida sobre esto. El embrión, al no tener estatus legal, no se puede donar a la ciencia ni transferir a otra pareja ni descartar. Y esos embriones no utilizados se acumulan, que es el gran problema que hoy tenemos los centros de fertilidad.»

DONAR, ADOPTAR, DESCARTAR

Para el director de Fecunditas, Nicolás Neuspiller, reconocido especialista que introdujo la técnica de criopreservación en el país hace 20 años, una ley de adopción prenatal sería una de las posibles soluciones a los embriones que se acumulan en los criopreservadores. «Es una de las cosas que faltan. Sería deseable que, después de cinco años, aquellos embriones que no hayan ni vayan a ser utilizados por las parejas puedan darse en adopción. Me encantaría, porque se le estaría haciendo un bien a una pareja que no puede procrear y no se seguirían acumulando embriones en los centros de fertilidad.»

Mercedes Solá, madre de Emilia, de tres años, y de Camilo, de dos meses, concibió sus dos hijos en los primeros intentos que hizo en Fecunditas. Y aún tiene congelados tres embriones más. Después del segundo hijo, Mercedes empezó a plantearse con su marido, Rafael, qué hacer con los tres que quedaron. «Lo empezamos a hablar porque la gente comenzó a preguntarnos qué íbamos a hacer con los embriones sobrantes -reconoce-. Yo no quiero tener más hijos y la verdad es que mi decisión es descongelarlos. No tengo la fantasía de que son personas. Para mí, son células que sólo se transforman en hijos si crecen en la panza. Pero decís eso y mucha gente se espanta. Llegué a decir que tengo menos embriones para no sentirme cuestionada. Pero no tengo culpa de descongelarlos.»

 
En los centros de fertilidad de la Argentina, hay unos 12.000 embriones en espera de una decisión. Foto: Ignacio Coló

Ana Perasso, en cambio, sintió que tenía un compromiso ético con esos embriones que habían quedado. «Cuando las cosas se complican, como en mi caso, donde hubo una separación, o aquellos matrimonios que lograron la cantidad de hijos que buscaban, los embriones congelados quedan en total desprotección, ya que no hay una ley que obligue a darles un destino -opina-. Todos fuimos embriones antes de nacer, el embrión tiene derechos, y si los padres no cumplen con su compromiso inicial o su objetivo, que fue el de traerlos al mundo, debe haber una ley que los proteja. Una separación como fue mi caso no puede pesar más que la vida de un ser humano.»

Por eso, para Ana, su caso, que llegó a todos los medios y generó sendos debates, sirvió por lo menos para instalar y generar conciencia sobre el tema. «Con el tiempo, la gente cambia, pero los embriones, no. Nosotros nos peleamos, perdemos el trabajo, nos damos cuenta de que con dos hijos estamos bien. Pero ellos siguen estando ahí. Creo que falta concientización de lo que significa un embrión y, por ende, no se los respeta. Después de lo que pasé, hoy me siento tranquila, sin temas pendientes.»

En una encuesta realizada por Concebir, una fundación que brinda apoyo a parejas con problemas reproductivos, se encontró que el 65% accedería a donar los embriones a otras parejas, el 15% los donaría para investigación y otro 15% los destruiría. Sin embargo, según la psicóloga Silvia Jadur, especialista en temas de reproducción asistida y autora del libro Así fue como llegaste, en el momento de tomar una decisión, la situación es diferente.

«En tanto se trata del propio material genético, a las parejas les resulta difícil pensar en la aceptación de la adopción por parte de parejas infértiles. Y más complicado aun les resulta la donación para investigación. Algunos, cuando ya tuvieron hijos, prefieren descartar los embriones que restan. Pero en todos los casos se posterga el hacerse cargo de una decisión que dejaron pendiente. Suponen que con el transcurrir de los años se aclaran las ideas», sostiene la especialista en el artículo «Efectos emocionales de la criopreservación de embriones y su transferencia», publicado en la revista de la Sociedad Argentina de Medicina Reproductiva (Samer).

La doctora Lancuba, del Cimer, afirma que el 40% de sus pacientes se inclina por donar los embriones sobrantes a otra pareja y el 22%, a la ciencia. «Pero ha pasado que cuando se pone a los pacientes en esa situación concreta, la actitud es otra, de mucha más resistencia -dice la especialista-. Aunque no hay nada que prohíba la donación de embriones, hay un consenso entre los centros de fertilidad de no hacer donaciones de este material genético hasta tanto no haya una ley al respecto.»

Para Mercedes Solá, la donación de sus embriones no figura entre las alternativas posibles. «No daría un embrión a otra pareja, no podría; sentiría que tengo un hijo por ahí o que hay un hermanito de mis hijos dando vueltas por algún lugar -dice-. Creo que no podría soportarlo. Por suerte mi marido piensa igual que yo, estamos de acuerdo en todo, si no sería muy difícil.»

Lo cierto es que para Jadur, el material genético criopreservado, una vez alcanzado el objetivo de tener un hijo, supone «una presión» extra para la pareja. «Sostiene una obligación que incide en el deseo de una nueva paternidad y trastoca los vínculos -señala-. Si después de vivenciar la paternidad no surge el deseo de otro hijo, permanece el peso de la obligación de decidir acerca del porvenir de esos preembriones, porque se considera embrión recién cuando se anida en el útero materno. Es importante que las parejas sepan que criopreservar implica una decisión compleja, que incluye efectos emocionales, que conviene contemplarlos con anticipación y con un apoyo terapéutico adecuado.»

Fuente: Por Laura Reina  | LA NACION

 Foto: LA NACION / Ignacio Coló
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