Orion se tomó a golpes de puño con Ledesma, que lo había señalado, sin nombrarlo, de describir la intimidad. Angelici se fue custodiado y la barra exigió explicaciones. Bianchi, en el medio de todo
Está acorralado por sus propias manos. Boca es un viaje al vacío. Convive con la crisis, se ensucia con el bochorno, abre sus alas al escándalo… una vez más. Pablo Ledesma desafía, Agustín Orion responde, una pelea a modo de escenografía, Juan Román Riquelme arroja las cartas a su antojo. el plantel se divide (apenas una huella de su esencia), Daniel Angelici desgobierna en la complicidad, la barra brava exige derechos, y Carlos Bianchi, el viejo y exitoso Virrey, es la muestra de un capitán sin medallas. Boca tuvo su viernes de pesadilla, una crisis creada en su imagen y semejanza.
Para que haya existido el viernes del escándalo debió haber un jueves insólito. Ese día, Pablo Ledesma, acompañado por Emanuel Trípodi, brindó una charla con la prensa en la que exigió explicaciones por un supuesto alcahuete del plantel, que le habría contado a un diario deportivo que el equipo «no sabía a qué jugaba», entre otras críticas a un funcionamiento híbrido en la mayoría del tramo del torneo Final, más allá del discreto triunfo contra Olimpo por 2 a 0. Sin señalarlo con la voz, aunque sí con el dedo acusador, el volante, que confundió el momento y el lugar y que no habría sido enviado por nadie, dejó en evidencia a Agustín Orion, por esas horas, en vuelo de regreso de Bucarest, parte de la delegación del seleccionado que empató sin goles con Rumania el miércoles pasado. Ledesma recordó la etapa de Julio César Falcioni, con sus rencillas a cuestas: salvó el pellejo de Román y de Diego Rivero, pero dejó en puntos suspensivos al arquero, que en esos tiempos inclinaba su simpatía con Somoza, Silva, Erviti y Caruzzo, todos lejos de la Ribera, laderos amistosos del Emperador Falcioni.
Fueron transferidos. O prefirieron cambiar de aire. Todos, menos uno. Orion sigue. Es el único que tiene un desempeño más o menos decoroso en tiempos oscuros de casi todos en la última temporada y media. El arquero, que es el subcapitán y Román, el dueño de la cinta y algo más, no se llevan de maravillas. Desde el desplante de Riquelme luego de la final de la Libertadores perdida con Corinthians, hasta su calculado regreso, luego de aquella descolorida pretemporada xeneize, ya con Bianchi en la conducción, conversan poco. Lo mínimo e indispensable.
«¿Alguien tiene algo que decirme?», habría preguntado, en su momento, el número 10, luego de su desprolijo regreso. Orion, que sabe que Román maneja los hilos de casi toda la estructura del club, no dijo nada. Pudo irse al exterior a principios de 2014, pero nadie le iba a garantizar la continuidad y el respaldo xeneize, con la visión en Brasil. Por el Mundial, se quedó en casa.
Fue el primero en llegar a la práctica vespertina de ayer, el día del conflicto mayúsculo. En tiempos de furiosa comunicación, Orion se enteró de todo, apenas pisó Ezeiza. «Amigo las pelotas. Acá se acabaron las amistades con todo el mundo» , gritó, furioso, cuando alguien le preguntó: «¿Cómo estás amigo?» Fue un amistoso saludo, pero al guardavalla le pareció una ofensa. Llegaron un par de compañeros. Llegó Ledesma. Expulsaron a curiosos, a empleados, no quedó nadie. Gritos, insultos, forcejeos y un intercambio de trompadas. «Conmigo no te metas más», gritó el arquero. Ledesma, con un desgarro, se quedó toda la tarde en kinesiología, víctima de la peor parte. Orion, más tarde, saltó al campo de juego con una venda en la mano derecha. Román se presentó después de los puños.
Se reunió el plantel. Volaron las palabras. Se encontraron Román y Orion. Se sacaron chispas por diez minutos en el círculo central. A esas alturas, Bianchi es un padre sin ninguna autoridad. Sin voz ni voto. Cuentan que deseaba que se juntara el grupo, que se dijera de todo en la cara, que le doliera en el pecho tanta derrota acumulada. El límite había sido traspasado de un modo grosero. Mediocridad en el campo, violencia en el vestuario. Dicen que se van a ir muchos en junio. Orion, sí. Ledesma, también. Hasta el Virrey tiene el cuerpo desgastado con este presente.
Cerca de las 18, una práctica liviana en la cancha número 1 del complejo Pedro Pompilio. Llega la policía. Llega Prefectura. La Boca es un cuerpo militarizado por unos minutos. Angelici, el presidente, se va escoltado, mareado en el descalabro general. La barra brava, partícipe de decisiones como en casi todo el mundo del fútbol doméstico, avisa que va a presentarse. Llega y pide explicaciones, en teoría, hoy próxima al bando de Ledesma. Hay, al menos, tres grupos en el plantel de Boca. Conviven acostumbrados al cortocircuito. No se sabe si los barras tuvieron contacto directo con algún jugador, pero se pasearon por el playón con cierta impunidad. «Exigen explicaciones», contaron. Al rato, se fueron.
Hay secuelas, claro. La convivencia armónica, en Boca, parece de otro siglo, mientras se espía el clásico de mañana contra Racing, en el Cilindro, a las 21.30, un horario demasiado tarde para tanta tensión, también en la derrotada Academia. La práctica apuntó a eso, pero nadie pensó en el fútbol: las caras xeneizes llevaron la peor efervescencia. De pronto surgió una conferencia de prensa de todo el plantel, liderada por la voz de Riquelme. Evidentemente, no hay acuerdo: solo aparecieron, minutos después de las 20, el 10 y el DT. La declaración de Román fue desafiante y el silencio de Bianchi, un asombro.
Así, Boca cerró su superviernes , hasta con un asado nocturno de por medio, creado a su imagen y semejanza. Los trapitos sucios suelen ventilarse a corazón abierto. Con mentiras, con verdades, con violencia. Una explosión del mundo Boca. Una más
Por Diego Morini y Ariel Ruya | canchallena.com
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