Las fuentes, los manantiales, las cuencas o cañadas están en acelerada vía de extinción, hay cambios de clima y de suelo, inundaciones, sequías y desertización. Pero es la acción humana la más drástica: ejerce una deforestación delirante, ignora los conocimientos tradicionales sobre todo de las comunidades indígenas locales, retira el agua de los ríos de diferentes maneras, entre otras con obras de ingeniería, represas y desvíos.
La representación más evidente de lo animado la hallamos en el agua. La figuración del movimiento en la corriente constante de los ríos, que se acelera en sus rápidos; duda o se obsesiona en los remolinos, con ondas y vaivenes juega, con olas incesantes; se torna compulsiva y atronadora en saltos, cascadas, cataratas. Vuelve a jugar con la luz, le ofrece transparencias y reflejos, le deja estar en sus estelas, la hace cintilar con sus frisos. Los estados del agua simbolizan la transformación y el cambio: bien sea insólita y fantasmal como la bruma, nueva y serena como la escarcha nocturna, punzante y pedregosa como granizo; generosa como lluvia; alada y lejana como nube. Pero también silenciosa y ardiente como la nieve o el hielo; inasible como el vapor.
El océano patentiza lo abismal, principio y fin, profundidad y pureza. La noción de espejo o autocontemplación espiritual se relaciona con las lagunas, estanques o lagos.
Noción de la gracia en la elementalidad del agua. Maternidad de la naturaleza, nuestro mayor elemento constitutivo. Desde la antigüedad, el modo más usual de la catársis.
¿Qué tan simbólica en efecto es la concepción mitológica del agua en la mayoría de las diversas culturas del mundo, cuando se la define como la totalidad de las virtudes o según Tales de Mileto antecesor de Socrátes, principio de todas las cosas?. Todas las civilizaciones más antiguas: la china, la egipcia, la mesopotámica han nacido en el curso de un río: el Huang ho, el Nilo, el Tigris y el Eufrates. El simbolismo es apenas sugerido, más bien se trata de relaciones lógicas en la estructura de la vida.
Sólo el 0.5 % del agua en la tierra es dulce o potable (Todos los mares son impotables, también los océanos perdidos del llanto que aumentan en lo invisible su masa con afluentes constantes) y se renueva sólo con la lluvia. Las fuentes, los manantiales, las cuencas o cañadas están en acelerada vía de extinción, hay cambios de clima y de suelo, inundaciones, sequías y desertización. Pero es la acción humana la más drástica: ejerce una deforestación delirante, ignora los conocimientos tradicionales sobre todo de las comunidades indígenas locales, retira el agua de los ríos de diferentes maneras, entre otras con obras de ingeniería, represas y desvíos.
Más que usa, desperdicia y contamina amenazando incluso las aguas subterráneas que son una de las fuentes de agua dulce más importantes. Se ha estimado que un ser humano necesita en promedio 50 litros de agua por día para beber, cocinar, lavar, cultivar, sanear. Pero el derecho al agua, básico para cualquier criatura empieza a llegar gota a gota a millones de personas. Y este sonido de emergencia hace sólo unos años (el Foro Mundial del Agua celebró en marzo reciente su tercera versión, en Kioto, Japón) empezó a ser considerado internacionalmente como una constatación pavorosa de la ya no paulatina, sino vertiginosa escasez de agua en todo el planeta, surgida no sólo del crecimiento poblacional, sino de la estremecedora negligencia humana con todas sus consecuencias relacionadas. El problema ha pasado de rumor de riachuelo a bramido de avalancha. Aunque las siguientes cifras han sido masivamente difundidas por organizaciones sociales y ONGs dedicadas a la protección de los recursos naturales y el medio ambiente, sería necio abstenerse de citarlas una vez más: 1.100 millones de personas carecen de agua hoy y 2400 millones de instalaciones sanitarias. 31 países carecen totalmente de acceso a fuentes de agua limpia. De cada cuatro personas una no alcanza el agua pura. Cada ocho segundos muere un niño por beber agua contaminada. Más de cinco millones de personas mueren cada año por aguas contaminadas.
El primer Foro Mundial del Agua celebrado en el año 2000 en La Haya, se fijó como objetivo para el año 2015 reducir a la mitad el número de personas sin acceso al agua potable. Pero no incluyó planes para evitar su monopolio. Apenas sí se nombró el conflicto de la privatización de las fuentes de agua, destinado a ser uno de los más graves del siglo que empieza. Pese a que sólo el 5% del agua potable en el mundo está en manos privadas, las ganancias anuales que obtienen estas empresas son más del doble de lo que gana hoy la industria petrolera. Pero previsto como está el crecimiento poblacional del planeta de nueve mil millones de habitantes para el año 2025, no es ningún trabajo imaginar el monstruoso mecanismo que está en marcha para el mercado del agua. Como los derechos naturales el más elemental patrimonio común tiende a perderse, el derecho a respirar y el derecho al agua, símbolo del elemental derecho a la vida. ¿Simbolismo o evidencia de que el planeta se acerca a su fin? ¿Cómo se refleja el rostro de la humanidad agonizante en el espejo cóncavo de las gotas de agua?
Partiendo de que sin agua no hay futuro el requerimiento de la Asamblea de los Sabios del Agua en Kioto, es una acción universal combinada, individual y grupal, social, institucional de todos los órdenes en concierto para la protección y el fortalecimiento de fuentes, cuencas, manantiales, acequias. Ni más ni menos lo mismo que los pueblos aborígenes del mundo han hecho desde la antigüedad. Ejercer el derecho al agua, con la celosa participación de todos y todas, -niños, jóvenes, adultos- en el cuidado del agua. Participación que patentiza lo animado, el fluído, el movimiento, la transformación, símbolo del agua, único modo de avizorar futuro para la tierra.
Fuente: Ecoportal.net
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