Livia Drusila dominó la política romana durante más de medio siglo sin necesidad de ocupar cargos oficiales. Se casó en primeras nupcias con Tiberio Claudio Nerón, a quien dio dos hijos: Tiberio Claudio Nerón, futuro emperador, y Druso, gran general. Fue abuela de Germánico y Claudio, bisabuela de Calígula y Agripina la Menor y tatarabuela de Nerón.
Su influencia comenzó el día en que Augusto, aun consolidando el nuevo sistema imperial, decidió unir su destino al de ella. En ese momento, Livia estaba casada con Tiberio Nerón y era madre de un niño, Tiberio, mientras esperaba a su segundo hijo, Druso. La decisión de Augusto fue definitiva: forzó el divorcio de Livia y la convirtió en su esposa, integrándola de inmediato en el centro del poder romano.
Como esposa del primer emperador, Livia se convirtió en el rostro femenino del régimen. Actuó como “primera dama” antes de que el concepto existiera. En público proyectaba el ideal de matrona romana: sobriedad, modestia, fidelidad y disciplina. Promovió leyes que incentivaban el matrimonio, castigaban el adulterio y reforzaban la moral tradicional. Su figura aparecía en monedas, esculturas y ceremonias públicas como ejemplo de virtud, generando un modelo femenino que Roma adoptó durante generaciones.
Su reputación se extendió por todo el imperio. En Egipto, algunas parejas firmaban contratos matrimoniales frente a estatuas que representaban a Livia, usándolas como símbolo de estabilidad y protección. Este nivel de veneración la colocó en un lugar único dentro de la política imperial: no era solo esposa del emperador, sino también una figura de culto social.
Tras la muerte de Augusto, Livia reforzó su influencia. Su hijo Tiberio ascendió al trono, convirtiéndola en la madre del emperador y en una consejera escuchada incluso en los conflictos internos de la familia Julio-Claudia. Su linaje dominó la política romana durante cinco generaciones: fue madre de Tiberio y de Druso mayor, abuela de Germánico y Claudio, bisabuela de Calígula y tatarabuela de Nerón. Ninguna otra mujer de Roma estuvo tan vinculada a la sucesión imperial.
Livia no dejó testimonios escritos, pero las fuentes romanas muestran que manejó poder real desde los interiores del palacio. Intercedía en nombramientos, gestionaba alianzas familiares y mantenía relaciones directas con senadores y generales. Su capacidad para influir sin romper el ideal de modestia pública la convirtió en una figura sin precedentes dentro de la historia imperial.
La escultura que representa a Livia en el Museo del Louvre conserva la serenidad y fuerza que caracterizaron su imagen política. Sus rasgos, inmortalizados en mármol, reflejan la solidez de una mujer que definió el papel femenino dentro del poder romano. Durante más de 50 años, gobernó desde la sombra con una autoridad que ningún título oficial logró describir por completo.
Hay mucho escrito sobre ella. Cada uno con su lupa.
En la novela “Yo, Claudio” de Robert Graves, Livia es la principal antagonista de la historia, una mujer que opera entre las sombras para cumplir sus ambiciones. Describiendo que su principal objetivo es consolidar el poder de su linaje, orquestando intrigas para eliminar a los herederos que compiten con Tiberio y asegurarse de que su hijo llegue a ser emperador. Acusada de utiliza tácticas de manipulación, envenenamiento y otras artimañas para eliminar a rivales como Marco Marcelo, Cayo y Lucio César, y Agripina la Menor.
Las sospechas del narrador se confirman cuando se lo confiesa poco antes de morir, cuando alegó que existía una necesidad de los mismos para evitar que Roma entrase de nuevo en una guerra civil, y le pide a Claudio que la proclame diosa para librarse de las torturas del infierno.
En la novela “La diosa mortal” de Enrique Serrano se muestra una faceta más humana y mucho menos cruel de Livia. Como bien la define el autor, Livia fue una matrona romana, esposa, gobernante, madre, emperatriz y diosa, mortal, pero de realizaciones inmortales.
Lo que no puede negarse es que Livia tuvo una vida signada por el equívoco: acompañó a grandes hombres, estuvo en una época decisiva, y dejó huellas espirituales que marcaron los siglos.
Gentileza:
Beatriz Genchi
Museóloga – Gestora cultural.
Puerto Madryn – Chubut.

