… y que todos creen conocer…
Era un tiempo en que en los periódicos se escribía de filosofía, de poesía; la intelectualidad marcaba el pulso de los acontecimientos, de la Historia.
Y en ese tiempo de entreguerras, tan extraño, tan rápido como loco y fantástico, sucede “Grand Hotel Budapest” película escrita y dirigida por Wes Anderson, a partir de una historia de Anderson y Hugo Guinness, inspirada en los escritos de Stefan Zweig. Film que, reinventa una época en la que el espejismo parece mandar. Cada plano fastuoso, rebosante de detalles, como una cornucopia veneciana y la superposición de patinas de oro rizadas, respiran como real.
La película narra las aventuras de Gustave H., el legendario conserje de un famoso hotel europeo del período de entreguerras, y de Zero Moustafa, un botones que se convierte en su amigo más leal. Para mí una excelente película que sugiero siempre que puedo. Donde la historia incluye el robo y recuperación de una pintura renacentista de incalculable valor; una frenética batalla por una inmensa fortuna familiar; y el inicio de la más dulce historia de amor; como telón de fondo, un continente que está sufriendo una rápida y drástica transformación.
Lo único malo del gran hotel Budapest es que no existe como tal. Lo bueno es que, como un rompecabeza de infinitas piezas, se puede reconstruir a partir de historiados capiteles, salones entelados, portones de hierro, almenas neogóticas, lámparas de palacios y castillos de Alemania, Suiza, Polonia y la República Checa, en una composición tan compleja y elegantemente minuciosa como el engranaje de un reloj cucú. No en vano el maravilloso edificio es el verdadero protagonista de la película más allá de las siempre sublimes presencias actorales.
Wes Anderson decidió inspirarse en un trasunto de las ciudades imperiales para crear el paraje preciso del Hotel, una ciudad imaginaria en un país que nunca existió. Solo un juego de escenografías bidimensionales como recién sacadas de postales de la belle apoque o de un cuadro de Magritte.
Cuenta la leyenda, porque ya la hay, que la idea de la película, así como de darle esa preeminencia al edificio tuvo su origen en la noche que el director pasó en el Hotel Corinthia de Budapest. Un coloso que, cuando abrió sus puertas allá por el 1896, como el Grand Hotel Royal, era el favorito de la elite social europea del siglo XIX, aunque, a lo largo del siglo siguiente, tras dos guerras, un telón de acero y numerosas modificaciones, restauraciones y modernizaciones hicieron que su glorioso pasado se redujera a tan sólo una sombra. En resumidas cuentas, que el americano se enamoró del peso de los años y los recuerdos ajados del Corinthia y, aunque no volvió a sus habitaciones, sí que mantuvo ese «Budapest» a caballo entre oriente y occidente en el título del filme.
El logro, un edificio que pareciera sacado de un cuento, con pasillos interminables, ascensores imposibles y colores que se sintieran más soñados que reales. En lugar de levantar una estructura real, Anderson mandó construir una maqueta a gran escala, de casi cuatro metros de altura, pintada a mano y con cada detalle minuciosamente cuidado. El equipo de efectos visuales filmó la maqueta como si fuera un edificio real, usando lentes especiales y técnicas de iluminación que engañaban al ojo.
El resultado fue tan convincente que muchos espectadores creyeron que el hotel era un castillo antiguo adaptado para la película. En realidad, solo existía en una mesa de trabajo dentro de un taller alemán. El edificio debía parecer un recuerdo, no un lugar concreto.
Cada plano en el que se ve el hotel —cubierto de nieve, con el funicular subiendo o iluminado al atardecer— es producto de esa maqueta artesanal. Cuando el rodaje terminó, Anderson la guardó como un trofeo.
Ese hotel nunca existió, pero todos lo recordamos como si lo hubiéramos visitado.
Gentileza:
Beatriz Genchi
Museóloga - Gestora cultural
Puerto Madryn – Chubut.





