San Rafael, Mendoza miércoles 27 de agosto de 2025

Determinación, trabajo y solidaridad – Por:. Beatriz Genchi

Año 1927. En Ibaraka, Japón, a menos de 100 kilómetros de Tokio, Tomizu Hiroki trabaja de sol a sol como cartero. El joven nipón de 27 años tiene un solo objetivo: juntar dinero para sacar un pasaje en barco y llegar hasta “América”.

Todavía no puede ubicar en el mapa a la Argentina, y mucho menos a Neuquén, pero hay algo de lo que está seguro: llegará a estas latitudes para trabajar la tierra y hacer historia.

El buque zarpa y tarda más de tres meses en llegar a Buenos Aires. Aunque venga con las valijas llenas de esperanza, lo que menos imagina Hiroki es que cultivará frutas y verduras a orillas de la confluencia de los ríos Limay y Neuquén en la localidad homonima, ni que plantará árboles hasta convertir el lugar en un edén.

Se dice que los japoneses son perfectos para el trabajo: minuciosos, eficientes y extremadamente rápidos. Con esa velocidad que evidentemente ya traía en sus genes, al poco tiempo de haber pisado suelo argentino, y después de un breve trabajo en relación de dependencia en una chacra de Burzaco, Tomizu Hiroki alquiló tres hectáreas para producir verduras, que comercializaba en el Mercado de Abasto. No tardó nada en pasar de ser empleado a ser su propio jefe. Y aunque en la provincia de Buenos Aires el negocio iba muy bien, el objetivo de dedicarse a la fruta lo trajo para Neuquén. “Mi papá era una persona muy inquieta y con gran espíritu emprendedor. En Japón no estaba conforme, quería salir, trabajar, tener sus cosas”, recuerda ahora Susana Hiroki (75), hija de Tomizu.

Con esa energía y toda la confianza, aquí compró una chacra de aproximadamente 50 hectáreas, que comenzaba donde hoy es la intersección de las calles Los Álamos y Boerr, y que llegaba hasta la punta de la península que hoy lleva su nombre, aunque la mayoría de los neuquinos desconociera su historia. A este hombre visionario y de una fe ciega poco le importó que el terreno fuera campo abierto, que estuviera emplazado en una zona inundable, ni que tuviera islas: plantó frutillas, nogales, frambuesas y otras frutas finas que al poco tiempo empezó a venderle a Toddy. Más tarde comenzó a producir lechuga, y en simultáneo plantó una incontable cantidad de árboles, sobre todo sauces y álamos, para que sirvieran como defensa del río, que en ese entonces se llevaba todo puesto.

La chacra original contaba con 45 hectáreas de tierra fértil y otros tramos denominados “sobrantes”, con los que se llegaba a una extensión total de más de 50 hectáreas. “Según el título de propiedad, la parte de la chacra donde hoy es la Península Hiroki era uno de esos sobrantes”, explica Luis Hiroki.

Corría el año 1940 y ya hacía seis que desde Japón había llegado su mujer, Cho Kobayashi, con la que tuvieron siete hijos: Takezi, Antonio, Susana, Luis, María, Miguel, y Antonia (que en realidad querían que se llamara Nélida, pero al llegar al Registro Civil Tomizu se olvidó el nombre). “A mis padres no le permitieron anotarnos con nombres japoneses, pero en casa nos llamaban con los nombres que hubiesen querido ponernos”, cuenta Luis Hiroki (68), uno de los tres hijos que quedan vivos, y agrega “a mi hermana María le decían Keiko; y Antonio era Akira”.

La casa de los Hiroki estaba ubicada muy cerca del río, a la altura de lo que ahora es la rotonda de la Confluencia. Lo que ahora es parte del Paseo Costero no era ni más ni menos que el patio trasero donde jugaban los pequeños Hiroki. Luis todavía recuerda las tardes de pesca, los campamentos, y los partidos de fútbol que se armaban en la isla que representa el punto exacto de la Confluencia de los Ríos. También tiene muy presente el terror que le generaba a su padre el hecho de que se bañaran en el Limay sin su supervisión.

En ese mismo hogar fue que se realizó la primera reunión de la “Asociación Japonesa del Comahue”, que convocó a toda la comunidad nipona de la región. En algún momento llegaron a ser más de 150 japoneses (tintoreros, comerciantes, viveristas y floricultores), que se juntaban para compartir recetas típicas, tradiciones y mantener viva su cultura. “Con el tiempo se fue perdiendo, sobre todo cuando algunos empezaron a hacer grandes”, explica Susana Hiroki, quien agrega que “otros tantos regresaron a Japón porque no se acostumbraron a vivir acá”.

En la década del cincuenta Tomizu se mudó a Campo Grande, donde compró otras tierras que durante varios años trabajó en simultáneo con las de Neuquén, de las que para ese entonces ya se hacían cargo sus hijos mayores. Cho era maestra, y el matrimonio cedió terrenos para que en la pequeña localidad rionegrina se construyera una escuela, que fue donde estudiaron sus hijos menores, entre ellos Luis y Susana. “Puso un camión para traer los materiales para su construcción y fue presidente de la cooperadora”, recuerda con orgullo Luis a su padre, Tomizu, que falleció en el año 1983, a sus 80 años. Cho vivió hasta los 94, y murió en el año 2006.

En algún momento la familia Hiroki dejó de producir en la península. Sin embargo, nunca abandonó su cuidado: siguieron pasando el tractor para que el camino estuviese transitable y quitando algunas plantas secas. En ese escenario más agreste crecieron otros frambuesos, madreselvas, enredaderas y muchas otras plantas nuevas que nacieron solas y que siguen estando allí, hoy a la vista de todo aquel que quiera visitar este renovado pulmón verde de la ciudad.

Con el paso del tiempo, los vecinos del barrio Confluencia quisieron lotear sus chacras. “Los padres empezaron a morir, quedaron los hijos, y empezaron a venderse estas tierras que eran de producción”, explica Susana Hiroki, quien agrega que “la municipalidad sancionó una ordenanza con la que se estableció un permiso para la realización de loteos”. En ese contexto, y a través de un acuerdo, la familia Hiroki cedió parte de sus tierras para el desarrollo del espacio público, el Paseo Costero y para el resguardo de la Península.

Incluso había calles que se suspendían por el paso por la chacra y luego continuaban. Entonces acordamos ceder una franja costera para que pudieran hacerse los caminos costeros, y la península quedó como un sobrante, que también se lo dimos a la municipalidad”, comentó Luis.

Cuando parte de la chacra se loteó, los hermanos Hiroki eligieron construir sus casas pegadas, uno al lado del otro, en un sector del barrio Confluencia que también supo ser parte del predio familiar. Allí también durante muchos años tuvieron galpón de empaque y frigorífico.

Corrían principios de los 2000, cuando los hijos de Tomizu decidieron sacar el alambrado con el que habían cercado la Península, con la intención de que toda la ciudadanía pudiese pasar y disfrutar las costas. En su momento la idea no resultó como se esperaba: “la gente incendió un montón de árboles que había plantado mi papá hacía 50 años. Después quemaban a propósito para talar y hacer leña, tiraban basura”, recuerda Susana con dolor, y agrega “nos la pasábamos llamando a los bomberos”.

Con estos antecedentes,el 3 de diciembre de 2020 el Concejo Deliberante sancionó la ordenanza N° 14.147, que declara como área protegida al Parque Ribereño de la Confluencia (Península Hiroki), en pos de “la conservación del suelo, la biodiversidad, el mantenimiento de las funciones ecológicas y el equilibrio de procesos ecosistémicos, con un adecuado plan de manejo”.

Hoy este predio de ocho hectáreas es una especie de bosque encantado, que alberga numerosas especies vegetales y animales, en donde pueden verse cisnes de cuello negro, garzas, biguás, patos, gansos, zorros, comadrejas, coipos, hurones, gatos de los pajonales, ejemplares arbóreos de moras negras, sauces criollos, álamos y eucaliptus, entre otros.

Para seguir poniendo en valor este lugar mágico, la municipalidad de Neuquén inauguró la semana pasada el Portal de Ingreso a la Península Hiroki, un edificio con una superficie cubierta de 550m2, que cuenta con una sala multipropósito destinada a charlas, conferencias y exposiciones artísticas; oficinas para informes turísticos; dependencia de seguridad, guardia ambiental y sanitarios. El lugar puede visitarse todos los días, de 8 a 20 hs.

“Ahora es impresionante la cantidad de gente que circula, que va y viene”, cuenta Luis, y su hermana Susana agrega: “Nos alegra que hayan hecho algo tan lindo, que pueda visitarse, verse, pero les pedimos por favor que lo cuiden”.

Gentileza: 

Beatriz Genchi

Museóloga – Gestora cultural.

bgenchi50@gmail.com

Puerto Madryn – Chubut.

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