San Rafael, Mendoza miércoles 13 de agosto de 2025

Guardiana de la lengua española – Por:. Beatriz Genchi

En los últimos años, la Real Academia Española adquirió mayor notoriedad en el público a partir de RAEConsultas, su cuenta de Twitter en la que despeja dudas con respecto al uso del idioma español. No por nada, a la institución que nació en 1713 se la considera la guardiana de la lengua. Ahora bien, ¿cuáles son sus herramientas de financiamiento?

Para comenzar, la RAE no es una institución pública como se puede llegar a creer, sino privada. Si bien se le asigna un carácter oficial y de interés público, no existe en realidad un organismo estatal en España que regule el uso del lenguaje. En ese sentido, la RAE se declara una “institución jurídica con personalidad propia”.

En ese sentido, Santiago Muñoz Machado, su director, explicó a eldiario.es: “El Estado no se ocupa de regular la lengua y, desde hace 300 años ha confiado esa tarea en la RAE, que se dedica a actividades de interés general”.

La Corona española, por su parte, es su máxima protectora e incluso Juan Carlos, cuando era aún rey y al gobierno lo dirigía Felipe González, llegó a poner de “su bolsillo” un millón de pesetas cuando se impulsó la Fundación Pro Real Academia en 1993, el espacio que reúne su mayoritaria financiación privada.

Si bien la fundación no revela las cifras que llegan a sus arcas desde instituciones privadas, se especula que podría ser de hasta cinco millones anuales de euros, de acuerdo a cálculos realizados sobre su propio presupuesto anual, de siete millones y medio (a ese dinero se le debe sumar la subvención pública anual y el líquido que obtienen por la venta de sus publicaciones, en especial del Diccionario, aunque éste se encuentra en caída año a año).

Presidida por el Rey Felipe VI y por el gobernador del Banco de España, la finalidad de este espacio es la de apoyar y financiar a la RAE.

Entre los nombres que ocupan su directorio se encuentran Ana Botín (presidenta del Banco Santander), como los presidentes de Repsol, La Caixa, Prisa, Telefónica o Iberdrola, como también el constructor Villar Mir, en representación de su propia fundación. Los gigantes corporativos no son los únicos que aportan, también hay particulares como Inditex, que realizó una donación o La Caixa, que patrocina el diccionario online y gratuito en la red. La Fundación Iberdrola, por ejemplo, firmó un convenio para la nueva edición del Diccionario.

Es innegable que la crisis económica generó una baja del presupuesto. La Fundación pro RAE pasó de 23 millones en 2013 a 18 millones en 2016, según sus cuentas, y se habría mantenido en el orden de los 16 millones en los últimos años, de acuerdo a fuentes de la fundación.

Pero no todo, en lo económico, pinta gris para la Academia, ya que el ministro de Ciencia y astronauta Pedro Duque consiguió la firma de un convenio que multiplica sus ingresos: el acuerdo, según lo aprobado en el Consejo de Ministros en marzo de 2019, supone que la Academia recibirá cinco millones de euros públicos al año durante los últimos tres años, lo que permitirá unos ingresos por encima del nivel precrisis.

Si bien la RAE posee una posición de dominio con respecto al lenguaje, los métodos de financiamiento no son del agrado de la mayoría. El catedrático Carlos Subirats, de la Universidad Autónoma de Barcelona, es uno de ellos: “Las academias son anacrónicas y su incidencia en el mundo actual es nula. El problema de la lengua no es si se acepta una palabra o si ‘sólo’ lleva o no acento, el reto es el procesamiento de textos por medios electrónicos, por ejemplo, crear programas que entiendan textos enormes y te devuelvan una respuesta”.

“La lingüística no es una cosa de letras y normas, implica neurociencias, psicología, ciencia computacional, inteligencia artificial…”, agregó Subirats, director del proyecto del Diccionario Electrónico en español y numerosos grupos de investigación.

La lingüista Montserrat Alberte denominó a la RAE “cómo una institución normalizadora semipública, con una producción menos abundante de lo que aparenta y mucho menos consistente y actualizada de lo que es exigible, puede haber llegado a ejercer una influencia social sostenida sobre los hablantes de español de ambos lados del Atlántico”.

El académico Pedro Álvarez de Miranda, director de la 23ª edición del Diccionario, y su visión: “El Gobierno tiene una responsabilidad moral sobre las academias, para que no desaparezcan por falta de medios, y eso debería seguir siendo así. El Estado no las debería abandonar a su suerte, alguna responsabilidad cabe”.

El director de la RAE, Muñoz Machado, sostuvo a eldiario.es. que “la RAE tiene que centrar su actividad en los fines que le marcan sus estatutos. Desde su fundación, el diccionario, la gramática, la ortografía y la edición de obras representativas de la mejor literatura en castellano han sido sus misiones fundamentales. Estas obras hay que mantenerlas al día porque la lengua evoluciona y nuestros textos marcan la normativa, la pauta que siguen los quinientos millones de hispanohablantes. Somos la entidad reguladora de la lengua, junto a las Academias integradas en la asociación Asale. Y lo hacemos a través de esas obras”.

La influencia de la RAE está compuesta por 46 académicos, de los que solo ocho puestos están ocupados por mujeres. Sin embargo, los académicos no realizan el trabajo principal, del que se encargan empleados de la institución (unos 80, con un salario medio de 39.000 euros, el del director es de 65.000), mientras que las caras visibles se reúnen una vez por semana, por una hora, y no tienen salario, pero cobran dietas de 141 euros por día.

El pleno de la RAE incumple de largo la ley de paridad, aunque al tratarse de una institución privada no está obligada a observarla. El hecho de que los cargos sean vitalicios ralentiza la igualdad, pero, aunque es cierto que en la última década se ha nombrado a más mujeres, desde 2009 las incorporaciones han sido mayoritariamente de académicos hombres (doce frente a seis mujeres).

El rol de estos académicos, que forman el pleno, es debatir sobre asuntos de la institución y propone nuevas palabras, aunque el recorrido para que la nueva terminología llegue al Diccionario es complejo: tras la propuesta, se consulta el “corpus de la academia, si la palabra se usa” en compilaciones de “millones de formas”, se buscan ejemplos en literatura o periódicos y se pasa la documentación a “alguna de las seis comisiones de trabajo integradas por académicos”. Luego se envía la propuesta a las otras academias de lengua española para que se acuerden o no modificaciones. Después de todo eso, la palabra vuelve al pleno y si pasó todos los filtros y hay un veredicto positivo, se incluye en el Diccionario. Y así viene siendo desde hace siglos.

¿No se limita demasiado la Academia a labores de normativa, incorporación de palabras y reedición del Diccionario mientras la lengua avanza y tiene retos tecnológicos? El director explica que la institución usa herramientas digitales punteras y reivindica el servicio que se da con el diccionario online: “¿Quién puede decir con seriedad que no estamos metidos hasta el fondo en el universo digital? Nunca en toda su historia nuestro Diccionario ha sido más útil para más personas de todo el mundo: recibe sesenta millones de visitas al mes. En la mejor época de la edición impresa del Diccionario llegaba a venderse una cifra próxima al millón de ejemplares en 12 años. De manera que nada más lejano a la realidad que afirmar que es un producto que ha dejado de interesar”.

Gentileza

Beatriz Genchi

Museóloga – Gestora cultural.

bgenchi50@gmail.com

Puerto Madryn – Chubut.

 

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