Siempre me gusta retrotraerme en el tiempo porque me parece que nunca es demasiado. ¡Esperemos que concuerden! Leonardo Da Vinci y Rembrandt, dos nombres fenomenales en la historia del arte, no puedo no preguntarte un poco por cada uno de ellos.
Me encantaría reavivar una clase del profesor José Emilio Burucúa (hijo), es un ensayista e historiador de arte argentino, doctor en filosofía y letras, investigador y profesor de la Universidad Nacional de San Martín. Fue ganador de cuatro premios Konex, entre ellos tres premios Konex de Platino, y el premio Konex de Brillant: a quien tuve la posibilidad de escuchar.
“Entonces le preguntamos: ¿Por qué son tan importantes tanto Leonardo como Rembrandt?
— Bien, a ver, intentaré salir airoso de este desafío. En el caso de Leonardo Da Vinci yo te diría que él es el prototipo del hombre curioso que lleva hasta lo sublime su curiosidad. Sabemos muy bien que él no fue solo pintor, no fue solo artista en el sentido tradicional de esa palabra, sino que también fue un hombre que se ocupó del estudio racional y sistemático de la naturaleza. Prácticamente no hubo rama del conocimiento natural que él no cultivara y en donde no haya hecho algún aporte que luego se demostraría único para su época. Fue también un insigne geómetra. Se ocupó también de las ciencias de la tierra. Y también fue un extraordinario escritor. Sus cuentos, sus historias de animales, su bestiario, están cargados de leyenda, de fantasía. De manera que ingresar en su obra escrita tanto como su obra pintada es una navegación fascinante que uno puede hacer entre los espíritus, uno de los espíritus más grandes que han existido en la historia.
— Me atrevo a preguntarte: ¿te conmueve «La Gioconda»?
— Es indudable que sí, porque «La Gioconda» para mí es dentro de la constelación extraordinaria y casi aplastante de obras, de retratos del Renacimiento, es la primera a mi criterio que instala la ambigüedad expresiva del instante. Porque «La Gioconda» sonríe, pero lo que no sabemos, la de ella es una sonrisa en transición, no sabemos si ella ha comenzado a sonreír y ese proceso va a terminar quizás en una carcajada. O no sabemos si es al revés, si ha sonreído complacida por algo que vio, por algo que escuchó y está transitando hacia la nostalgia, hacia la melancolía. Entonces ese rasgo de la transitoriedad, y asociado con lo que es el rasgo del hombre por antonomasia que es el animal que ríe, eso le da a «La Gioconda» un aura, una impronta que es absolutamente única, ¿no? Es esa captación en un objeto estable como puede ser una pintura de esa transición que no sabemos muy bien de dónde a dónde va ¿no? Entonces ese para mí es uno de los grandes logros de la pintura. Bueno, finalmente producen imágenes estáticas, y sin embargo con ella tenemos la sospecha que si dejamos de mirarla y la volvemos a mirar quizás esa sonrisa se haya transformado en otra cosa. Entonces ese paso ha sido aprehendido en un ser que está quieto. Lo único que es esa cara, esos ojos, el brillo de sus ojos, un levísimo movimiento de la masa de la cara que hace que no sepamos tampoco muy bien si va dejar de ser frontal y va a ir gradualmente hacia un perfil, no. Es decir, es esa cosa del movimiento anímico, del movimiento interior que tiene esa figura retratada.
— Un experto como vos, las veces que va al museo ¿vuelve a ver la misma obra?
— Por supuesto que sí, y siempre la veo diferente. Siempre, siempre. Bueno, en el caso de «La Gioconda» esa sensación de que estoy viendo otra cosa que no he visto es fortísima, fortísima. Pero de todas maneras es un camino que Leonardo recorre por primera vez, pero a partir de él va a haber otros artistas que conociendo la experiencia de Leonardo y se colocan allí hasta donde Leonardo ha llegado y siguen adelante.
Yo de Leonardo sé un poco porque con Nicolás Kwiatkowski hicimos una traducción de buena parte de los escritos de Leonardo. Así que fue una cosa maravillosa poder hacer ese libro con Nicolás con quien nos reuníamos los viernes y los sábados y nos transportábamos, nos metíamos en los textos de Leonardo e intentábamos comprenderlos bien para poderlos traducir. Así que estuvimos entre 8 y 9 años trabajando en eso. Y de ahí que sacamos, hicimos la traducción yo diría de un 60% de los textos de Leonardo. Cuando yo lo recordaba a Machiavelli, Machiavelli dice en una carta a un amigo, Vettori, está viviendo en el campo en una especie de exilio entonces el amigo le pregunta qué haces ahí, un hombre de ciudad que está entre los leñadores, los porquerizos, entonces él le dice no, durante el día frecuento mucho a esta gente porque me interesa verlos trabajar, bueno, además eran sirvientes de él, pero cuando a la noche me visto con mis mejores galas decía y voy a leer a los antiguos, entonces ahí yo frecuento a estos personajes y es el momento de mi mayor felicidad. Entonces poder nosotros en esos viernes y sábados meternos en los textos de Leonardo y tratar de hacerlo vivir dentro de nosotros y luego volcar esa vivencia en la traducción eso fue un trabajo fascinante.
Hablemos de Rembrandt. Uno diría en el caso de Rembrandt, el maestro del retrato sin duda.
— Sin duda, lógico. Y del autorretrato. Porque ese es un caso yo creo único en la historia de la pintura de un pintor, un artista, que se toma a sí mismo con esa lejanía como modelo ¿no? Y lo convierte en un ser otro al que con su maestría y con sus cambios de estilo indaga, ausculta, explora, como si fuera un desconocido. Entonces esa serie de autorretratos de Rembrandt, que van desde que él era un muchacho casi hasta los últimos días de su vida para mí es una de las empresas más extraordinarias que ha acometido un pintor. Solo comparable, solo comparable a la que Hokusai, el japonés, hizo con el monte Fuji. Este paralelo no es mío eh, es un paralelo de un gran historiador del arte alemán que se llamó Hans Sedlmayr que hace un estudio comparativo de estas dos obsesiones, la de Rembrandt con su propia cara alejándola, convirtiéndola en un otro, y ahí está lo interesante, y Hokusai tomando el monte Fuji y viendo el monte Fuji como lo majestuoso que es, lo imponente, lo monumental, pero también lo coloca entre las piernas abiertas de un pescador, ¿no? Cómo se ve como un objeto pequeño subordinado. Entonces, ese estudio de Sedlmayr en donde él compara precisamente los autorretratos de Rembrandt con los retratos entre comillas que Hokusai hizo del monte Fuji, es extraordinario”.
Un placer aprender más cada día!
Gentileza:
Beatriz Genchi
Museóloga – Gestora cultural.
bgenchi50@gmail.com
Puerto Madryn – Chubut.





