Antes de adentrarnos en este tema, lo primero que debemos dejar en claro es la diferencia entre manipular y persuadir. Ambas acciones son similares en su mecanismo, ambas pretenden modificar tanto el pensamiento como la acción de un tercero mediante el convencimiento o la sugestión.
La diferencia entre ambos conceptos radica en la intencionalidad y la meta buscada por el emisor. En este sentido, la persuasión es bienintencionada y promueve la libertad del receptor, mientras que la manipulación es malintencionada y procura su sometimiento.
Creo que todos podemos estar de acuerdo en que los manipuladores por excelencia son los políticos.
Pero existe, además, desde hace unos años, una manipulación más sutil y perturbadora que, tomando la posta de los medios de comunicación y del adoctrinamiento educativo, se ha perfeccionado a niveles extraordinarios, es la manipulación en las redes.
Estamos siendo permanentemente estudiados, medidos y conducidos por algoritmos que limitan los resultados de las búsquedas a nuestro perfil reduciendo nuestros horizontes especulativos.
Este sesgo de confirmación es una suerte de anteojera que nos da visión de túnel, solo nos deja ver lo que tenemos delante de nuestros ojos, en el camino que elegimos y nos oculta otros puntos de vista. Nos ocultan lo alternativo, neutralizan el ejercicio de la duda metódica.
¿Y cuál es el Talón de Aquiles de los usuarios que aprovechan los que digitan las redes?, ¿cuáles son nuestros puntos débiles? No son otros que los llamados “pecados capitales”. Aclaro que este artículo no tiene nada de religioso, pero es indudable que existe mucho de sociología y psicología en todas las religiones, las cuales, desde tiempos inmemoriales, han sido expertas en persuasión y manipulación.
¿Acaso cuando una mujer voluptuosa sube fotos o videos provocativos, no está generando lujuria o envidia en quien la ve?; o cuando se comparte, no con amigos sino “con todo el mundo”, glamour o lujo, ¿no aparecen la soberbia, la avaricia y la envidia?
O cuando nos prometen confort desmedido o éxitos instantáneos sin esfuerzo, ¿no se hace presente la pereza?; ¿acaso los banquetes con comidas caras y bebidas aún más caras no generan gula y envidia?; y las publicaciones que exponen el éxito de personas a las que consideramos “enemigos”, ¿no generan ira?
Claramente esta enumeración es solo una muestra muy superficial de un tema que merece más desarrollo, pero no será en esta oportunidad.
Lo que quiero exponer, de modo tan simplificado como lo anterior, es la solución a este dilema adictivo. Porque los apetitos, las pasiones y los vicios reflejados en los pecados capitales son altamente adictivos.
El individuo puede controlar o reducir estos males a través de las “virtudes cardinales”. La Templanza sobre la Lujuria y la Gula, la Fortaleza sobre la Ira y la Pereza, la Prudencia sobre la Soberbia, la Avaricia y la Envidia; y la Justicia como la única de ellas que no introspectiva sino social.
Una pequeña apostilla: ¿por qué se llaman cardinales? Cardinal proviene del latín cardo, cardinis, que significa «bisagra» o «eje», son las virtudes sobre las que deben girar nuestros actos para que sean éticos.
Antes dije que la persuasión es bienintencionada y promueve la libertad del receptor, mientras que la manipulación es malintencionada y procura su sometimiento, esto último aplica a las redes.
Al respecto, Hayek aseguraba que la “libertad significa independencia del arbitrario control de otro hombre”.
Un individuo que mantiene el control sobre sus apetitos, pasiones y vicios es capaz de razonar, analizar y valorar sus actos, ejerce la autodeterminación, es libre.
Aquel que es sometido por sus pecados capitales no tiene disciplina, no puede ser lógico, se vuelve obediente al arbitrio de quien le satisfaga sus vicios, es esclavo.
Ida Auken publicó en el Foro Económico Mundial un artículo titulado: “Bienvenido a 2030. No tengo nada, no tengo privacidad, y la vida nunca ha sido mejor”, esto fue tomado por el organismo y la convirtió en la primera de las ocho predicciones para el 2030: “no tendrás nada y serás feliz”.
Resignamos la procura de la propiedad privada (material, mental y espiritual) a favor del usufructo de la que nos ofrecen los dueños de los bienes y saberes, entregamos nuestra privacidad a las redes (ahora a la IA) y la vida se ha vuelto más simple, predecible y menos “riesgosa”, incluso quizás con más “alegrías” instantáneas y transitorias, pero definitivamente no más feliz.
Gentileza;
Rogelio López Guillemain – fidias1967@gmail.com





