El agua del Napostá, (en Bahía Blanca) en su furiosa estampida al mar en marzo pasado, arrasó con dos instalaciones artísticas. Sin más. Una de ellas pensada como tal, otra nacida con un sentido utilitario y luego reconvertida a partir del color y la música.
Por un lado, la correntada arrancó tres de los cuatro puentes peatonales, los cuales con su llamativo color amarillo se imponían en el paisaje. Los arrancó, los giró y los dejó tendidos sobre el cauce. Su diseño curvo buscaba generar un punto en altura, una suerte de mirador. Y eran amarillos porque en 2016 se creó, a partir de ellos, el llamado “Paseo de los Puentes Amarillos”, en homenaje al músico Luis Alberto Spinetta, fallecido en 2012.
Por eso los puentes, que originalmente eran verdes, fueron repintados de amarillo, generando un marcado contraste con el verde de los árboles y el celeste del cielo. Spinetta compuso en 1973 su “Cantata de los puentes amarillos”, una suite de nueve minutos de duración, inspirada en la atormentada vida del pintor Vincent Van Gogh y en su maravillosa serie de pinturas que en 1888 hizo del puente Langlois, sobre el río Ródano, en Arlés, Francia.
La definición de “instalación artística” para los puentes quizá no se ajuste de manera estricta a ese género. Pero al convertirse esos pasos independientes en parte de una historia común, donde otro sentido a su función, ocupando un espacio determinado y permitiendo una interacción con el espectador, la definición no aparece como indebida.
De esos puentes, sólo quedó uno. De cuya estructura pendía la segunda instalación de esta historia. Es curioso que en ese caso el agua no haya podido con las dos obras y se llevara la que era distinta, marcando de manera más fuerte su ausencia.
La obra perdida llevaba el nombre de “Para abolir las tinieblas” y fue la ganadora de la Bienal nacional organizada por el museo de arte bahiense en 2021.
La autora del trabajo es Alicia Antich, artista visual, investigadora y docente de Arte. Decía: “Elegí el Napostá para su ubicación, en particular la zona no entubada del arroyo, donde la historiografía tradicional nos presenta ese curso como la frontera de guerra entre los antiguos pobladores indígenas y los blancos, un territorio como metáfora, que abriga acciones pasadas y que hoy es zona de recreo”.
La obra tenía la forma de una araña palaciega, realizada con un armazón de hierro y trenzada con soga de nylon y cilindros de vidrio de rezago de la industria petroquímica. “La equipamos con una potente luz led y hasta tenía caireles que se fueron perdiendo con el viento”, agrega. “La lámpara tenía que iluminarlo, por eso fue colocada debajo del puente”, agrega. Conectada al alumbrado público, encendía de manera simultánea con las columnas de iluminación. “Tiempo después recordé cuanto me había gustado un puente de Budapest, ante el cual la gente se sentaba esperando que se iluminara”.
Y luego de la gran inundación habiendo desparecido la obra sin que muchos se percaten dada la magnitud de la tragedia general. Alrededor del 20 de abril un casi anónimo Gastón, la encontró en las proximidades. ¡Rota y muy sucia, claro! se la llevó la lavo y la volvió a colgar cerca del primer lugar. Alguien la vio lo publico en redes e imaginemos el resto.
Ya enterada la artista dice que la obra será reconstruida y volverá a brillar bajo el puente para seguir “aboliendo las tinieblas”.
Gentileza:
Beatriz Genchi
Museóloga – Gestora cultural.
Puerto Madryn – Chubut.





