Basta con oír la expresión “solterona” para evocar el antiguo estereotipo de una mujer de unos cuarenta años, soltera y sexualmente inactiva, que vive sola o con algunos gatos, bastante fea, a menudo un poco amargada. Un estereotipo que coquetea con la imagen de la bruja.
Las teóricas feministas llevan décadas cuestionando y fustigando esta figura, cuya presencia en nuestro imaginario colectivo sirve sobre todo como amenaza para las mujeres que deciden no casarse o se niegan a ser madres.
Si nos fijamos en la historia de estas representaciones, es difícil no toparse con Honaré Balzac (1799-1850) y su colosal “La comedia humana”, en la que los retratos de solteronas se entrecruzan y se asemejan hasta el punto de constituir un tipo social. Una de sus novelas se titula, de hecho, “La solterona”.
¿Por qué Balzac creó un “tipo” estigmatizador para las mujeres solteras de mediana edad? Parece que el punto de partida fue que el detestaba el celibato, un estado que consideraba “improductivo” y “contrario a la sociedad”.
Escribió: “Permaneciendo niña, una criatura del sexo femenino no es más que un disparate: egoísta y fría, es aborrecible. Este juicio implacable es, por desgracia, demasiado justo para que las solteronas ignoren sus razones».
En el prefacio de su novela Pierrette, llega a proponer el resurgimiento de una propuesta de ley que data de la Revolución Francesa, que pretendía imponer un impuesto adicional a los solteros. Aunque niega ser “célibatofóbico”, uno no puede evitar sentir la profunda aversión de Balzac hacia aquellos que muestran incapacidad (o falta de interes) para formar una familia, y especialmente para engendrar hijos.
Por supuesto, este rechazo no surgió de la nada, y la estigmatización del celibato no fue inventada por Balzac. Pero fue él quien dio a la figura de la solterona sus cartas de nobleza –por así decirlo– a través de una serie de retratos que nos muestran diversas variaciones de personajes ligados al estereotipo de la mujer soltera.
En “La solterona” se burla con desenfado de la ingenuidad de una mujer tan poco instruida en los caminos del amor que no llega a casarse. En “La prima Bette”, describe las manipulaciones de una solterona dispuesta a todo para arruinar a su propia familia, utilizando sin ambages la estética de la bruja. Por último, en “El cura de Tours” y “Pierrette”, pinta un doble retrato casi idéntico de dos solteronas amargadas, avaras y feas que llevan a la ruina a quienes las rodean.
Hay una cierta paradoja en la forma en que Balzac caracteriza a estos personajes. Por un lado, critica el celibato como una opción de vida improductiva y antinatural. Por otra, parece querer demostrar que este celibato no es una elección, sino que procede de la naturaleza profunda de sus protagonistas, para quienes el celibato es una fatalidad absoluta de la que nunca escaparán. El celibato aparece aquí menos como una elección libre que como un estado cercano a la asexualidad.
Y si Balzac detesta el celibato, también detesta la idea del matrimonio forzado o infeliz, cuyos efectos desastrosos sobre la salud y el psiquismo de las mujeres denuncia en su novela “La mujer de treinta años”.
Entonces, ¿qué es exactamente lo que se reprocha a las solteronas y cuál es la razón del parasitismo de los solteros invocado por el autor? En primer lugar, como se habrá adivinado, se cuestiona la no maternidad: “Se amargan y se entristecen, porque un ser que ha fracasado en su vocación es infeliz; sufre, y el sufrimiento engendra la maldad”. También se señala la ausencia de deseo y de amor. Las hijas solteronas de Balzac, desprovistas de afecto romántico o conyugal, también son incapaces de desarrollar el amor familiar: Sylvie Rogron tortura a su joven primo hasta la muerte, la prima Bette manipula a toda su familia para hundirla en la miseria y conseguir sus fines.
El mensaje es claro: la mujer soltera es necesariamente un peligro para la familia, la estructura esencial para el buen funcionamiento de la sociedad tradicional. Se la transforma así en una figura aterradora, incluso monstruosa, y hasta bestializada. En el fondo, lo más aterrador de la solterona es su independencia, su profunda incapacidad para someterse a un hombre.
Es esta libertad, tan ajena a la visión decimonónica de la mujer, la que Balzac demoniza. Bajo su pluma, las solteronas pierden su feminidad y adquieren casi sistemáticamente una forma de androginia. Una mujer sin hombre ni hijos, sin el deseo de ser deseada, sin sensualidad ni sexualidad, le parecía que dejaba de ser mujer. El debate no parece haber terminado hoy: pensemos en el ensayo de Marie Kock, en “Vieille fille, publicado en 2022. La periodista encuadra en lo que llaman una “solterona”. Combinando historia personal, cultura pop y estudios sociológicos, Vieille fille=Solterona formula una hipótesis: que es posible inventar otras formas de vivir, para uno mismo y con los demás, de encontrar el amor en otro lugar, de manera diferente. Simplemente querer algo más.
O en la obra muy reciente de Ovidie, La chair est triste hélas= La carne está triste (¡terrible, nefasto título!!!!), donde se pregunta: ¿Tiene una mujer de más de cuarenta años las mismas fantasías y necesidades que la chica que era a los veinte? o en la serie documental en France Culture. No tener vida sexual, o incluso reivindicarla, durante un breve periodo o a lo largo de toda la vida, sigue siendo inquietante a los ojos de la sociedad.
Cuando la heroína balzaquiana no está poseída por un marido o un amante, las fuerzas se invierten, la dominación masculina se vuelve del revés, y mademoiselle Gamard, Sylvie Rogron y la prima Bette someten a los hombres que las rodean en una escalada antinatural. Visto desde este ángulo, el celibato femenino retratado en “La comedia humana” adquiere una cualidad anárquica, casi revolucionaria, capaz de amenazar instituciones milenarias. Y aunque Balzac se esfuerza en mostrarnos su odio por estos peligros ambulantes, también percibimos cierta fascinación por la profunda inmoralidad de sus terribles solteros.
Al fin y al cabo, una de sus novelas más deliciosas, La prima Bette, está animada por su viciosa antiheroína y sus maquiavélicos planes, que describe con evidente regocijo, haciéndola, más o menos a pesar suyo, mucho más carismática y memorable que sus “respetables” consortes.
¿Qué pensar entonces de estas solteronas balzaquianas? La evidente misoginia y la “celibatofobia” que emanan de ellas no deben impedirnos utilizar estas figuras arquetípicas para cuestionar el enfoque cultural de la familia y la maternidad a lo largo del tiempo.
El lugar de los solteros en la sociedad, aunque ampliamente documentado en la literatura, las artes y las ciencias, sigue siendo demasiado poco estudiado y cuestionado por las ciencias humanas. Tal vez nos corresponde a nosotros mirar a estas figuras balzaquianas, reinterpretarlas e incluso reapropiárnoslas.
Gentileza;
Beatriz Genchi
Museóloga-Gestora Cultural-Artista Plástica.
Puerto Madryn – Chubut.