En mayo de 1989, Vilas comenzó a edificar su nuevo desafío: la música techno-house. Soñaba, entre tantas otras cosas, con ser cantante, un objetivo que materializó en mayo de 1990, cuando se presentó, junto con su novia norteamericana Michelle Tomaszewski en los coros, en New York City y en Obras. El periodista César Litvak, en El Gráfico entre 1983 y 1992, cubrió aquella primera aparición de Vilas como cantante, antes de lanzar su disco «Milnuevenoventa». Así comenzó el recuerdo: “Aquel Guillermo ya está definitivamente alejado del circuito. Empezó a coquetear cada vez más en serio con el famoso circuito Senior que organizaba Jimmy Connors y canalizaba la cuestión musical”. La sorpresa, en aquel momento, fue que Vilas se haya movido del fuerte arraigo que tenía con el rock.
dice haber sido directo con la pregunta, de porque música techo y no rock que es lo que siempre manifestó que le gustaba. La respuesta tuvo su típico tinte Vilas: «Por varias razones. Por más que a mí me gusten los Rolling o tantos otros, sólo me gusta para escucharlos, no para hacer lo mismo. Es como cuando le ves una remera roja a alguien y decís: ‘¡Qué buena que le queda!», pero cuando vas a comprar una para vos elegís azul. Además, el house es un estilo ideal para alguien como yo que no tiene mucha técnica musical». Claro, la producción musical del house es de pregrabados y le facilitaba la incursión en la música a Vilas porque, entre las pistas, sólo tenía que cantar. No había banda. No había más nada que eso. «Siempre fue un gran fan de la música, pero nunca fue un dotado», sostuvo Litvak.
En aquella nota, en la que se lo ve a Vilas con camisa colorida, jeans ajustados y botas texanas, el periodista reflejó la postura del astro argentino tras el primer retiro: «Dejé porque no podía más. En los últimos tiempos había dejado de tener pasión por el tenis. Sentía dolor al jugar. Algún día espero volver a querer este deporte».
En noviembre de 1992, Vilas regresó a sus bases. Lanzó su banda de rock llamada Dr. Silva, en un claro anagrama de su apellido. La presentación de la banda fue nada menos que en el programa Ritmo de la Noche, de Marcelo Tinelli. En lugar de la raqueta con la mítica zurda empuñó el micrófono. Ya habían tocado en The Roxy y La Cueva, pero esta fue la presentación masiva de Dr. Silva.
Además de talento y supremacía, Vilas siempre tuvo una vigencia descomunal para lo que fue su época. Permaneció más de diez temporadas en la elite y dejó el tenis, aunque sin anuncio oficial, cuando ya tenía una edad muy avanzada. Aquel Vilas, el último de todos, estuvo acompañado por Ariel Ruiz, un entrenador que debutó como tal al lado de la leyenda más grande del tenis argentino. «Empecé con Guillermo a mediados de 1990 y nos fuimos a entrenar a Nueva York. Hicimos exhibiciones, jugamos torneos, vivimos juntos, pasé 14 navidades y 14 años nuevos con él», dijo Ruiz.
Fue protagonista excluyente de una era diferente del tenis, cuando la vida era más artesanal. No existían los jugadores de la elite que hoy llegan a los clubes con un séquito de diez personas. Vilas mantenía una amistad con otros grandes campeones como Björn Borg o Vitas Gerulaitis, pero su único ladero era Tiriac, que oficiaba de todo a la vez: manager, entrenador, amigo, compañero, armador de viajes. Algunos torneos se jugaban en lugares insólitos como North Conway, por caso. Aquel pueblo, que 40 años atrás tenía no más de diez mil habitantes, estaba rodeado de montañas y bosques. En ese lugar se jugaba un torneo del Grand Prix, sobre polvo de ladrillo al aire libre, que repartía 200 mil dólares de la época.
Había que recalar en el aeropuerto de Newark, en Nueva Jersey, para tomar luego un pequeño vuelo hacia la ciudad de Portland. Pero para arribar faltaban 300 kilómetros. Vilas jugó aquel torneo en 1983, en julio, el último año de esplendor de su carrera, en el que ganó su última corona en la ciudad austríaca de Kitzbühel, casualmente una semana antes.
Para llegar a North Conway, entonces, había que tomar un último paso: alquilar una de las viejas avionetas Cessna de cuatro plazas. Esas avionetas se encargaban de trasladar a los tenistas del torneo. Eran cuarenta minutos de vuelo sobre las montañas blancas del Estado de New Hampshire.
Vilas, como solía hacer en algunos otros torneos con accesos «imposibles», había alquilado un helicóptero por gestión de Tiriac para llegar de una manera muy poco habitual a los partidos que debía jugar. El lugar elegido para el estadio tenía un ingreso que marcaba una dificultad para entrar por la carretera. El tenis romántico de otra vida.
Siempre fue profundamente curioso. Esa curiosidad lo llevó a amar la lectura, congraciarse en profundidad con la poesía y hasta incursionar en la escritura. La influencia fue directa: es un fanático del pensador indio Jiddu Krishnamurti, de quien presenció una primera charla que le cambió la vida. El momento fundacional de su faceta de poeta, que le valió el famoso apodo, quedó representado cuando conoció al propio Krishnamurti en Suiza, en 1974.
El impulso creativo lo llevó a editar, en 1975 y con apenas 23 años, su primer libro de poesía: Veinticinco. “Me leo. Me releo. A veces me gusto. A veces no”, decía Vilas. En 1981 publicó su segunda obra, “Cosecha de cuatro”, con un dibujo del reconocido artista plástico Pérez Celis. El prólogo lo escribió nada menos que Luis Alberto Spinetta, con quien mantuvo una gran amistad.
La voz del propio Vilas narra: “El tenis es una vida muy especial. Va más allá de un deporte. No sólo uno tiene que mejorar técnicamente, sino adaptarse a un estilo de vida que no existe, quizá, en ningún otro lugar del mundo. Nosotros estamos viajando constantemente, todas las semanas, por distintos hoteles. Para gozar de un momento como este, en el que estoy en mi departamento, quizá tienen que pasar siete, ocho meses, un año. Estoy en Mar del Plata, en Buenos Aires, y también en Montecarlo, que es el lugar más céntrico en caso de terminar un torneo temprano y estar ahí para pasar unos días, ya que Argentina está muy lejos de todo. Pero es una vida muy especial. Uno se acostumbra a no tener una casa o se acostumbra a tener muchas casas”. (II de II) Fin.
Gentileza:
Beatriz Genchi
Museóloga-Gestora Cultural-Artista Plástica.
Puerto Madryn – Chubut.