En la imaginación de las personas existe el sueño de ser un magnate y conseguir todo el poder del mundo con dinero: ropa, viajes, negocios, empresas y un sinfín de bienes. Sin embargo, no todos los multimillonarios viven con tal imaginario de presumir su patrimonio y mucho menos…disfrutarlo. ¿Discreción o tacañería? Para ello hay que ahondar más en la vida de Henrietta Howland Robinson conocida como Hetty Green, a quien le decían la “Bruja de Wall Street”.
Green nació el 21 de noviembre de 1834 en New Bedford, Massachusetts, Estados Unidos, en el seno de una familia que era «rica desde hacía cuatro generaciones». A sus 10 años ya era considerada como una de las mujeres más millonarias del país norteamericano, gracias a todo lo que aprendió de su abuelo al haber trabajado como su secretaria con tan poca edad, según la revista National Magazine de Massachusetts.
La magnate siempre fue muy inteligente para hacer negocios y ampliar la fortuna familiar que le dejaron su padre y tía, según reveló el periodista e historiador Charles Slack, autor de la más completa biografía sobre Green, en 2004. Es que cada dato sobre la vida de Green parece estar disputado, rodeado de una variedad de exageraciones.
Lo que sí es cierto es que, en una época en que las mujeres ni siquiera podían votar, ella se convirtió en una de las mayores (y «más temidas», operadoras de Wall Street).
La mujer se dedicó a la compra y venta de bienes raíces e hipotecas e invirtió en la bolsa de valores, como en acciones de los sectores mineros, de ferrocarriles y bonos gubernamentales, cuenta su biografía.
En lo que sí supo especular y hacer mucho dinero fue con los préstamos, especialmente durante el llamado pánico de 1907, una crisis financiera por la caída de Wall Street, que llevó a bancos y empresas a la bancarrota.
Según el libro «La bruja de Wall Street» (1936), Green vio el desplome aproximarse e hizo grandes esfuerzos para tener efectivo a disposición para otorgar préstamos. Para cuando el pánico terminó, entre aquellos que le debían dinero estaba la ciudad de Nueva York, a quien le prestó más de US$1 millón de dólares a cambio de bonos de corto plazo.
No obstante, fue una mujer poco amplia con sus lujos, poder y dinero. Según la gráfica del momento, Green prefirió ahorrar su fortuna para evitar pagar los altos impuestos que correspondían a sus grandes sumas de dinero. De acuerdo con las declaraciones dadas por fuentes cercanas, Green vivió en estrechos departamentos de Brooklyn y Hoboken para no pagar altas sumas de dinero en impuestos por lujosas mansiones. De igual manera, prefirió comer en platos muy económicos y no en vajillas de porcelana.
Además, decidió usar vestidos de algodón en lugar de telas caras y populares de la época, como lo eran la seda y encaje. No obstante, lo más impactante es que, a pesar de haber sido la millonaria más cotizada del momento, puso su abstención de gastar su dinero por encima de su salud, ya que no le importaba asistir a clínicas de caridad con tal de no pagar un solo peso, aunque estuviera rodeada de cantidad de personas y tuviera que esperar largo tiempo para ser atendida.
Aunque Green se convirtió en una mujer muy ahorrativa con tal de evadir impuestos, sí fue una persona que supo marcar la historia de los Estados Unidos al haber puesto al género femenino por lo más alto. Su empoderamiento la llevó a convertirse en la mujer más poderosa y sobrepasó al género opuesto, situación que era casi imposible que sucediera en el siglo XVIII. Dado eso, Hetty Green fue apodada la “Bruja de Wall Street”, gracias a su talento y amplio conocimiento para las finanzas, también porque siempre vestía de negro y por las historias sobre su despiadada personalidad.
¿Por qué despiadada? Todo indica que Green protagonizó varias demandas, la gran mayoría de esas fueron en contra de su propia familia. No obstante, esas no eran las únicas características por las que se le apodó de dicha manera, ya que siempre llevó un arma consigo porque creía que “había una conspiración de abogados en su contra”. Además, gestionaba sus inversiones en una oficina establecida en el Chemical Bank de Nueva York, donde todos los días «almorzaba avena calentada en un radiador».
Pero, una vez más, la realidad y la ficción empiezan a ser difíciles de distinguir.
La revista Smithsonian cuenta que, cuando tenía 20 años, su padre le llenó el armario de vestidos finos para conseguirle un marido adinerado. Ella, en cambio, decidió venderlos y comprarse fondos gubernamentales, sus favoritos. De hecho, Green usaba siempre vestidos de algodón negro, lo cual en parte le valió su apodo de «bruja». Algunas publicaciones describen su vestuario como viejo y sucio.
Se casó con un millonario como ella, pero todavía vivía de los restos de galletas rotas en las tiendas de comestibles y discutía para conseguir un hueso gratis para su perro todos los días. Se dice que a pesar de que fue la mujer más rica de América durante la edad dorada, cosía sus propios calzones desde los 16 años y no los cambió ni compró otros hasta el día de su muerte tal menciona el diario The New York Times al hacer una crítica del libro de Slack.
Incluso los diarios de la época solían llamarla «la mujer menos feliz de Nueva York».
Sin embargo, en las últimas décadas, la imagen de Green empezó a cambiar.
«Sus excentricidades la convirtieron en el tema favorito de las secciones de chismes de los periódicos y circularon todo tipo de historias sobre su avaricia», explica la enciclopedia Britannica.
Algunas de estas anécdotas han sido desmentidas
Por ejemplo, respecto de su marido, Edward H. Green, con quien tuvo una niña y un varón, era rico y tenía con ella un inédito acuerdo prenupcial. Y, por si esto fuera poco, de acuerdo con la Sociedad Histórica de Nueva Inglaterra, cuando él enfermó, ella lo cuidó durante años hasta su muerte, en 1902. A pesar de correr versiones que como él entro en bancarrota ella lo abandono.
No obstante, es probable que la anécdota más despiadada y repetida sobre Green sea que se negó a contratar un doctor para tratar una herida en la pierna de su hijo, lo cual luego derivó en su amputación. «Amaba a su hijo y lo llevó a muchos médicos para que le curaran la pierna», asegura la Sociedad Histórica de Nueva Inglaterra. «Como muchas de las historias sobre ella», agrega, «se trató de una exageración. Y las historias sobre las cosas buenas que Hetty hizo rara vez o nunca fueron reportadas». Ejemplo de ello fue su apoyo público a los trabajadores del tranvía de Brooklyn en una huelga en 1895.
La gente, dice el texto de la Sociedad Histórica de Nueva Inglaterra, no estaba acostumbrada a «una mujer que manejaba sus inversiones espectacularmente bien en tiempos en que no se les confiaba el dinero a las mujeres». En su libro, Slack coincidió: «Al final, su mayor crimen parecería haber sido elegir vivir según sus propias reglas y no las de la sociedad».
Gentileza:
Beatriz Genchi
Museóloga-Gestora Cultural-Artista Plástica.
Puerto Madryn – Chubut.





