Un término madrileño con alcance lejano…
En la actualidad ésta palabra se utiliza a modo de insulto, pero… ¿Te has parado a pensar cómo se pudo motivar? Para ello tenemos que retroceder hasta finales del Siglo XVI e inicios del XVII, cuando España era reinada por Felipe III.
En esta época vivió Don Baltasar Gil Imón. Fue uno de los hombres de confianza del monarca, persona que desempeñaba sus funciones como Fiscal del Consejo de Hacienda y cuyo nombre lleva en la actualidad una pequeña calle muy cerca de la Basílica de San Francisco el Grande, junto a la Ronda de Segovia. Travesía de Gil Imón. «Estas calles se abrieron hace pocos años al urbanizarse esta zona del barrio de Imperial», explica José Luis Rodríguez-Checa, escritor madrileño que recientemente ha publicado ‘Historia de las calles de Madrid’, una auténtica enciclopedia del callejero urbano a través del cual rescata personajes y anécdotas históricas con un espíritu divulgativo. Nombres como el de don Baltasar Gil Imón de la Mota entonces, prestó sus servicios al mismísimo Felipe III, sirviéndole de contador mayor de cuentas, como explica Rodríguez-Checa.
«Este personaje vivía en unas casas situadas en la cercana calle de San Bernabé, al otro lado de la ronda de Segovia», explica Rodríguez-Checa. En cierta ocasión, sus tres hijas pasearon por el salón del Prado con ropas alejadas del debido recato que imponían las leyes. Fueron amonestadas por un alguacil y amenazadas de ser apresadas. Cuando se enteró su padre del hecho, les obligó muy enojado a vestir con hábitos de monja durante el resto de su vida. Cuando este caballero acudía a algún acto social con su esposa y sus hijas, la gente decía que habían llegado ‘Gil y pollas’, aludiendo al término coloquial con el que se llamaba a las chicas jóvenes. Se cree que de ahí surgió el calificativo despectivo, aceptado hoy por la Real Academia.
Si atendemos a la definición que hace la RAE del término ‘gilipollas’, usado para describir de manera grosera a una persona «necia» o «estúpida», cabe preguntarse por qué adquiere este significado y no otro. «Dado el pobre resultado que obtuvo don Baltasar para conseguir un buen partido para sus hijas, quedó desde entonces fijado el término ‘gilipollas’ como el de persona que no destacaba precisamente por su inteligencia», explica José Manuel Pradas, abogado y ex bibliotecario de la Junta de Gobierno del Ilustre Colegio de Abogados de Madrid en un artículo publicado en ‘Lawyer Press’.
«Sus hijas no eran conocidas como las ‘gilipollas’, sino que las llamaban ‘gilimonas’, así que de feas nada, sino al contrario», prosigue, contradiciendo la versión de Rodríguez-Checa. Y de tener pocas luces, tampoco, sino que eran inteligentes y abiertas de mente, con una tendencia natural a los devaneos amorosos y cortesanos. Y sucedió que, Felipe III, a sugerencia de su esposa la reina Margarita, muy católica y guardiana de las buenas costumbres, promulgó una Pragmática por la que se prohibía a las mujeres el uso del guardainfante (adminiculo de alambre que se llevaba debajo de la falda y la mantenía vaporosa) y llevar verdugados bajo la falda (como una especie de calza) y sobre todo cualquier jubón escotado que pudiera incitar al pecado. Pues bien, saltándose la prohibición, las hijas de Gil se exhibieron por el Salón del Prado, luciendo con desparpajo todo aquello que había sido prohibido, entre los aplausos y vítores del personal masculino, lo que sí que conecta con la versión de la historia de Rodríguez-Checa.
«El rey en lugar de multa les impuso el castigo de vestir durante tres meses los hábitos de las Madres Mercedarias y pasear a diario con un cartel en el pecho donde pedían disculpas por su irreverente comportamiento», concluye Pradas. Entonces, realmente el significado de tonto o lelo hace referencia al propio padre, Baltasar Gil Imón, quien no habría conseguido enderezar a sus hijas en las buenas costumbres que, en aquel tiempo y por desgracia, estaban sujetas a un puritanismo patriarcal bastante agudo, estando sometida la libertad individual y de vestimenta de las mujeres al padre o al marido. El ingenio popular juntó las dos palabritas de marras, con el resultado que hoy conocemos.
Ahora bien, más allá de la historia del bueno de Baltasar, cabría rastrear los orígenes del insulto y cómo empezó a popularizarse hasta nuestros días. Pancracio Celdrán, profesor y periodista español especializado en historia, publicó en 2008 la mejor obra para entender desde un punto de vista lingüístico los orígenes de los tacos. En ‘El gran libro de los insultos’ explica que en realidad se trata de un préstamo del árabe, tomando la raíz de «yahil», «yihil» o «gihil» que viene a significar «bobo» y «pollas», que hace referencia a lo que ya todos sabemos.
Según Celdrán, La primera vez que apareció escrito «gilipollas» fue por puño y letra de Rodríguez Marín, poeta y folclorista. Pero no se haría famosa ni formaría parte del léxico popular y común español hasta que Benito Pérez Galdós lo incluye en su novela ‘Misericordia’ (1897). Desde entonces y hasta ahora figura como uno de los insultos más usados en el léxico castellano, a la par que malsonante y con un halo ridículo.
Gentileza:
Beatriz Genchi
Museóloga-Gestora Cultural-Artista Plástica.
Puerto Madryn – Chubut.
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