Télam
Un índice de precios a un ritmo del 180% anualizado; la devaluación del peso y el crecimiento de la pobreza habían sido advertidos por todos los economistas serios; sin embargo, el cuarto kirchnerismo decidió ignorarlos en busca de mantener el poder
Hace poco más de 20 años, cuando la Argentina estaba inmersa en la crisis de 2001 y 2002, los cartoneros ganaron la calle. De alguna forma había que ganar unos pocos pesos para comer. Las postales de los carros tirados por caballos con una familia arriba ganaron los diarios del planeta. Dos décadas después, ya no hay animales que traccionan después de una efectiva campaña de las sociedades protectoras. Eso sí, a nadie le impresiona que ahora los carros los tiren humanos por los que nadie parece compadecerse.
Hace poco más de 20 años, una de las zonas más conflictivas de la Ciudad de buenos Aires era la avenida Leandro Alem al 500, sede del Ministerio de Trabajo. Pasaron dos décadas y ahora ya nadie reclama en ese lugar. Todo se trasladó al Ministerio de Desarrollo Social, en plena avenida 9 de Julio. En ese tiempo, el país mutó desde el reclamo de trabajo al de planes sociales o subsidios.
Sólo para recordar y tomar conciencia de la profundidad de la crisis. En 2007, enero para ser más precisos, la inflación se aceleró. En el Indec se trabajaba con un número preliminar que era del 2,1% para el primer mes de ese año, luego de que la inflación de todo 2006 estampara un 9,8%. Fue un número de espanto para la Casa Rosada, que inmediatamente envió una orden: se debería “trabajar” en un indicador que no superara el 1,5%.
Ante la negativa de la línea técnica, separaron de sus cargos a los funcionarios que elaboraban el Índice de Precios al Consumidor (IPC); entonces, se decidió intervenir el organismo con Guillermo Moreno y varios de sus obedientes acólitos se dedicaron durante años a dibujar los números de la inflación en vez de a combatirla. Todo eso fue hace 16 años, y por un indicador mensual que la Argentina tiene cada 30 días. Con aquellos índices, hoy todo sería una fiesta reeleccionista de Alberto Fernández.
De hecho, mientras el dólar subía y coqueteaba con las cuatro cifras, el tigrense le entregó a su esposa, Malena Galmarini, un cheque de 1060 millones de pesos para que gaste en cada día hábil que falta para que llegue el 10 de diciembre. Al menos, semejante promiscuidad presupuestaria debería explicarse. Quizá más grave que el matrimonio Massa no entregue información respecto del destino de esos fondos es que ni la sociedad ni la política piden explicaciones. La anestesia es total.
Un día más tarde que Galmarini empiece a gastar su cheque de 10 cifras, el ministro creó el “Comité de Evaluación de Proyectos de Apoyo a la Estructuración de Financiamiento Soberano Sostenible en Argentina”. Si no fuera real, bien podría ser un paso de comedia negra. En el país del 133% de tasa de interés nominal anual no hay financiamiento para nadie, menos aún, sostenible.
La Argentina está vacante. El Gobierno no gestiona y ya no hay funcionarios que no funcionan. Directamente la gestión del Estado se desconectó. Sólo es necesario mirar cómo evoluciona el gasto para entender dónde va el dinero presupuestario. Por caso, todas las partidas que se destinan a pagar sueldos y gastos operativos muestran una ejecución, al igual que las que se destinan a poner dinero fresco, o subsidios, a algún sector.
Un ejemplo se da en el Ministerio de Hábitat, donde las partidas para “actividades centrales”, que es donde se liquidan los sueldos, aumentaron 83% respecto de lo que tenían a principios de año, mientras las que se destinan a la producción, planificación y construcción de viviendas se mantuvieron quietas, con una inflación en el año que ya está en 138,3% desde que se aprobó el presupuesto, hace un año.
Pero el estado de deterioro en el que la Argentina y el debate público se han sumergido anestesió a la sociedad. La vacancia de Gobierno es total. Massa no gobierna ni ejerce de ministro de Economía. Apenas procura que algún que otro distraído no vaya al dólar con cepos y más cepos. El “Estado presente” con el que el kirchnerismo hace campaña brilla por su ausencia. De aquel slogan ha quedado poco: apenas un cajero automático que entrega papel pintado a quien Massa decide, emitido el día anterior para ser gastado en pocas horas antes de que pierda su valor. El deterioro de la Argentina es constante. Y lo peor, que de a poco, se hizo costumbre vivir en él.
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