San Rafael, Mendoza martes 01 de octubre de 2024

Biología en la poesía – Por:.Beatriz Genchi

Los grandes logros de Goethe en la época de oro de las letras alemanas hacen que hasta ahora lo hayamos valorado fundamentalmente como escritor, por haber destacado en la dramaturgia, la poesía, la narración o la crítica literaria encabezando tres movimientos culturales: el Sturm und Drang, el clasicismo y el romanticismo.

Sin embargo, el lamentable impacto del comportamiento humano sobre el conjunto del planeta en el último siglo y nuestra situación actual, en plena era del Antropoceno, con el consecuente auge de las teorías ecologistas y los sorprendentes avances en la biología -dos ámbitos comprometidos en la lucha desesperada contra la devastación de la Tierra- nos han obligado a dirigir la mirada hacia este autor desde otras circunstancias, poniendo de manifiesto su genio y su creatividad en el estudio de la naturaleza, ya que elaboró una visión alternativa a la de las ciencias empíricas de su época, surgida nada más ni nada menos que de la poesía.

De hecho, catorce de los treinta y tres volúmenes de sus Obras completas en la edición de Weimar se ocupan de temas como mineralogía, botánica, zoología, biología, geología, óptica o teoría de los colores. Estas últimas disciplinas, en su versión goetheana, se oponen a las hipótesis de Newton y constituyen una percepción artística de la luz y del color, que, si bien no triunfó en la historia de la ciencia, sí lo hizo en el campo de la estética porque realmente recogen el efecto visual que recibimos de estos fenómenos.

En efecto, dicha interpretación es utilizada por Schelling en su Filosofía del arte para explicar la esencia de la pintura y en la enseñanza de esta materia en las escuelas Waldorf, imbuidas del pensamiento de Rudolf Steiner, creador de la antroposofía y gran admirador de Goethe, hasta el punto de que construyó en Dornach, como sede central de su movimiento, el primer edificio de arquitectura orgánica, al que llamó “Goetheanum”.

Recordemos que Fausto, su personaje más emblemático, se encuentra absorto por el poder del conocimiento, por el deseo de saber y dominar la naturaleza. Y, finalmente, Las afinidades electivas, aunque es una obra que cuestiona el matrimonio como medio para canalizar el amor romántico, recoge desde el mismo título una figura alquímica presente en la filosofía de la naturaleza de entonces, que permite interpretar la acción de los personajes como fuerzas que se atraen o se repelen dentro de un todo divino siempre en movimiento, que los trasciende, mientras intentan ordenar los alrededores agrestes de su palacio rodeado de bosques y transformarlos en un jardín, como si se tratara de una metáfora acerca de la difícil pretensión de regular la existencia, en sí misma irracional y salvaje.

“Ella es inabarcable”, decía hablando de la naturaleza; “sólo vida y mero devenir”. Como consecuencia, la expresión de su teoría no se realizará conceptualmente sino a través del lenguaje ambiguo, metafórico de la poesía, donde nada se agota porque existe siempre un margen para una nueva interpretación, donde cada palabra contiene al universo entero. Y cuando se dispone a desvelar el secreto de las leyes naturales creando belleza, lo dice con toda claridad, como puede observarse en los siguientes poemas:

Te disturba, oh amada, la mezcla de miles
de flores aquí y allá en el jardín;
muchos nombres escuchaste, y siempre suplanta,
con bárbaro sonido, el uno al otro en el oído.

Todas las formas son análogas y ninguna asemeja a la otra;
así indica el coro una ley oculta,
un sagrado enigma. ¡Oh, si yo pudiese, querida amiga,
transmitir al instante la feliz palabra que lo desvela!”

Este es el inicio de La metamorfosis de las plantas, donde se explica la persistencia del movimiento en la vida vegetal a partir de la hoja. El modelo ya está en la semilla, aunque encogido y encapsulado en un envoltorio. Comienza a desplegarse creciendo hacia abajo a través de las raíces y hacia arriba en el tallo, estando todavía replegado. Los sucesivos movimientos de expansión y contracción dan lugar a las yemas, las ramas, las hojas y las flores con sus sépalos, pétalos, pistilo y estambres, para producir finalmente el fruto y la semilla, volviendo a empezar el ciclo. El final del poema se refiere a la metamorfosis universal y muestra la analogía entre este devenir con el amor y la amistad, señalando que en todos los casos se trata de un proceso de espiritualización.

Y así viven tanto el individuo como el todo.
Vuelve ahora, oh amada, la mirada al abigarrado hormigueo
que mueve al espíritu que no se conturba más.
Toda planta te proclama ahora leyes eternas.
Toda flor te habla más y más claro.

Algo parecido podemos decir del Poema al Gingko biloba, un árbol que Goethe hizo traer al Jardín Botánico de Jena desde Oriente, cuya hoja es hoy el símbolo de la ciudad. La composición poética pertenece a la obra El diván occidental-oriental y su autor la dedicó a Marianne von Willemer, a quien envió el poema acompañándolo de dos hojas provenientes de un gran gingko que se encontraba en Heidelberg:

Las hojas de este árbol, que, del Oriente
a mi jardín venido, lo adorna ahora,
un arcano sentido tienen, que al sabio
de reflexión le brindan materia obvia.

¿Será ese árbol extraño algún ser vivo
que en un día dos mitades se dividiera?
Nuevamente el poema tiene como objetivo para resolver un enigma por analogía con una hoja. La primera clave apunta a las relaciones humanas, al amor, refiriéndose al mito de los dos seres unidos por la espalda que narra Aristófanes en El Banquete de Platón, para luego ofrecer la solución definitiva. La hoja medio partida simboliza el problema humano fundamental: la escisión interior, que finalmente se refleja en todos los ámbitos.
¡Y así, podría seguir! ¡Un Goethe maravilloso, muchos más que un poeta claro!

Gentileza:

Beatriz Genchi

Museóloga-Gestora Cultural-Artista Plástica.

bgenchi50@gmail.com

Puerto Madryn – Chubut.

 

 

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