San Rafael, Mendoza jueves 28 de noviembre de 2024

Confesiones de un montañista – Por:. Beatriz Genchi

En un intento por subsanar lo que consideró un saqueo, el montañista Alejandro Lewis que acompañó la expedición que extrajo a los Niños de Llullaillaco en junio de 1999, caminó tres días y dos noches a “modo de peregrinaje”, para dar aviso a las autoridades de lo que estaba ocurriendo en la cima del Volcán Lullaillaco, en la Puna salteña.

Llegó deshidratado y en muy mal estado a Socompa, en el límite entre Salta y Chile. Ahí mismo hizo la denuncia: una expedición liderada por referentes de la National Geographic habían desenterrado y extraído los cuerpos de dos niñas y un niño del Santuario Sagrado más alto del mundo.

El Museo de Arqueología de Alta Montaña (MAAM) hacía su presentación oficial casi un mes después para abrir sus puertas al público en noviembre de ese año. Tres años más tarde se exhibían las dos niñas y el niño para “deleite” (a decir de algunos ex legisladores salteños) de quienes quisieran visitar el Museo.

“Ahora que pasaron los 100 días puedo hablar”, comienza la carta que Lewis habría enviado a la Legislatura de Salta el 10 de septiembre de 1999. Las palabras del montañista hace 23 años clarifican el “pacto de silencio” denunciado por la antropóloga Blanca Lescano, quien fue (y sigue siendo) una de las críticas de aquel entonces ante la expedición extractora.

“En la misma montaña, en el campamento base, muy cerca de un antiguo cementerio y con la excusa de realizar el documental –quizás para que sea más creíble-, se manipuló con total desidia restos humanos que desenterraron y mostraron para ser filmados”, denuncia el escrito de Lewis fechado hace 23 años.

Cuando le llegó la oportunidad de subir en una expedición comandada por la National Geographic en su calidad de conocedor de la montaña se sintió orgulloso, según surge de una de las cartas. “Me fue increíble ser convocado por la National Geographic Society (NGS) para formar parte del proyecto arqueológico ‘Santuarios de Altura’, donde ascenderíamos el Volcán Quewar y Llullaillaco, en la Puna Salteña. Cómo negarme, si el sueño se hizo realidad (crecí admirando e incorporando los documentales de la N.G.S)”, cuenta la carta que conservó su ex compañera.

Según relataron quienes estuvieron en el momento en el ascenso al Volcán Llullaillaco, incluido Alejandro, un chamán que integraba la expedición, Arcadio Mamaní (de Perú), estuvo “en cuatro patas olfateando el lugar donde podían estar las ‘momias’”, detalló Carlos Lewis, hermano de Alejandro, quien hace un mes empezó a escribir lo que pudo reconstruir de aquel momento.

“A tal punto fue mi malestar y desilusión que inventé excusas para huir del escenario del saqueo feroz que hacíamos en el Santuario más alto del mundo”, afirma en una de sus cartas. “Tuve que asumir mi determinación y caminar a modo de peregrinaje, cargando mi mochila y convicción, 80 kilómetros aproximadamente desde la cima del Llullaillaco hasta la localidad fronteriza de Socompa en la inmensidad de la Puna. Fueron dos días de caminar solitario y dejar en cada paso (a modo de lastre), parte de complicidad cultural y ganar el alivio de la conciencia. Lo que tardé en llegar a la ciudad de Salta desde Socompa fue el tiempo que tuvieron los camarógrafos de la NGS en llegar desde California! Fui convocado, nuevamente, para llevarlos hasta el escenario del saqueo y documentar el ‘magnífico rescate’”. Y yo me pregunto porque volvió?

La carta sigue: “Allí estaban –al pie del Volcán-, en el campamento base, a 4500 metros cerca de un cementerio indígena, los trofeos ‘rescatados’ del Santuario a 6.700 metros de altura: tres cuerpos humanos, con sus ofrendas de incalculable valor económico, sin el contexto mágico, deshecho por la ambición y pretexto científico que justificó el ultraje a un sitio sagrado. Dispuestos para las fotos exhibición y morbo occidental”.

Al volver al Volcán, según la reconstrucción que hicieron quienes pudieron dar testimonio de lo vivido por Alejandro en la montaña en esos días de la expedición, Mamaní lo invitó a realizar un ritual para pedir perdón a la montaña por la extracción de las niñas y el niño de Llullaillaco. “Después de la muerte del Ale y al hablar con maestros espirituales interpretamos que en ese acto hubo algo más que un pedido de perdón”, entendiendo que en ese pedido pudo ser ofrendado el mismo Alejandro.

Cuatro años después, en agosto de 2004, cuando se disponía a escalar el volcán Sajama en Bolivia, quienes lo acompañaban en la caminata le advirtieron que las condiciones climatológicas no eran las mejores para subir. Pero Alejandro rechazó las recomendaciones y le dijo a una de sus amigas -según el relato rescatado por su hermano-: “la montaña tiene cosas que decirme que los vivos no escuchan”. Alejandro escaló y como no volvía, empezaron a buscarlo. Integrantes de comunidades indígenas de Sajama lo buscaron y encontraron el cuerpo sin vida a más de 6 mil metros de altura.

De los relatos surge que Alejandro fue a más de una conferencia del líder de la expedición, el antropólogo estadounidense Johan Reinhard, para confrontar la versión oficial sobre lo acontecido en la expedición. Incluso su compañera en aquellos años le ayudó a traducir las cartas al inglés, y las subió a una página que tenía. Pero no logró que lo escucharan.

“Pido perdón a los habitantes de Tolar Grande. Me avergüenzo de lo sucedido. Admiro la actitud humilde de los habitantes andinos de pedir perdón por el daño que le hicimos a su montaña sagrada. Le arrebatamos sus sacrificios. Después de la difundida expedición al Llullaillaco hubo una inusual tormenta de frío. No sobre mí, sino sobre los grupos de pobladores de esos páramos”, describió Alejandro en la carta recuperada.

“Él andaba con esa culpa inmerecida de haber sido parte de la expedición y por eso no quiso callarse”, contaban al indicar que algo que le dolió a Lewis fue que la comunidad lo haya metido “en la misma bolsa” que a quienes saquearon sin más.

Solo por contar mi experiencia y que no fue ningún “deleite”. Agrego que estuve hace poco. No se exponen los tres juntos, los van rotando y a mí me… “toco” el niño. ¡Vaya que si me toco, profundo y en forma sobrecogedora! No están embalsamados, solo secos y una de las niñas, según cuentan las fotos, esta quemada por un rayo. Seria antes o después…

No podía dejar de pensar que habían sido una ofrenda. Tan impiadoso un acto como el otro.

Gentileza;

Beatriz Genchi
Museóloga-Gestora cultural.
bgenchi50@gmail.com

Puerto Madryn-Chubut.

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